- Capítulo 20 -

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El tintineo de las cuerdas metálicas repiqueteaba profundamente dentro de sus oídos y bajaba por su columna. Observó detenidamente como las manos de Russell llevaban sus dedos a todas partes de la guitarra, produciendo sonidos aquí y allá en las cuerdas y la madera. Algunos fuertes, otros suaves o secos. La canción no era frenética como todas las cosas que se escuchaban por esos días, pero no menos compleja.

Ninguna voz acompañaba la melodía. Russell se había negado fervientemente a cantar al son de la guitarra como la timidez espolvoreaba sus pómulos con un color rosa. -Canto terrible - arguyó. Aquello sorprendió a Sam -mas no demasiado- pues rara vez podía ver a su extrovertido y aparentemente confiado-en-exceso novio cortándose de esa manera. Pero lo conocía mejor. Para ese momento, incluso si su tiempo juntos era todavía a ser considerado breve, había visto ya a través de algunas de las facetas de Russell y descubrió inseguridades bajo los destellos.

Russell siempre se pasaba la mano por el pelo cuando estaba ansioso, que era a menudo, pues se sentía cohibido y avergonzado fácilmente. Sam encontró sorprendente que Russell estuviera preocupado constantemente cuando lucía tan calmado, pero recordó que él mismo parecía alegre todo el tiempo.

«Es sencillo esconderse tras una sonrisa».

Sin embargo, el pequeño niño, cuya cabeza descansaba en las piernas cruzadas de Sam, no tenía ningún problema en tararear con la melodía con más bien demasiada energía. A diferencia de su hermano el niño aún no había sido despojado de aquella inocencia propia de los primeros años de vida; y lo demostraba con pura alegría emanando por sus poros ante la más insignificante de las cosas.

«¿Alguna vez fui así?».

Sam sabía ahora que los escalofríos recorriendo su espalda en aquel momento se debían a su cerebro enviando hormonas a través de sus sistemas. Detestaba no poder recordar la última vez que había sido feliz por el simple hecho de ser quién era, pero odiaba más que su cerebro tuviera que animarse a sí mismo a fin de no apagarse. Hizo el pensamiento a un lado, forzando el sonido de las cuerdas metálicas a través de sus oídos, dentro de su mente.

La música dibujó una tenue escena a su alrededor que se construyó pieza por pieza. Calor, prados de altura suficiente para cubrir sus caderas, nubes grises aclaradas por el sol encima y ningún otro sonido que el aullido del viento en sus oídos.

El niño volvió a tararear y rio cuando la canción llegó a su fin.

-¡Eso fue genial, hermano!

-¿Te gustó? -dijo Russell, sonriéndole despreocupadamente al chico, siempre tratando de lucir guay frente a él. El niño también lo conocía mejor.

-Sí, mucho -. También sabía que Russell adoraba los cumplidos.

-Connor tiene razón. Fue impresionante.

-Por supuesto que lo fue -bromeó Russell.

El niño saltó del regazo se Sam y comenzó a dar botes en la cama, parando ante las protestas de los adolescentes, pero no menos emocionado dijo- ¿Sabes qué sería genial? ¡¿Sabes?! Podrías enseñarme.

-¿Oh? ¿Quieres aprender?

-¡Sí! ¡Y podríamos tocar juntos y cantar horrible! ¡Y! ¡¿Adivina qué?!

-¿Qué? -dijeron ambos al unísono.

-¡Conseguir algunas chicas! Digo, chicos para ti, ¡pero puedo conseguir una chica bonita! ¡O un chico también!

Sam se sorprendió de todo lo que los niños sabían estos días, y el grado de tolerancia que tenían, a diferencia de la mayoría de los adultos.

Amo a mi bully.Where stories live. Discover now