14. "Ángeles"

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La voz de Dahlia me hace alzar la vista de la pantalla de mi computadora.

Me quedo en el aire durante unos segundos. Me siento un poco aturdida y desorientada, así que no logro comprender lo que dice de inmediato; sin embargo, poco a poco todo va tomando forma y sentido. Estaba tan inmersa en mi lectura, que ni siquiera me di cuenta de en qué momento se levantó de la mesa y se alistó para ir a la oficina.

Apenas si fui capaz de notar cuando Nate, su prometido, me besó la cima de la cabeza y se marchó.


Me aclaro la garganta, mientras que acomodo la tira que mantiene el cabestrillo en su lugar.

— ¿Me escuchaste? —Dice ella, con aire divertido.

—Si —miento.

— ¿Qué he dicho? —Me mira con las cejas alzadas.

Un balbuceo incoherente brota de mis labios y mi tía rueda los ojos al cielo mientras reprime una sonrisa.

—He dicho que no vayas a olvidar que tienes cita con el doctor Thompson esta tarde —dice, con aire reprobatorio. El tono maternal que utiliza hace que una punzada de dolor me atraviese el pecho de lado a lado; sin embargo, me las arreglo para esbozar una sonrisa suave.

—No lo haré. Estaré lista a las cinco.


Ella me sonríe de vuelta y hace amago de marcharse por la entrada principal del apartamento. Yo sigo su camino con la mirada sólo para verla detenerse en seco. Su atención se vuelca hacia mí una vez más y muerde su labio inferior, mientras que arruina el bonito labial que ha aplicado en él.

— ¿Estás segura de que no quieres acompañarme? —Suena nerviosa, de pronto.

Una punzada de algo que no logro identificar me recorre de pies a cabeza. La extraña y cálida sensación se extiende hasta las puntas de los dedos de mis pies y hace que me sienta pequeña y mimada.

—Estaré bien. No te preocupes por mí —digo, con suavidad. No me pasa desapercibido el hecho de que mi voz suena más aguda que de costumbre.

—La última vez que te dejé sola...

—Lo sé —la interrumpo y sacudo la cabeza para alejar los recuerdos aterradores que empiezan a filtrarse en mi memoria—. Siento mucho haberte asustado como lo hice. Prometo que no saldré de aquí sin avisarte.


La mirada preocupada y angustiada que me dedica sólo hace que la sensación dulce y cálida incremente.

—Si pudieses no salir en lo absoluto, lo agradecería —ruega, en voz baja y temblorosa—. Aún estás muy débil. Necesitas descansar.

—Prometo que me quedaré en casa —mi sonrisa se transforma en una tranquilizadora—. Ahora vete que vas a llegar tarde.

Ella toma una inspiración profunda antes de asentir.

—Te veo dentro de un rato —dice, finalmente, pero no se mueve de su lugar.

—Aquí estaré. No te preocupes.

Ella abre la boca para decir algo, pero parece pensarlo mejor y la cierra de golpe. Entonces, sin decir una palabra más, sale del apartamento.


En el instante en el que se marcha, el lugar se sume en un cómodo silencio. Lo único que lo irrumpe, es el sonido de los autos que pasan a toda velocidad por la calle, y el bajo volumen del televisor que Nate dejó encendido antes de marcharse a su despacho.

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