- Capítulo 4 -

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Dan escuchó la puerta de la calle cerrándose y se encogió en el sillón. ¿Por qué ahora?«¡Rápido, sonríe!», pensó, limpiándose una única lágrima de su mejilla rasguñada. El agua salada y la áspera sensación de la manga de su grueso abrigo de lana hicieron que su herida superficial se volviera escarlata y quemara, aun si no había sangre manando de ella.

Su padre caminó a lo largo de la sala sin mirarlo, absorto en sus pensamientos. Parecía estresado y realmente cansado como siempre que su equipo perdía un juego. Después de todo, el basquetbol era todo en su vida, sobre su adorada esposa, sobre su salud, sus problemas personales e incluso sobre el aire que respiraba, pero jamás sobre su único hijo. Era cierto que estaba muy disgustado porque Dan no era parte de su mundo en la cancha, si embargo, lo amaba de cualquier manera.

-Buenas noches, papá -llamó Dan, asustándolo.

-¡Dan! Lo siento, no te vi. Buenas noches -respondió el hombre, caminando sobre sus pasos e inclinándose sobre el sofá. Notó las heridas en el rostro de su hijo inmediatamente.

-¿Qué te pasó?

-Oh, sólo un recuerdo del granizo de hoy. No es nada -el chico retiró la mano que ya estaba inspeccionando su piel dolorida.

-¿Quieres un poco de hielo?

-Fue hielo lo que hirió.

Su padre frunció el ceño-. No me discutas, jovencito. ¿Te duele?

-Un poco -decidió decir luego de un momento. No podía mentirle a su padre, no sobre esto cuando ya le había estado mintiendo los últimos dos años; porque James Henson nunca escuchó tal cosa como que su hijo estaba siendo acosado, y así era como debían quedarse las cosas, incluso si todo había terminado.

El hombre le dio algunos cubos de hielo envueltos en una toalla y le dijo que comiera algo antes de subir las escaleras y sencillamente no volver a salir hasta la mañana siguiente. Dan nunca sabía qué sentir ante su padre. Él lo amaba y siempre tratada de ser amable, pero el hombre nunca pasaba demasiado tiempo en casa, así que siempre había un pequeño vacío en su corazón imposible de llenar.

Las lágrimas mezcladas con hielo derretido cayeron sobre sus rodillas.

¿Por qué estaba tan deprimido? Recordaba sentarse en el sillón esa tarde para leer cuando, repentinamente, se encontró secando lágrimas de las páginas. Se sentía confundido, se sentía enojado, se sentía débil. Una sola palabra estaba a punto de escapar de sus labios e hizo un esfuerzo terrible por mantenerla dentro, aún si eso le provocaba sufrimiento y dolor a su corazón. Era consciente de que si se permitía pronunciar esa palabra, ese nombre, no podría detenerse. Porque eso significaba volcar toda su vida en algo demasiado ridículo para ser racional, algo como el destino; tirar todo por sobre su hombro y esperar que callera en el lugar correcto.

-No puede ser...

Su mejilla estaba roja. No importaba cuánto esperara a que se calentara de nuevo, estaba congelada, aún así, roja. La cara ya no le dolía pero sentía su pecho sangrar. La voluntad del chico era débil, su defensa ya estaba resquebrajada. Con los pulmones vacíos, se rindió y vocalizó la palabra silenciosamente, permitiendo que su lengua se deslizara suavemente en las vocales y consonantes, susurrando su nombre cuando nadie podía escucharlo.

«...Eric...»

Sin llorar más, se quedó dormido en el sofá.

Dan despertó en medio de la noche con un terrible dolor en la espalada y el cuello. Recogió sus gafas rotas del suelo, luego caminó por la sombría casa hasta su habitación. Sin encender ninguna luz, se puso el pijama y se metió en la cama. Tan pronto como sintió la suavidad de la almohada contra su mejilla herida, deslizó la mano bajo esta, buscando comodidad, mas lo único que encontró fue la nota indeseada que le había enviado la bibliotecaria. Resignado, el chico soñó mientras aferraba el papel contra su pecho.
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A nueve calles de distancia, Eric estaba echado en la cama. Bueno, más específicamente, su torso y piernas descansaban en la cama mientras su cabeza colgaba por el borde, mirando hacia la puerta del revés. Había mantenido esa posición por varios minutos, de modo que su cerebro ya estaba protestando debido a la presión de la sangre. Eric ignoró la sensación y cruzó los brazos sobre el pecho, expulsando el aire de su caja torácica.

El muchacho contuvo la respiración mientras cerraba los ojos y una imagen inmediata apareció esculpida en sus corneas. En la oscuridad de sus párpados los ojos del nerd brillaron mientras sus finos labios se curvaban formando la pregunta que Eric mismo ya había pronunciado. ¿Me odias? Eric sintió que esas palabras eran agujas enterrándose en su pecho, atravesando piel y huesos hasta alcanzar su corazón, pero no podía sangrar ni una gota. La imagen cambió, ahora temblando bajo su sombra, protegiéndose con esos delgados, frágiles brazos como cada vez que él había resuelto que golpear al nerd era la mejor manera de acabar con sus problemas. El chico articuló una disculpa en un susurro exánime.

«¿Desde cuándo... Me siento así?»

Tras haber pasado la noche en vela, Eric tenía algunas cosas claras en su mente. Primero, no era lo suficientemente orgulloso para seguir jugando su papel de matón despiadado en este drama. Ahora que comprendía el impulso tras sus acciones con el nerd -No, con Dante-, concluyó cuan estúpido había sido y eso lo molestaba a niveles insospechados; segundo, le debía una disculpa al chico por todos los problemas que había causado siendo el motivo tan irracional; tercero, no podía hacer nada al respecto de que Dante (un chico) fuera su alma gemela; cuarto, había algo parecido a los sentimientos por ese chico en su corazón; y por último pero no menos importante, no se iba a confesar. Cómo fuese, se prometió a sí mismo no volver a lastimarlo. Incluso si Dante lo odiaba, incluso si sabía que no podía alcanzar el cielo, trataría de ser amable y redimir sus pecados.

Mientras caminaba hacia la escuela, hizo su mejor esfuerzo por reunir todo el valor posible para enfrentar al nerd y disculparse. Por el camino, Eric miraba a su alrededor, tratando de encontrar al chico y poner un fin a esto de una buena vez. Por lo tanto, cuando llegó al destruido parque, consultó su reloj. Aun era temprano; de hecho, faltaba una buena hora para que empezaran las clases, así que limpió las hojas y ramitas de un banco y se sentó, escuchando a la naturaleza despertarse a su alrededor.

El viento era algo frío al tocar su rostro y coloreó su nariz y mejillas con un leve espolvoreado rosa. En un instante, estaba pensando de nuevo, revisando mentalmente el discurso que había preparado. Suspiró. Las palabras eran tan jodidamente enredadas con el fin de no revelar sus sentimientos, que empezó a dudar que Dan pudiera entenderlas por completo. Eric se mordió el labio.

«No puedo decirle eso... Sabrá que algo anda mal o me pedirá que se lo repita...»

Esperó un poco más hasta decidir que era estúpido esperarlo allí. Aún tenían todo un día para hablar en la escuela. Caminó por las calles, ya no desoladas, sin vida, a paso lento, pausado, haciendo todo el tiempo que pudo antes de llegar al blanco, ruidosos y repleto edificio que constituía la Secundaria Allen Wright. Casi comenzaban las clases cuando Eric se abrió paso éntrela multitud de chicos y alcanzó su casillero de la fila superior. Con enorme desinterés, comenzó a vaciar su mochila y a meter los libros que iba a necesitar a lo largo del día. Casi mecánicamente, dejando un libro, guardando otro, únicamente concentrado en la vaga acción de cerrar la mano sobre el lomo y dejarlo caer en el sitio respectivo, una y otra vez.

Cuando estaba a punto de irse, algo en el suelo llamó su atención. Un pequeño sobre con su nombre lo observaba. De seguro se había caído del casillero sin que se diera cuenta. Lo recogió, lo abrió y se quedó mirando la nota tan absortamente, estudiando cada una de las palabras escritas con soltura en una tinta de color azul brillante, que cuando levantó la vista se encontró a solas en el pasillo.

Corrió hasta el salón y le rogó al maestro de historia que lo dejara pasar. El hombre lo hizo, recordándole el retardo, y el muchacho se sentó en la última fila, sin prestar atención a una sola palabra de la lección.

«Es estúpido, pero me siento amado...».

Una sonrisa se dibujó en su cara y se negó a dejarlo ir, incluso cuando el maestro comenzó a gritarle que si su clase era tan divertida, por favor compartiera el chiste con sus compañeros, que cómo era posible, llegaba tarde y encima se distraía, mirando por la ventana como un tonto.

-¿Acaso está enamorado, Richmond?

Eric si mucho se inmutó para mirar al hombre de bigote canoso y sonreírle lo más malvadamente que pudo. -Eso creo, señor Phelps. Lamento haber interrumpido su clase -dijo. El maestro palideció ligeramente, sin saber qué decir, así que se limitó a aclararse la garganta y a callar los murmullos de los estudiantes alrededor.

El muchacho ignoró a sus compañeros y al maestro, que había vuelto al pizarrón, y cerró los ojos por un momento, visualizando ese perfecto "No te odio, así que...".

Así que... ¿Qué quería decir ese "así que"? No importaba ahora. Dante no lo odiaba. Nada podía ser mejor ese día.

Amo a mi bully.Where stories live. Discover now