Capítulo 10

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Un momento, ¿qué...?

—¿Estás... chantajeándome... con sexo?

—No lo sé —murmuró él apartando un poco sus caderas de las de ella—. ¿Funcionaría?

Sí, por supuesto que funcionaría.

—Obvio que no —mintió Lali.

Peter bajó la mirada a sus labios.

—Es una pena.

Lali exhaló un suspiro tembloroso.

—Mira, Peter, esto no me deja pensar con claridad y...

—Entiendo —la interrumpió él—; dame los tres meses que te pido y así podrás pensarlo tranquilamente.

Sin embargo, antes de que pudiera plantearse darle siquiera tres minutos, la boca de Peter volvió a asaltar la suya con un profundo y sensual beso, tentándola de nuevo a dejar a un lado sus dudas y claudicar.

Jadeante y con el corazón latiéndole como un loco, sacudió la cabeza, y empujo suavemente a Peter para alejarlo. No podía ceder.

—Lali... —murmuró él, con los ojos nublados por el deseo.

Esa mirada... Lali tragó saliva y dio un paso atrás, y luego otro. Necesitaba alejarse de él, necesitaba espacio para respirar, para pensar.

—Dale, La, no huyas; sentémonos en el sillón y hablemos.

Lali giró la cabeza hacia el sillón, y en un abrir y cerrar de ojos se encontró imaginándose las escenas más eróticas con ellos dos de protagonistas. Últimamente había estado leyendo demasiadas novelas románticas.

—Mantendré las manos quietas —le aseguró Peter.

Lali lo miró, ahí de pie, con la camisa medio desabrochada, y su torso desnudo a entrever, con esos músculos tan bien definidos, nuevas fantasías volvieron a asaltarla y se le hizo la boca agua.

—Sí, seguro que sí.

Y, aunque mantuviera las manos quietas, tal vez no fuera eso lo que más la preocupaba.

—¿No me crees? Si te quedas más tranquila siempre puedes atarme las manos —Peter se quitó la corbata, que colgaba de su cuello, y se la entregó con una sonrisa lobuna—. A menos que prefieras...

—¡No lo digas!

No, definitivamente no eran sus manos lo que le preocupaban. Y con los pensamientos lujuriosos que estaban cruzando por su mente no estaba segura de poder volver a sentarse en un sillón, y mucho menos en ese.

Se dio la vuelta y obligó a sus pies a moverse en dirección al dormitorio. Entró al baño, se desnudó, se metió en la ducha y giró la perilla hacia el lado del agua fría con la esperanza de que eso disminuyera todas aquellas fantasías sexuales.

Cuando el agua helada se le clavó en la piel, como un millar de agujas, soltó un gritito, pero tuvo el efecto deseado y recobró la cordura. ¡Por Dios!, había estado a punto de acceder a... Habría accedido a cualquier cosa. A seguir casada con él, a irse a vivir a otro lugar... Sin embargo, aun con aquella manta de agua fría cayendo sobre ella, no podía pensar en otra cosa más que en los increíbles besos de Peter, que prácticamente la habían consumido.

Un gemido involuntario escapó de sus labios, y levantó la cara hacia la alcachofa de la ducha, obligándose a poner su mente en blanco.

—¡Dios, Lali, no sabes cómo me gusta cuando haces esos ruidos...!

novela laliter casado al amanecerWhere stories live. Discover now