Capítulo 2: Falta de confianza

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—Yo... quiero unirme a la partida de caza.

Al escuchar la petición de su hijo, Greyfell dejó inmediatamente de arreglar la máquina y, todavía agachado, lo observó con sorpresa; tardó unos segundos en asimilar sus palabras, pero finalmente se levantó y analizó con una mirada intimidatoria al chico. Daven intentó permanecer impasible ante su padre, pero a penas lo consiguió: el jefe del clan le imponía bastante.

—Por supuesto que no —gruñó cruzándose de brazos.

La contestación acababa de echar por tierra las esperanzas de Daven; sin embargo, no se rendiría tan fácilmente.

—Pero papá, ¡estuve entrenando! —exclamó con frustración el pequeño de la familia—. Soy perfectamente capaz de defender el refugio... ¡y ya soy mayor de edad!

—¿Acaso has olvidado lo que le ocurrió a tu hermano? —preguntó el mayor con enfado; se podía ver reflejado el dolor en su envejecido rostro: la muerte de Kell en una misión de caza a causa de un snøulv había sido lamentada durante muchos años, y el cabeza de familia no quería perder al único hijo que le quedaba.

—Claro que no lo he olvidado —respondió molesto—. Y eso me da más motivos para querer ser como Kell y ayudar a nuestro clan a sobrevivir —terminó con rotundidad.

Greyfell se acarició la barba pensativo: la determinación de su hijo por unirse a los cazadores le dejó impresionado, pero eso no le haría cambiar de opinión.

—Sigue siendo un no —concluyó antes de girarse para empezar a guardar las herramientas en la estantería contigua a la depuradora.

—Pero... —reclamó Daven; sin embargo, la presencia de alguien más en el almacén interrumpió su inminente berrinche.

—¡Enano! —exclamó Astryd con alegría mientras se aproximaba al desprevenido chico y le revolvía el pelo con energía.

—¡No soy un enano! —se quejó a la vez que se zafó de su tía—. ¡Mido ciento sesenta y cinco centímetros! —argumentó con enojo.

Astryd siempre era demasiado efusiva con él, pero lo que de verdad le molestaba era que le tratase como a un niño pequeño. La mujer de pelo cobrizo y ojos verdes se rió antes de dirigirse a su hermano mayor.

—¿Qué tal, Greyfell? —saludó al corpulento jefe. La única respuesta que obtuvo de él fue un bufido malhumorado: la conversación con su hijo le había alterado tanto, que encontrar el sitio de la llave inglesa le estaba costando más de lo debido.

—¿La depuradora está dando problemas otra vez? —preguntó la cazadora mientras se acercaba a la máquina y la examinaba detenidamente.

—Ya la he arreglado —contestó nada más terminar de guardar las herramientas en la estantería. Justo entonces, la enorme máquina profirió un chirrido seguido de un estruendo muy fuerte. En ese momento, un humo oscuro comenzó a salir del cuadro eléctrico. Astryd no se pudo aguantar las carcajadas, haciendo que Greyfell se pusiese rojo de la vergüenza. A pesar de que Daven estaba molesto con su padre, tampoco pudo evitar sonreír ante la graciosa situación: el sentido del humor de su tía era muy parecido al suyo.

Una vez Astryd se hubo calmado, intentó analizar la fuente del problema con seriedad; se agachó delante del cuadro eléctrico y se dispuso a inspeccionarlo. Al abrir la pequeña puerta metálica, una bola de humo salió al exterior, haciendo toser a la cazadora. Después de un rato observando el cableado, se levantó del suelo y se dirigió a su hermano y a su sobrino.

—Ahí está el problema —dijo señalando la bomba de agua, la cual estaba conectada al cable quemado—. Probablemente el filtro se haya estropeado, por lo que vamos a necesitar sustituirlo.

—¿Sustituirlo? —bramó Greyfell—. ¿Y dónde piensas encontrar otro filtro, si se puede saber?

—Bueno... —empezó a decir la mujer a la vez que una sonrisa astuta aparecía en su rostro—. Hace dos días, en la partida de exploración, encontramos un refugio abandonado no muy lejos de aquí.— Greyfell escuchó con escepticismo a su hermana, mientras que Daven lo hacía con fascinación.— Solo nos llevamos algunas armas y otros objetos de valor, pero no llegamos a comprobar si tenían una máquina depuradora.

—¿Sugieres volver a saquear el lugar? —preguntó el robusto hombre.

Astryd asintió con firmeza y se giró hacia su sobrino, el cual estaba suplicando con la mirada que le dejasen ir con ellos.

—Hermano, ¿no crees que ya va siendo hora de que Daven vaya a una misión de reconocimiento?

Daven observó expectante a su padre: Greyfell le frunció el ceño a Astryd al adivinar sus intenciones manipuladoras, pero antes de que pudiese responder, la mujer se le acercó y le rodeó los hombros con un brazo.

—Vamos Greyer... —El hombre la miró con recelo, ya que solo le llamaba así cuando intentaba conseguir algo de él.— ¿No ves que tu hijo se muere de ganas de ir? —dijo intentando persuadir al testarudo jefe—. Además, no va a ser peligroso —añadió para que su hermano no tuviese ninguna excusa para no dejar a Daven acompañarles. Greyfell se quedó en silencio durante un rato; finalmente pegó un largo suspiro y se apartó de su hermana.

—Haced lo que queráis —resopló derrotado.

Daven no creyó lo que había escuchado y, con una gran sonrisa, corrió para abrazar a su tía y a su padre fuertemente.

—¡Gracias! —exclamó con entusiasmo mientras los seguía estrechando—. ¡Muchísimas gracias!

—Saldremos dentro de una hora —le advirtió su tía mientras le daba unas palmaditas en la cabeza—. Será mejor que te vayas a preparar.

El chico de pelo gris deshizo el abrazo y asintió con energía antes de salir corriendo del almacén.

Astryd miró de reojo a su hermano mayor, que observaba el portón metálico por el que acababa de irse su hijo con extrema preocupación.

—Debes confiar en tu hijo —dijo en un suspiro.

Greyfell sabía perfectamente que su negativa a que Daven les acompañase no era por falta de confianza en él, sino por miedo: si también perdía a su hijo pequeño, no sabía qué sería de su vida.

SHENNONG [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora