- I. Vete de aquí

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El ruido de las finas gotas de lluvia llegaban hasta los oídos del famoso y popular Budo Masuta. Y no era necesariamente que su insomnio fuese ligado al estado del clima, simplemente no podía dormir. Habría sido quizás el dolor de su leve lesión en la espalda de la semana pasada que no lo dejaba acomodarse muy bien en su cama, o quizás también tenía que ver que estaba un poco presionado por el exámen de biología que tendrían en un poco más de un mes.

Su caminar fue silencioso. Caminaba con los talones para intentar no hacer eco, lo más pegado a la pared posible. Muchos, en su escuela, lo acosaban de que venía de una dinastía de ninjas. Otros -por no decir que las mujeres...- se aficionaban con él y decían que él era un príncipe perdido, heredero de un legado samurai. La verdad era que él sólo era un muchacho bien parecido, cara bonita, de carácter sereno y una hermosa sonrisa, que tenía una pasión por las artes marciales y era el líder del club de karate de la escuela.

Sintió pues el césped mojarle la planta de los pies. Seguía con aquella coqueta sonrisa, caminando sin importar mojarse por todo su jardín. Llegando, pues, a uno de los dos pares de árboles que la familia había plantado por generaciones. Fue ahí, en el tronco de uno de los gigantes naturales que dejó reposar su espalda y se dedicó a hacer lo que siempre hacía en aquel lugar.

Pensar en ella.

En su caminar que era elegante, con los pasos lentos, a veces apresurados, que discretamente movían su cadera y dejaban ver la habilidad de sus piernas por el movimiento. Pensaba en su diminuta cintura, en sus labios carnosos que se tenían siempre de un color rosáceo vivaz apenas hablara. Pensó, también, en su cabello negruzco, que brillaba con intensidad apenas se movía en aquella alta coleta y... sus ojos. Serios. Negros. Vacíos. Infinitos adjetivos la denominaban, pero quizás era eso lo que tanto le atraía.

Las ojeras de Budo eran los ojos de alerta para los maestros. Sus compañeras de clase vivían tras él, insistiendo para que el líder les dijera que estaba enfermo. Los maestros creían que el muchacho estaba estresado y, para su suerte, Ayano no se atrevía a cruzarse en su camino.

Budo dejó su salón de clases para después dirigirse hasta su casillero. Le habían dado permiso de irse unas horas antes a su hogar, excusándose de que tenía un dolor de cabeza que no valía la pena contar. Se recargaba en los mismos cajones grisáceos y fríos. Y pensaba... en ella, y en que no la había visto todo el día, y...

—Vete de aquí, Budo.— Budo giró su cabeza con fuerza, sí. Ahí estaba... Ayano Aishi, la mujer de sus sueños, de su realidad, dirigiéndole la palabra por primera vez.

—¿Eh?—

—Vete de aquí. No te quedes estorbando el pasillo.— Fue lo último que dijo, antes de poner alguna cosa que Budo no alcanzó de vizualizar en su cadera, bajo su falda y su blusa.

Tragó saliva con pesadez. ¿Por qué Ayano Aishi le había dirigido la palabra sin más? ¿Estaba él estorbando el pasillo? ¿Por qué era tan hermosa? Siempre fugaz como una estrella, corriendo de un lugar a otro... Y... espera...

¿Eso en el suelo es... sangre?

Mátame {Ayano x Budo}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora