Capítulo 15

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Peter se quedó mirando a su esposa, digiriendo aquella revelación. Hasta entonces había pensado que no podría haber nada peor que la sensación de fracaso e inutilidad que lo había marcado durante los trece primeros años de su vida, cuando ni las mejores notas, ni que hiciera un gol en un partido del colegio había bastado para calmar el dolor en los ojos de su madre. No había podido competir con la dependencia que su madre tenía a los antidepresivos, con los que un día había puesto fin a su vida.

De repente se preguntó si no habría reemplazado a una mujer con un dolor que él no había podido aliviar, por otra que tenía unas dudas que no podía resolver.

Debería dejarla marchar, pensó, pero entonces recordó la desolación que había visto en los ojos de Lali la noche anterior, y ese instante en el que, aunque había pensado que intentaría alejarlo, se había abrazado a él y había llorado en su pecho y aceptado su consuelo. ¿Cómo después de eso podía levantarse a la y decirle que quería irse? Aquella situación lo estaba sacando de sus casillas.

—¿Quieres ver una reacción, Lali? ¿Quieres algo real? —avanzó lentamente hacia ella, dando vía libre a su ira—. Estoy furioso, y no es porque mi mujer me cocinara la comida más repugnante que he probado, ni por ninguna de las otras insignificancias con las que has estado poniéndome a prueba. ¿Y quieres saber por qué? Porque para mí esas cosas no significan nada. Lo que ha colmado mi paciencia, lo que me ha enojado de verdad, ha sido enterarme ahora de que la mujer fuerte e independiente con la que me casé sin pensarlo dos veces ha resultado ser una cobarde que huye de los retos, una mentirosa que hace promesas que luego no cumple, y que está demasiado amargada como para creer que lo que tiene delante de sus narices pueda ser real.

Lali lo miró boquiabierta y parpadeó incrédula.

—Te equivocas —susurró.

Peter sacudió la cabeza.

—Yo no lo creo. Eres como un boxeador que abandona antes del primer round. No tires los guantes; pégame fuerte en la cara y demuéstrame que me equivoco. Quiero que te quedes porque vale la pena luchar por esto que tenemos. Y, si eso no es lo bastante real para ti, también quiero que te quedes por esto —la agarró por los hombros y la apretó contra su cuerpo para besarla.

Aunque apasionado, fue un beso demasiado breve como para satisfacerlo, y cuando despegó sus labios de los de ella, con la sangre hirviéndole aún en las venas, la miró a los ojos, retándola a contestarle.

Ella se quedó mirándolo aturdida, con las manos descansando en el pecho de él.

—A pesar de estar furioso conmigo... todavía me deseas —murmuró, estrujando con los dedos la camisa de Peter.

Él no podía negar el fuego que lo consumía.

—Es algo que va más allá de la razón.

La acercó más a él, apretándose contra ella, y tomó de nuevo sus labios, besándola con deleite.

Las manos de Lali subieron hasta su pelo para enredarse en él mientras él la empujaba contra la pared y le subía las piernas, colocándolas alrededor de sus caderas.

Fue un beso como el de aquella primera noche, pensó Peter, ardiente, abrumador..., la clase de beso por el que estaría dispuesto a caminar sobre clavos calientes. Aquella era la mujer con la que se había casado.

Y entonces, cuando interrumpió el beso para que los dos pudieran tomar aire, Lali le dijo lo que había estado deseando oír:

—No soy una cobarde, ni una mentirosa.

—Demuéstramelo —la retó él con voz ronca.

Volvió a besarla de nuevo, y esa vez la lengua de Lali se enroscó con la suya con tal afán que aquello fue como echar gasolina al fuego. Las manos de ella descendieron ansiosas por su espalda y tiraron de la camisa, levantándosela. Peter estiró los brazos y despegó sus labios de los de ella para sacársela por la cabeza.

novela laliter casado al amanecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora