Capítulo 8

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Peter tragó saliva y se quedó muy quieto.

—Así que no quieres que lo sepan —murmuró.

—Preferiría que no.

Peter se levantó de encima de ella y volvió a guardarse el anillo. Lali se bajó de la cama y fue hasta el espejo para asegurarse de que su pelo siguiera en orden.

—Pensé que no te gustaba mentir.

De todas las cualidades que había visto en Lali la noche anterior, aquella era la que más apreciaba. La honestidad era algo muy importante para él.

Lali se giró y lo miró con una ceja enarcada.

—Y no me gusta, pero eso no significa que vaya por ahí anunciando a los cuatro vientos cada detalle sobre mi vida. Preferiría que no lo mencionaras.

Una mentira por omisión. Resultaba irónico, porque su propia existencia había sido una mentira por omisión durante los primeros diez años de su vida. Al crecer se había jurado a sí mismo que ninguna mentira volvería a perjudicarlo, y sin embargo, allí estaba, casado con una mujer que quería mantener su matrimonio en secreto, como si fuera algo de lo que tuviera que avergonzarse.

—Te dije que la sinceridad es importante para mí; hemos hablado de eso esta mañana.

—Peter... —le dijo Lali con tono irritado, como si fuera a ella a quien no le gustara la conversación que estaban teniendo—. Vamos al casamiento de mi prima, y aunque no seamos muy unidas, si me presento con tu anillo en el dedo, nadie va a ignorar que está ahí. No puedo hacerle eso. Lo siento, pero espero que lo entiendas y que lo respetes.

Al oír su respuesta, Peter sintió que su tensión se desvanecía y la miró.

—¿No lo escondes porque te avergüence?

Lali ladeó la cabeza, como si no estuviera segura de haber escuchado lo que había escuchado.

—¿Por qué iba a avergonzarme? ¡Ah, claro, cómo no lo pensé antes! Porque eres un hombre horrible y malhumorado —contestó con ironía.

Peter se rio aliviado.

—Algo así.

Lali esbozó una pequeña sonrisa y se quedó mirándolo pensativa.

—Bueno, si quieres que te sea completamente sincera, un poco avergonzada estoy: he tomado una de las decisiones más importantes de mi vida estando tan borracha que ni siquiera lo recuerdo. Pero tampoco me engaño creyendo que vamos a poder mantenerlo en secreto mucho tiempo, porque en cuanto se lo haya dicho a mi madre, todo el mundo lo sabrá. Y ese es el motivo por el que todavía no la he todavía.

—Puede que sea mejor que no se lo digas todavía. ¿Y si al final decidimos divorciarnos?

Lali se rio.

—Sé que no sería capaz de guardar el secreto, siempre se lo cuento todo. La llamaré la próxima semana, cuando ya hayamos vuelto a casa. Y sé que apenas cuelgue conmigo empezará a pregonarlo a los cuatro vientos —cerró los ojos un instante e inspiró—. Te aseguro que mi familia me lo recordará el resto de mis días aunque nos divorciemos.

—¿Y no te molesta que haga eso?

Lali suspiró.

—Sí, pero ya he aceptado que no puedo cambiar ni a mi madre ni a mi familia —respondió—. ¿Me prometes que no mencionarás en la boda que estamos casados?

Peter frunció los labios, pero finalmente cedió.

—Está bien, te lo prometo.

La boda transcurrió sin problemas. Macarena y Javier se dieron el «sí quiero» en una capilla no muy distinta, según Peter, a la capilla en la que ellos se habían casado la noche anterior. Pronunciaron sus votos, intercambiaron los anillos, y sellaron su unión con un beso.

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