Capítulo 2: Más segura que nunca

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La taberna La jarra hasta arriba había crecido mucho tras el fracaso de Talaved. Si Nueva Tabsa ya era considerada como una potente oportunidad económica, fuera directamente por la extracción de hierro de sus minas o de forma indirecta por la multitud de nuevos habitantes en la ciudad, ahora se había convertido también en un lugar de peregrinación para curiosos y creyentes de las viejas leyendas, que querían conocer de primera mano la tierra del Héroe Dalan. Fue una suerte extra para muchos de los comerciantes de la zona, uno de ellos, precisamente, el dueño de La jarra hasta arriba. Su taberna no sólo estaba bien situada, a dos calles de la plaza donde se elevaba cuarenta metros hacia el cielo el famoso Árbol del Héroe, sino que las fuerzas del orden también pasaban sus horas de ocio y servicio en dicho local. Eran buenos comensales y pagaban bien, además de que ellos no provocaban ni permitían altercados o peleas en la taberna. Con todo esto, incluso pudo comprar la casa de al lado, lo que contribuyó a la ampliación de su negocio y a la contratación de tres camareros y un gran cocinero con los que tenía bien atendidos a sus clientes, cada vez más numerosos. Hasta presumía de poseer una de las cartas más variadas de la ciudad, en claro contraste con la situación de la taberna en sus primeros años de vida.

Entre sus empleados había uno que destacaba sobre los demás, una chica joven, pero bastante más trabajadora que el resto. Delgadita, aunque con buenas curvas, deleitaba a todos los varones con sus idas y venidas de una mesa a otra, zigzagueante su larga trenza morena que recorría toda la espalda mientras el ceñido uniforme, delantal incluido, dejaba a la imaginación mucho menos de lo que la chica desearía. Por contra, navegando entre las babas de los que la observaban, sí había un hombre por el que no le importaba llevar dicho atuendo, un atractivo miembro del ejército que rondaba la treintena, de escasa barba y pelo castaño hasta los hombros. Era conocido por todos, en general por ser el encargado de la seguridad de Nueva Tabsa, y, en particular, por los rumores sobre sus hazañas en el Inframundo mientras se desarrollaba el plan de Talaved. No eran pocas las gestas que se le atribuían, la mayoría iniciadas de boca de los más imaginativos juglares, e incluso se decía que él mismo arrojó al Gran Demonio a la que finalmente fue su tumba. Frel, que así se llamaba, intentaba desmentir tales afirmaciones, pero no tardaba demasiado en desistir, con las mejillas sonrosadas y una sonrisa de oreja a oreja cuando insistían sólo un poco los que le rodeaban y adulaban.

Frel no era un mal jefe, aunque le gustaba que se hicieran bien las cosas. Solía estar encima de sus subordinados más inmediatos para que estos estuvieran atentos a los suyos y no les permitiesen dormirse en los laureles durante las pesadas guardias nocturnas o en las rondas por la ajetreada ciudad por el día. De hecho, desde su nombramiento, Nueva Tabsa había ganado mucho en cuanto a seguridad. Los robos habían descendido notablemente y hasta algunos de los más importantes hombres de negocios prescindían ahora de los mercenarios a los que hacía un tiempo alquilaban sus servicios como escoltas o guardias para sus locales. Podía decirse que el territorio era mucho más atractivo de cara a ser visitado o para probar fortuna en algún negocio sin temor a ser asaltado en cualquier momento por algún ladrón o estafador, muchos de estos arrestados en las nuevas dependencias hechas a conciencia para tal uso muy cerca del Árbol del Héroe. De ahí, quizá, que La jarra hasta arriba fuera la taberna favorita de Frel, o eso decían los rumores, aunque, en realidad, dicho negocio traía muy buenos recuerdos al militar.

Visdá, la atractiva camarera de larga trenza, corría, como de costumbre, de una punta a la otra según iban solicitándola los clientes. No le hacía demasiada gracia trabajar más que sus otros dos compañeros, una mujer y un hombre que casi le doblaban en edad, pero debía admitir que las numerosas propinas bien merecían las duras y largas jornadas, suponiendo un muy jugoso extra que equilibraba las desventajas de un sueldo algo más bajo de lo normal. Disfrutaba de únicamente un día libre por cada ocho trabajados, pero nadie más hasta el momento le había dado la posibilidad de trabajar en la ciudad, sólo el dueño de esta taberna, el cual descubrió las ventajas de contar con una empleada tan atractiva en el mismo instante en el que ella entró en el local. La joven se apoyó en la barra y le explicó que buscaba trabajo de camarera. En ese momento, los varones presentes, además de una de las mujeres que solía frecuentar el lugar, giraron sus cabezas hacia ella y se quedaron embobados. El tabernero no iba a negar que también a él le parecía sumamente bonita, pero, como decía cada vez que le preguntaban, "no era su tipo". Lo que tampoco le había contado a nadie era que su corazón ya había sido embrujado; por la ruda y arisca frutera de la acera de enfrente. ¿Qué podía hacer? Siempre le gustaron las mujeres difíciles y con mucho carácter.

Los hijos de Daes (Saga ojos de reptil #3)Where stories live. Discover now