EPÍLOGO

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El olor a aceite quemado inunda mis fosas nasales en el instante en el que pongo un pie dentro de la enorme cocina de la cafetería donde trabajo; sin embargo, trato de no hacer ninguna mueca que delate el desagrado que me provoca.

Linda, una de las cocineras, me regala una sonrisa fugaz antes de colocar un emparedado de pollo sobre un plato para luego colocar un pequeño contenedor con aderezo a su lado. Sin perder el tiempo, me acerco a ella y lo tomo antes de murmurar un agradecimiento y abandonar la habitación.

"Sigue teniéndome miedo." Pienso, mientras que avanzo hacia el exterior del local. No me sorprende. Niara y Daialee dicen que me veo, incluso, más aterradora que Dinorah. Debo confesar que no es algo que me desagrade del todo. Después de todo, la bruja me agrada.


Una pequeña sonrisa se dibuja en mis labios, y me abro paso entre las mesas vacías del lugar hasta llegar a una de las que se encuentran cerca de la entrada principal. El hombre de edad avanzada que espera por su almuerzo, mira hacia el enorme ventanal del establecimiento y da un respingo cuando coloco el plato con cuidado frente a él.

El tipo me regala una sonrisa fugaz y una negativa de cabeza cuando le pregunto si necesita algo más y, en ese momento, me retiro del lugar en el que se encuentra y avanzo hasta la caja registradora, donde Daialee se encuentra ordenando unos tickets viejos.

—No olvides que te toca hacer la cena hoy —dice, en un susurro bajo y sonrío un poco más.

—Esta noche cenamos congelados —bromeo y ella sonríe, también.

—No te atrevas, Marshall —musita y, entonces, toma el montón de pequeños trozos de papel y se encamina en dirección a la oficina del dueño para hacerle saber que tenemos el cierre del turno matutino listo.

Me quedo a solas durante un rato y poso mi vista en la calle que se dibuja del otro lado de los enormes paneles de cristal. Este lugar es tan diferente de la ciudad...

Un suspiro se me escapa y me coloco detrás de la registradora justo a tiempo para recibir a un cliente deseoso por pagar su cuenta y marcharse.


Hace apenas dos meses que empezamos a trabajar en este aquí. Hace seis que nos mudamos a Bailey, Carolina del Norte. No voy negarlo: fue un cambio radical; sin embargo, no podíamos hacer otra cosa. No después del lío en el que nos vimos envueltas las brujas y yo...

Aún no recuerdo del todo qué fue lo que pasó esa noche -ni los días que le siguieron a ella- pero, gracias a las versiones de las mujeres con las que ahora vivo, y a las vagas imágenes que tengo acerca de lo que ocurrió, he podido armar una versión que me ha sido lo suficientemente convincente como para dejar de obsesionarme con todo eso. Una que me ha permitido salir de la burbuja que empecé a crearme cuando desperté y me di cuenta de que mi mundo había cambiado para siempre.


Esa noche -la noche en la que fui recuperada de las manos del Arcángel Rafael-, supe que Dahlia había muerto; supe, también, que un ángel apoderó del cuerpo de Nathan y que estuvo vigilándome durante mucho tiempo. El suficiente como para acostumbrarse a la vida humana y a anhelarla...

Me enteré, también, de que, a los ojos de todo el mundo, Bess Marshall está muerta. Las noticias dijeron que fallecí en el mismo fatídico accidente que mi tía y su prometido y que, a pesar de que nunca encontraron mi cuerpo, el mundo entero se conmocionó con la trágica historia de la chica huérfana que sobrevivió a un accidente automovilístico de dimensiones atroces, para morir casi tres años después; gracias a una explosión provocada por un montón de tuberías de gas en mal estado.

DEMON © ¡A la venta en librerías!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora