Capítulo 5: Pacientes

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El rojo que se alejaba de Nueva Tabsa, realmente agotado, recorrió unos cuantos kilómetros más hasta cerciorarse de que no le estaban siguiendo. Cuando lo creyó conveniente, descendió al suelo, posándose en este con más problemas de los que había imaginado desde las alturas. Al mirar hacia la pata trasera que tanto le dolía descubrió una fea herida en el muslo, abierta, sin duda, por un certero mordisco.

Cojeando, fue dando pequeños brincos hasta el cercano riachuelo. Mientras lo hacía, en su cabeza no pudo dejar de darle vueltas a la lucha contra esos insignificantes reptiles. Eran muy distintos a él, cubiertos sus cuerpos por pelos en lugar de escamas, aunque debía reconocer que su piel era casi tan dura como la suya.

—¡¿Cómo diablos han podido repeler mi ataque?! —gruñía en voz alta, en una lengua que esa tierra dejó de oír hacía milenios—. Soy uno de los Hijos de Daes. ¡¿Tan debilitado me encuentro?! Ni siquiera tras la nefasta batalla en la que tantos hermanos perecieron me sentí tan débil.

El rojo pensó que no habría ninguna otra criatura en los alrededores, ahuyentadas tras el rugido que lanzó a fin de evitar miradas curiosas. Por contra, lo que hizo fue atraer a una tan colosal como él mismo.

El recién llegado, otro de los ancestrales, bajó veloz en dirección al herido. Sin duda, se encontraba en mejor condición física, aunque a lo largo de su cuerpo, aún más profundas en la cabeza, se vislumbraban una especie de grietas, serpenteante dibujo con la irregular y retorcida forma de los rayos.

—¡¿Qué te ha pasado?! —le gritó una vez posado en el suelo, aunque creía conocer la respuesta.

—Nada; es sólo una herida.

—Hecha porque no seguiste mis instrucciones. —El que hablaba lo hizo con los ojos entrecerrados y a un menor volumen de voz, intentando reprimir un rugido que habría hecho helar la sangre de quien lo oyera aún a kilómetros de distancia.

—¡No pude evitarlo! ¡¿Quieres que tras tanto tiempo encerrado en esa gema aguarde indiferente mientras observo a esos inferiores reptiles dominar nuestros cielos?! Debía enseñarles que no son nada respecto a nosotros.

—¡Pero no aún! Acabas de volver y no tienes el poder de antaño. Lo recuperarás, desde luego, aunque únicamente si vives para hacerlo. Con tu impaciencia sólo has conseguido dos cosas: que casi te maten y revelar demasiado pronto nuestra presencia.

—¡¿Y qué más da?! Aún débil, he podido enfrentarme a dos de esos dragones y uno de ellos cayó muerto ante mis garras.

—¿Muerto? Acabo de ver volando en el sur a dos de color blanco, uno terriblemente herido, ¡pero vivos ambos! No, no lo mataste. Ahora, mira tu estado. Si en lugar de dos hubieran habido cuatro, o sólo tres, quizá habrías sido tú el derrotado.

El increpado agachó las orejas, mordiéndose la lengua. El otro tenía razón, pero no iba a dársela. En su lugar, se lamió la herida del muslo, que ya había dejado de sangrar, y se concentró en un hechizo curativo que aceleraría la ya de por sí rápida recuperación de los ancestrales.

Ambos bebieron agua en abundancia, e incluso comieron de un par de jabalíes que pasaron por la zona. Los animales debían haberse sentido desorientados tras rebotar el sonido del rugido del primer dragón en los árboles y elevaciones rocosas de alrededor, lo que provocó que el eco les hiciera dudar de su procedencia.

Algo más recuperados, el más sano retomó la conversación.

—A partir de ahora, seguirás mis órdenes sin rechistar. —El otro fue a replicar, pero cerró de nuevo el hocico ante la terrible mirada del que tenía al frente—. Supongo que, encerrado como yo en una de las esmeraldas, pudiste oír todo lo que acontecía a tantos metros sobre nuestras cabezas, en la superficie.

Los hijos de Daes (Saga ojos de reptil #3)Where stories live. Discover now