Coincidencia.

1.4K 90 32
                                    

Sus ojos se posaron en la manija de la puerta de su cuarto, dudaba si ir al instituto o no, ya había pasado una semana desde que no iba, en esos días una gran tristeza le impedía hacer de todo, estaba muy decaído y se sentía más solo que nunca antes, pero ya tenía que ir. Los padres del castaño no les importaba lo que hiciese su hijo, y eso favorecia bastante al adolescente. Diego no quería a sus padres, y lo admitía sin problemas, el les tenía mucho rencor por como lo trataron toda su vida. Él vivía con su madre ya que ella había ganado la custodia, ella nunca estaba en casa, el no tenía ni la menor idea de donde se encontrará, aunque tampoco le importaba mucho que digamos.

Ya habían pasado dos días desde que fue donde aquel psicólogo tan particular, hoy le tocaba ir nuevamente. El castaño decía que sus padres solo desperdiciaban dinero, y aunque tuviera un poco de razón, quizás si tenia que ir a un psicólogo, ya que era un chico que emanaba tristeza, sus ojos eran realmente tristes, cosa que el trataba de ocultar con su flequillo. Al salir de su casa fue hacía la esquina a esperar el bus escolar, no tardo más de diez minutos y ya se estaba subiendo. Camino hasta el fondo del bus, en el camino varías miradas se posaban sobre el, algunas amables, otras con cierto desagrado, al llegar al final una chica se encontraba prácticamente hechada en los asientos, tenía el cabello negro, era pálida, ojos maquillados de color negro, ropa de el instituto y un flequillo que apenas dejaba ver sus ojos color marrones.

—¿Que tal?—preguntó la chica al ver al castaño.

—Todo igual que siempre.—respondió el castaño sin interés.—¿Y que hay de ti, Cristina?

—Dime Cris.—alegó la azabache.

—Sólo lo decía para molestarte.—el chico sonrió por primera vez en el día, aunque su sonrisa era frívola.

—Tus ojos no sonríen. Oh...¿y que tal tu psicólogo?—preguntó interesada.—¿Es guapo?.

—Que se yo, no me interesa si es guapo.—refutó.—No hablamos nada importante. Solo se que se llama Thomas, tiene unos veinte y cinco años, es un poco bipolar.—dijo recordando al psicólogo.—Ah, y me salvo de que casi me atropellaran.—agregó.

—¿Wtf?—pregunto extrañada.—¿Te trataste de suicidar o que mierda?.

—No.—negó con la cabeza y sonrió de lado.—Bueno, tu sabes que soy muy despistado y esas cosas. Lo que paso es que al salir de la clínica, andaba súper distraído recordando un par de cosas y cruze la calle sin mirar, justo venía un auto y Thomas apareció de la nada y me empujo y callo sobre mi.

—¿Apareció de la nada?—inquirió más que extrañada.

—Había olvidado mi mochila y el me la quería devolver.

—Ósea que si el psicólogo Thomas ese, no hubiera aparecido...quizás tú en este momento no estarías aquí conmigo.—dijo un poco molesta.

—Así es.—respondió como si nada.

—Idiota, fíjate más cuándo cruzas la calle. No me quiero quedar sin amigos.—la azabache golpeo el brazo del castaño y este nisiquiera reaccionó.

—¿Y yo que soy? ¿un poste de luz? ¿como que no te quieres quedar sin amigos? ¿y yo?—pregunto Cristián, quién acababa de subir al autobús, era un chico bastante normal, y no se veía depresivo como sus dos amigos, era rubio, ojos celestes, alto, simpático, aunque bastante engreído.

—Si. Eres un poste de luz.—bromeó el castaño.

—No porque ambos midan un insignificante metro sesenta y yo un metro setenta y cinco, significa que sea un puto poste de luz.—se defendió el rubio.

El hombre que me salvo [BL].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora