Capítulo 27

404K 26.7K 28.7K
                                    




Harry se aparta de mí con brusquedad y une su frente a la mía. Su aliento cálido y mentolado me roza los labios sensibles por nuestro contacto urgente, pero no me atrevo a abrir los ojos. No cuando soy una masa temblorosa y ardiente a punto de estallar.

—Estás despidiéndote de mí —no es una pregunta. Tampoco es un reproche. Él sabe que no estoy dispuesta a quedarme. Sabe que no puedo hacerlo, así que me quedo callada y dejo que mi respiración temblorosa y agitada hable por mí. Dejo que el vacío amargo de la ausencia de mi voz sea su única respuesta.

En ese momento, su tacto áspero abandona mi cuello para deslizarse hasta mi mejilla. Entonces, con su pulgar, traza caricias dulces en ella.


—No estoy dispuesto a volver atrás, Maya —susurra, con la voz enronquecida por las emociones—. Si esto es una despedida, que lo sea. Ya no puedo vivir atado a la sombra de lo que fui cuando estaba contigo.

—No quiero que lo seas —mi voz es un susurro débil, pero me obligo a mirarlo—. No te aferres a ese chico porque sé que ya no existe. Tú también lo sabes.

—Tú tampoco eres la misma —en sus ojos veo algo que no estaba ahí hace unos instantes. Veo una mezcla de tristeza, certeza y... ¿orgullo? —. Eres diferente ahora y... y estoy feliz por eso.

Una risa amarga brota de mis labios, pero en realidad quiero echarme a llorar.

—Soy una mierda —trato de sonar divertida, pero no lo logro ni por asomo—. No tengo una puta idea de qué es lo que quiero. Hace unos días estaba diciéndole a Paula que iba a luchar por ti —lo miro a los ojos—, por lo que sentía... —sacudo la cabeza—, y hoy estoy aquí, diciéndote que quiero alejarme de ti. Mereces algo mejor que esto, Harry, ¿es que acaso no lo ves?

—Lo único que yo veo es a una chica que lucha constantemente —dice con una vehemencia que me eriza la piel—. Lo único que veo delante de mis ojos, es la lucha que tuve yo cuando te vi aquella noche en la bodega, después de un año de no haber sabido absolutamente nada de ti —sus ojos se cierran unos segundos, como si tratara de evocar el recuerdo—. Mi cabeza me decía que te dejara a tu merced, que no era mi problema si habías decidido drogarte en una fiesta clandestina. Que, si te habías convertido en ese tipo de persona, ya no eras la chica de la que yo me había enamorado; pero mi corazón... —una pequeña y dolorosa risa lo asalta—. Mi idiota corazón no paraba de gritarme que eras tú, que estabas ahí y que debía hacer algo para protegerte —la comprensión en su rostro me hace querer tirarme por la ventana. No merezco esto. No merezco que acepte mi puta indecisión. No merezco que un chico como él me vea con la adoración con la que lo hice—. He estado ahí, Maya. Sé lo que se siente tener una maldita revolución en el cuerpo.

— ¿Por qué? —Susurro, con frustración, mientras trato de empujar el dolor en lo más profundo de mi ser—, ¿por qué tienes que decirme estas cosas cuando me siento de esta manera?, ¿por qué tienes que hacerlo siempre tan difícil?

Una pequeña risotada brota de su garganta en ese momento y me contagia.


Entonces, nos quedamos aquí, el uno frente al otro, con las frentes unidas y un mar de cosas sin decir arremolinándose entre nosotros.

—Sea lo que sea que vayas a decidir, Maya —dice, en voz queda y dulce—. En cualquier aspecto de tu vida... —se aparta para mirarme a los ojos con determinación—, no te arrepientas. Asegúrate de no arrepentirte nunca, ¿de acuerdo?

MONSTRUO ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora