Capítulo 7: Odio visceral

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No podía ser. Aquello no podía ser cierto. ¿El tío Ricci seguía vivo?

—No... —masculló Daven con incredulidad.

Con la tez blanca como un papel y recubierto en sudor frío, el chico se levantó de la silla, todavía sujetando los papeles con fuerza. ¿Y ahora qué? ¿Debería contárselo a los demás?

—"Debo hacerlo" —pensó con decisión. ¿Cómo iba a ocultar algo tan importante?

De repente, cayó en la cuenta de que Astryd no se tomaría las noticias demasiado bien. Aquello paralizó al pequeño de los Haugen, que se debatía entre contar la verdad o encubrirla.

Sin saber qué hacer, Daven se quedó clavado en el sitio; entonces, Greyfell y su tía salieron de la cocina. Astryd le mostró a su sobrino con una expresión triunfante el filtro que habían recuperado de la depuradora.

—¡Misión cumplida! —exclamó alegremente la cazadora.

Daven escondió instintivamente los papeles tras su espalda: si le enseñaba lo que había encontrado en el escritorio, sin duda su tía caería en otra depresión parecida a la de después de que echaran a Ricci del refugio.

—Ya está anocheciendo —señaló Greyfell mientras se asomaba a la ventana rota que estaba al lado de la puerta—. Será mejor que nos acostemos ya para recuperar fuerzas para mañana.

—Tienes razón —dijo Astryd antes de empezar a sacar un saco de dormir de su mochila y extenderlo en el suelo—. Enano, si quieres puedes usar la cama —le sugirió.

—Prefiero el suelo —contestó con una sonrisa forzada. En esa cama había dormido el ermitaño que fue asesinado por Ricci y no se sentiría cómodo usándola.

Su tía se encogió de hombros y se sentó encima de su saco para sacar de la mochila un bocadillo, pegándole un buen mordisco; Daven no tenía ni pizca de apetito.

—Hijo —le llamó Greyfell—. ¿Podemos hablar un minuto afuera?

Daven tragó saliva y asintió: debía aprovechar aquella oportunidad para contarle a su padre lo de Ricci sin que su tía estuviese delante. Ambos salieron de la cabaña en silencio; Daven había metido los papeles en el bolsillo de su abrigo y los apretaba fuertemente con la mano.

Se alejaron unos cuantos metros del refugio: a pesar de que era tarde, el viento casi no soplaba y había una extraña quietud en el ambiente.

—Daven —empezó a decir el jefe del clan—. Yo... —Se aclaró la garganta antes de continuar—. Me gustaría decirte que hoy aguantaste muy bien el viaje —admite finalmente.

Lo último que el muchacho se esperaba oír de su padre en ese momento eran esas palabras.

—¿Qué? —preguntó con sorpresa. ¿El jefe del clan acababa de elogiarle? ¿A él?

—Llegarás a ser un gran cazador —terminó de decir el mayor.

Daven no podía creer lo que había oído: su padre le estaba dando permiso para hacer lo que siempre quiso, y se sintió muy feliz por ello; sin embargo, se reprimió y decidió que sería mejor contarle lo del tío Ricci cuanto antes.

—Papá —comenzó a explicar el chico—. Hay algo que...

—Espera hijo, déjame terminar —le interrumpió con autoridad.

—¡No lo entiendes! —respondió con frustración—. ¡Es acerca del tío Ricci!

Justo en ese momento, una flecha se clavó en la nieve a los pies de ambos, alarmándolos del peligro inminente. Daven miró a su padre con miedo; Greyfell se agachó para recoger el proyectil, pasando un dedo por el astil hasta la pluma de color rojo y blanco. Entonces, tiró la flecha y se levantó a prisa.

—Rápido Daven, hay que volver al refugio —dijo con urgencia en la voz.

El muchacho no tuvo tiempo de contestar ya que otra flecha atravesó el aire velozmente; solo que esta vez no fue a parar al suelo, sino al pecho de su padre. Greyfell contempló a su asustado hijo durante unos segundos antes de proferir un lastimero gruñido y desplomarse pesadamente sobre la nieve.

Daven estaba en shock: no podía asimilar lo que acababa de ocurrir ante él. Su cuerpo temblaba descontroladamente y la vista se le nubló ya que las lágrimas amenazaban con salir de sus ojos. Empezó a caminar lentamente hacia su padre y se arrodilló a su lado.

—¿Papá? —preguntó temeroso, tocándole el brazo delicadamente.

Como no hubo respuesta, Daven le empezó a zarandear energéticamente mientras las lágrimas caían a borbotones por sus mejillas.

—¡Papá! —gritó desesperado y con la respiración entrecortada: por mucho que le llamase, Greyfell no despertaba.

Debido al chillido y a los sollozos, Astryd salió alarmada de la cabaña y se acercó corriendo hasta su sobrino.

—¡Enano! ¿Qué es lo que...? —Justo entonces observó con horror el cuerpo de su hermano en el suelo: la sangre empezaba a extenderse a su alrededor como un manto rojo escarlata.

—Greyer —murmuró con los ojos muy abiertos.

Antes de entrar en pánico, la cazadora se apresuró en agacharse y posar dos dedos en el cuello de Greyfell para comprobar si todavía respiraba.

Después de unos segundos de tensión y esperanza, Astryd negó con la cabeza y le cerró con tristeza los párpados a su fallecido hermano mayor. Ante aquello, Daven se sentó en la nieve sin fuerzas y se echó las manos a la cabeza.

Por primera vez, el corazón de Daven experimentó algo que jamás había sentido antes: odio. Un odio visceral hacia el responsable de la muerte de su ser más querido en este mundo. Un odio profundo que le llevó a cuestionarse si merecía la pena seguir viviendo. Un odio... por el que sería capaz de matar.

SHENNONG [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora