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2 de Abril del 2016

Cole.

Había corrido las diez cuadras que separaban la casa de Mae de la mía.

Había podido sentir mis pies quemando dentro de mis zapatillas debido al constante movimiento de éstos y el golpe contra el asfalto. Casi había sentido que estaba volando en la brisa de primavera. La chica que había conocido en la escuela, quien se cayó de su bicicleta cuando un auto pasó muy cerca suyo, provocando que se rompiera el tobillo, había dejado que la llevara a su casa en mi bicicleta tras haberla ayudado a levantarse. Ella era tierna, con oscuros ojos verdes y cabello color chocolate. Pero también era la chica cuyo rostro se volvió rojo cuando le había sonreído a su mejor amiga Hannah y le había ofrecido un caramelo.

Aunque eso no iba a detenerme de ayudarla, tenía que admitir que sonreí cuando vi su rostro bañado en lágrimas. No porque había querido que esto le sucediera, sino porque se veía incluso más adorable que antes. La chica de cabello chocolate tenía los labios apretados como los de un pato, haciendo que riera. Su rostro se había tornado rojo y en ese instante recordaba haberme sentido avergonzado por haberme reído de ella. Estaba lastimada. ¡No debería haberme reído!

Tendría que haberla ayudado en ese mismo instante.

Y eso había hecho.

Ya que no era tan fuerte como mi papá, me había tomado cinco minutos completos sentarla en mi patineta. Recordaba haber movido mis pies tan rápido como había podido para así llegar a su casa. La amiga de Hannah parecía apurada y nerviosa en su lugar, sujetándose al manubrio tan fuerte que sus nudillos se tornaron blancos. Sus padres estarían muy preocupados cuando supieran lo que le había ocurrido a su pequeña.

Luego de haberle ofrecido una mano con el fin de ayudarla a acostarse sobre el pasto de su patio delantero, toqué la puerta con desesperación, buscando a algún adulto que pudiera revisar su tobillo sangrante. Una mujer de cabello claro y ojos igual de verdes y profundos que los de Mae abrió la puerta, apareciendo ante mí.

Había continuado corriendo, recordando en mi cabeza la manera en la cual la chica lucía cuando su mamá la cargó en sus brazos y la llevó adentro. Lauren me había prometido que ella estaría bien ya que su padre era doctor y sabía lo que hacía. Eso me tranquilizó un poco. Al menos lo suficiente para volver a casa.

Parado frente a la casa que había dejado atrás hacía unas horas, incluso si parecían años, me había posicionado en frente de lo que parecía su dormitorio y arrojé un caramelo hacia su ventana. Lo sabía. Había parecido Romeo, con la diferencia que no planeaba ganarme su corazón y enamorarme de ella. Su sombra se hizo visible cuando prendió la luz de su dormitorio. La ventana que había estado observando por al menos diez minutos se abrió y una pequeña cabeza se asomó. Ella había estado sorprendida de verme, aunque la expresión de su rostro jamás cambió. Había escalado una valla blanca y saltado a su patio trasero, donde había una pequeña y débil escalera de metal adherida a la pared. Dudoso, situé mi pie derecho en el primer escalón y escuché el agudo «crack», el cual hizo que me imaginara a mí mismo cayendo.

La chica con grandes ojos estiró su mano para tomar la mía y me ayudó a sentarme sobre el marco de la ventana junto a ella. Mis ojos se movieron desde la hermosa escena que estaba llevándose a cabo frente a mis ojos a ella y nuestra cercanía.

– ¿Puedo decirte un secreto, Mae?

Ella había asentido con la cabeza.

– ¿Ves eso? –había preguntado, apuntando hacia el sol, y ella asintió nuevamente–. No puedo parar de preguntarme a mí mismo cómo es que algo tan hermoso está ahí para que todos lo vean. No todos nosotros somos merecedores de ver algo tan perfecto como el amanecer.

–Profundas palabras para un simple y pequeño hombre –fue su respuesta a la vez que sonreía sin dejar de mirar el amanecer.

Esa mañana, cuando teníamos siete años, observé el amanecer y sus colores llamativos como el naranja, el rosa y el violeta. No había habido nubes y no había visto un amanecer tan perfecto como el que había presenciado y compartido con Mae por primera vez.

En cambio, ahora, cuando mi mejor amiga se mantenía quieta y abrazaba sus piernas con sus brazos para descansar su mentón sobre sus rodillas a la vez que observaba el amanecer, yo dejaba que mis ojos vagaran por ella. Para ser francos, ésta había sido la primera vez que había observado otra cosa que no fuera el amanecer. No sabía por qué me había detenido a observarla, pero me era imposible dejar de mirarla.

Me sentía atrapado por su belleza, en su cabello, el cual ya no era lacio. Debido al viento, parecía rebelde y un poco frizado, como lo era ella. Ella era tres partes desordenada y siete partes rotas. Ninguna reacción química, ecuación matemática o incluso explicación lógica podía arreglarla ahora.

Mae estaba rota desde adentro. Siempre lo había estado. Antes de haberla conocido, Maeday había vivido una vida segura, perfecta. Una vida donde su familia era unida y le proveían el cariño que ella necesitaba para sentirse querida. Incluso pasé momentos con ellos, en los cuales los cuatro cocinaban juntos y ponían la cara del otro contra la torta de cumpleaños. Se reían, vivían plenamente. Nuestras familias se volvieron amigas al punto en el que nos íbamos de vacaciones juntos. Nuestras madres se veían todos los días y comenzaron un negocio de fragancias juntas mientras que nuestros padres se juntaban todos los domingos con tal de ver a los Lakers jugar baseball.

Mi familia había estado allí para ellos todo el tiempo. Inclusive cuando Lauren contrajo cáncer y fue hospitalizada debido a su gravedad. Mamá cuidó de Mae y Riley, cocinó con el fin de proveer un poco de ayuda y dejó que mi mejor amiga durmiera en casa por semanas debido a su dificultad para dormir. Maeday no era capaz ni dormir con su hermana mayor o su padre. Ella simplemente se sentaba en la cama y miraba un punto fijo en la oscuridad. Su casa ya no era lo mismo. Se había transformado en una especie de pesadilla, un mundo paralelo que jamás quieres conocer.

Nunca le había dicho que sentía lastima por ella porque me mataría; no obstante, lo hacía. Perder a tus padres, al hombre y a la mujer que te habían creado y dado la vida, era algo que no podía ni imaginarme. Imaginarme mi vida sin ellos hacía que valorara mucho más mi vida que otras personas.

Cuando el sol finalmente ascendió y las piernas de Mae comenzaron a temblar a causa del viento y la temperatura, hablé: –A veces creo que admiras más la vista que yo.

Una sonrisa apareció en su rostro y se giró en su lugar del balcón para enfrentarme.

–Tú me enseñaste a hacerlo, Ellis. Es gracias a ti que amo las pequeñas cosas de las que nadie se preocupa.

Besé su mejilla justo después de haber escuchado sus palabras. Ambos nos quedamos quietos y en silencio en nuestros lugares y dirigimos nuestros nerviosos ojos a cualquier lado menos al otro. Podía apostar que ambos nos sentíamos como un par de niños de doce años en su primera cita, si bien nuestras primeras citas fueron con personas diferentes. Salir juntos era algo impensable de hacer. Aun así, tenía que admitir que estaba furioso cuando ella había decidido ir a nuestro baile de graduación con el chico más idiota de nuestra escuela. Odiaba su decisión tanto como odiaba la mía, al decidir llevar Natasha Young, la chica irritable que hacía chistes tontos sobre las calorías de Coca Cola y se reía como un animal moribundo.

Quizás las cosas podrían haber sido diferentes para nosotros, pero eso estaba en el pasado, y no podíamos hacer nada para cambiar las cosas.

Beyond Broken © (Beyond Series #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora