Capítulo 1: La petición

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(4 de septiembre de 3017)

—¡Daven Haugen! —gritó Dagna con furia en su voz. El muchacho salió corriendo en cuanto oyó los chillidos de su abuela paterna: le había descubierto robando su caja de costura. Con prisas, huyó del escenario del crimen y subió las escaleras de caracol para llegar a su cuarto y encerrarse.

Con la respiración agitada por la carrera, el pequeño de los Haugen se sentó pesadamente en frente de una cómoda con espejo en su habitación.

—Menudo genio... —resopló mirando hacia la puerta, con miedo a que la anciana la echase abajo. Entonces, agarró una aguja de la caja; observó unos segundos el puntiagudo filamento de metal y, con decisión, se lo clavó en el lóbulo.

—¡Joder! ¡Cómo duele!—masculló apretando los dientes. Sacó la aguja de la herida y procedió a limpiarla con alcohol. Alcanzó un arete dorado que estaba encima de la mesita y se lo puso en el agujero recién perforado—. Ya está —suspiró aliviado mientras comprobaba el resultado en su reflejo: a pesar de que su oreja estaba bastante hinchada, le gustó cómo le quedaba el cuarto pendiente.

Se levantó del asiento, se puso un abrigo y se dirigió a la puerta con la caja de costura para devolvérsela a su enfadada abuela. Pero justo antes de salir, notó que le faltaba algo.

Se echó una mano al pelo y comprobó que lo llevaba suelto, rozándole los hombros; inmediatamente le invadió una sensación de inquietud, dejó la caja en el suelo y se apresuró a revolver los cajones del tocador.

—¿Dónde está? —preguntó ansiosamente en voz alta al no hallar lo que buscaba. Corrió hasta la cama y se agachó para mirar debajo de esta. Respiró con alivio al encontrar la pulsera de cuentas negras que le había regalado su hermano junto a un gurruño de calcetines. Se irguió y ató su cabello gris en una pequeña coleta.

Recogió la caja de costura del suelo y salió de su habitación; primero iría a devolver lo que había cogido prestado y después al almacén para encontrarse con el jefe del clan: Daven llevaba posponiendo un asunto importante varias semanas, pero había decidido no dejar pasar más tiempo y hablar con su padre acerca de ello.

Bajó las estrechas escaleras de caracol que conectaban el último piso con el tercero, en el cual se encontraban el resto de las habitaciones de los Haugen. Daven tenía su cuarto en el desván gracias a su insistencia y terquedad, cualidades heredadas de su padre: el día en el que por fin dejó de compartir dormitorio con sus dos insoportables primos gemelos fue uno de los más memorables de su vida.

Después de recibir un sermón y una buena colleja por parte de su abuela, el muchacho descendió otras dos plantas frotándose la zona dolorida y maldiciendo por lo bajo. Salió al exterior a través de la armería, situada en la zona trasera de la guarida; ese día no nevaba y la temperatura, de aproximadamente cinco grados, era relativamente buena, por lo que Daven no se molestó en abrocharse el abrigo.

Mientras se dirigía al almacén, observó los alrededores del enorme refugio: desde que un snøulv consiguió sobrepasar los muros de defensa que rodeaban el lugar y casi mata al pequeño de los Haugen, se había extremado la precaución y se reforzaron con vallas eléctricas.

Al recordar el día en el que su hermano le salvó de una muerte segura, un fuerte sentimiento de melancolía se apoderó de Daven y dejó de caminar por unos instantes. Ya habían pasado doce años desde la muerte de Kell, pero le seguía echando tanto de menos como el primer día.

El chico de pelo gris profirió un largo suspiro acompañado del vaho que produjo su aliento en el ambiente frío que le rodeaba. Probablemente su hermano no querría que estuviese triste por él, por lo que Daven recuperó su sonrisa habitual y prosiguió su camino hacia el almacén.

Se encontró con que el portón ya estaba abierto, por lo que sacudió sus botas contra el suelo para quitarles la nieve y accedió a la estancia. Buscó con la mirada al hombre corpulento y de frondosa barba cobriza; se lo encontró agachado y de espaldas a él, trajinando con unas herramientas en el cuadro eléctrico de la depuradora: Greyfell estaba tan concentrado en su tarea que no se dio cuenta de que su hijo había entrado, y aquella oportunidad no iba a ser desaprovechada por Daven.

Con una expresión maliciosa, se acercó lentamente a su padre hasta situarse justo detrás; entonces, cogió aire y gritó con todas sus fuerzas:

—¡Fuego!

El chillido sobresaltó tanto al hombre que, del susto, lanzó la llave inglesa que estaba sosteniendo por los aires. En el trayecto, la herramienta casi golpea a Daven en la cabeza, pero logró esquivarla por los pelos. El mayor se levantó enfadado del suelo y, frunciendo el ceño, miró con desaprobación al travieso chico.

—Por el amor de Dios... —comenzó a decir mientras frotaba su frente, como si tratase de aliviar una migraña provocada por Daven—. Un día de estos me vas a matar. Al ver que el muchacho se estaba aguantando la risa, suspiró con resignación y fue a recoger la llave inglesa que fue a parar a la otra punta del almacén. Para cuando volvió junto a la depuradora, Daven ya había estallado en una risotada.

—Perdona papá —logró decir entre carcajadas—. Pero como continúes lanzando herramientas así al aire, el que va a acabar muerto soy yo.

Greyfell puso los ojos en blanco: su hijo realmente no tenía remedio, pero debía admitir que a veces le encontraba cierta gracia a sus bromas.

—¿Qué es lo que quieres? —preguntó el jefe del clan mientras volvía a arrodillarse para continuar reparando la máquina.

Las risas de Daven se apagaron y carraspeó para aclararse la garganta: no sabía cómo pedírselo a su padre, pero debía obtener su consentimiento.

—Papá... hace tres semanas cumplí dieciocho años —comenzó a explicar con cierto nerviosismo. Greyfell levantó una ceja ante el comportamiento de su hijo.

—Y... bueno, me preguntaba si tal vez... —continuó sin atreverse a mirar directamente a los ojos verdes de su padre.

—Vete al grano —exigió el jefe del clan. Conocía bien a su hijo, y cuando balbuceaba como su sobrino Royd, es que algo le inquietaba. Daven reunió todo el valor posible, y finalmente decidió que lo mejor era decírselo sin tapujos:

—Yo...

SHENNONG [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora