Capítulo 5

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Rosalie y Emmett llegaron para mi cumpleaños. Carlisle, Dios lo bendiga, creyó que sería una buena idea.

Después de más de tres meses con los vampiros, yo ya estaba dejando de creer que ocurriría un milagro, y que podría retomar mi vida de alguna manera. Las escasas cosas que Bella me contaba sobre mi hermanita no indicaban que mis padres estuvieran buscándome. Todo lo que sabía era que ella había vuelto a ser una niñita normal y feliz. Esto me alegraba, claro, me aliviaba. Pero también me hacía sentir que mi familia se había dado por vencida demasiado rápido.

Los primeros días, incluso las primeras semanas, yo tenía la certeza de que mis padres removerían cielo mar y tierra para encontrarme, y la esperanza de que cualquier día oiría las sirenas de la PDI o de carabineros acercándose a la casa del bosque. Cuando no estaba Edward en la casa, me gustaba evadirme imaginándome el feliz reencuentro. Humana o no, viva o no, mis padres correrían hacia mí y me recibirían con los brazos abiertos. Y los Cullen... Bueno, ellos conseguirían huir y ya. Los quería, supongo, del modo que un prisionero ama al carcelero que lo trata bien.

Pero, para cuando Rosalie y Emmett llegaron, yo ya me había comenzado a hacer a la idea que el milagro jamás ocurriría. Me estaba cayendo la teja, como se dice en buen chileno. A la velita de esperanza que mantenía encendida desde el principio le quedaba solo un cabito de cebo. Suponía que Carlisle contaba con eso.

Estaba lloviendo a chuzo, como era tradición en mi cumpleaños. Al menos eso no había cambiado desde el año anterior.

Aunque técnicamente no cumpliría 15, y prácticamente no podía tener la fiesta de 15 que yo hubiera querido, Esme y Carlisle se esmeraron intentando que fuera un día especial. Incluso me quitaron el bloque por el día. Todo un lujo.

Yo no le veía el sentido a la decoración. ¿Para qué mierda quería yo globitos con forma de corazón? Lo único que consiguieron fue que me dieran ganas de decirles por dónde se podían meter sus globitos. Eso hizo reír a Edward. E hizo reír a sus hermanos cuando se los contó. E hizo fruncir el ceño a Carlisle cuando los escuchó. La única que no supo lo que pensaba de sus globitos fue la bendita Esme, la de la idea de los globitos en primer lugar.

La llegada de los hijos pródigos fue memorable.

Se suponía que Carlisle iría a buscarlos en auto al terminal de buses de la ciudad, para traerlos. Pero ellos, pasándose por buena parte las órdenes de Carlisle, decidieron comprar un vehículo en Argentina y llegaron manejando a la casa, unas horas antes de lo planeado.

Cuando sentí el ronroneo de un motor desconocido acercarse por el camino a la casa por primera vez desde que había llegado, fui la única cuyo corazón se llenó de esperanza. Creí que era mi milagro de cumpleaños. Dios existía, había escuchado mis plegarias, y había decidido hacer justicia. ¡Aleluya hermanos!

Una mierda.

Los demás entraron en pánico, y Carlisle comenzó a disparar rápidas órdenes en inglés como un poseso. Yo intenté aprovechar el caos para salir corriendo al encuentro de mis salvadores, pero Esme me sujetó. Al parecer, su misión en el plan de huida consistía en sujetarme a mí. Pero el show sólo duró medio minuto, ya que Alice de pronto sonrió con alivio diciendo que sólo eran Rose y Emmett, que podía verlos a ellos llegando.

Todos suspiraron aliviados mientras a mí se me reventaba mi burbujita de esperanza.

Una mierda, como dije.

Pasado el alivio, Carlisle pasó de modo general en batalla a modo líder mosqueado. Pero nada borró la sonrisa de alivio de Esme, que seguía sujetándome como una araña de acero.

Salimos a recibirlos a la parte techada de la terraza, a tiempo de ver acercarse al jeep más grande que había visto en toda mi vida. Venía hecho un bólido salpicando barro, ya que llovía copiosamente.

No juegues en el bosque Where stories live. Discover now