- Capítulo 11 -

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Su teléfono sonó una, dos veces, tantas que perdió la cuenta, pero no tuvo ganas de contestar en ese momento. Realmente quería volver a casa, todo lugar aparte de ese sería mejor y aún así, allí estaba, sentado en la cocina de alguien más, en un barrio que no le era familiar, comenzando a sentir la brutal resaca que tendría en la mañana y, sobre todo, tenía la maldita nariz rota.

«Odio el alcohol» pensó, tirando el Kleenex® manchado de sangre y tomó uno nuevo. Afortunadamente, Masae había tenido la delicadeza de llevarlo a la cocina y proveer pañuelos y medicinas para el dolor, pero se rehusó a alinear su hueso roto, alegando que era tan torpe que sólo lo iba a empeorar. Probablemente sólo temía romperse una uña o ver su sangre. Después de eso, se había desvanecido en el aire, justo como Eric.

«Nunca jamás volveré a beber en mi vida».

Maldijo cuando una oleada penetrante de dolor le recorrió la nariz y comenzó a sangrar de nuevo. Debía ir al hospital si continuaba sangrando de esa manera; como fuere, el estrangulante dolor en el pecho hacía más difícil la tarea de respirar que la nariz rota. ¿Cuántas veces había sido rechazado ya? Sospechaba que ese número estaba entre quince y cincuenta, pero no podía asegurarlo. Y ahora, su corazón latía muy fuerte, incrementando el flujo de sus fosas nasales.

«Es lo que gano por hacer un chiste».

Era la primera vez que Eric en realidad lo golpeaba. Había amenazado con hacerlo muchas veces antes, incluso lo intentó una vez, pero se detuvo a medio camino, mirándolo furioso. Y eso era lo que tenía a Russel anclado a él. Habían sido amigos desde los ocho años, prácticamente habían crecido juntos, y así terminaba todo. Russel supo a ciencia cierta que su amistad estaría arruinada en cuanto confesara sus sentimientos, pero se equivocaba: se arruinó cuando decidió que no renunciaría a él.

Los años habían pasado y las oportunidades habían venido, mientras él tomaba tantas como podía para acercarse a Eric desde tan lejos. A pesar de que no-novios pasó a no-amigos, las risas a miradas distantes, los«prométeme» y «confío en ti» a «lárgate de mi vista», Russell conocía demasiado bien a Eric para saber que rara vez expresaba sus verdaderos sentimientos, siendo tímido y reservado; y a eso se aferraba. Mas ahora estaba considerando seriamente en renunciar a él, pues cada rechazo dolía más y más, haciendo los corazones rotos un poco más solitarios y un poco más vacios que el anterior.

Escuchó unos pasos entrando en la cocina, aún si no se dignó a mirar quién interrumpía su melancólico descanso. El grifo chirrió y el agua llenó el vacío de un vaso de plástico. Escuchó a alguien tragar ruidosamente y eso era todo lo que podía tolerar.

Cuando finalmente se volvió en el extraño banco aquella mesa tenía por sillas, se encontró con la espalda de un chico alto y delgado con el cabello teñido de rubio, de repente tosiendo y dejando a un lado el vaso con quizá demasiada violencia. Sus manos temblaban y fueron directas a su camisa. Russell pensó que se estaba ahogando o algo e inmediatamente se puso de pie para correr y ver si podía hacer algo útil por una vez, pero se detuvo en seco cuando vio que el chico estaba desabotonando la parte superior de su camisa.

El sonido del banco repiqueteando en el suelo debió alertarlo, ya que se dio la vuelta rápidamente. Sólo cuando fue consciente de la presencia de Russell allí, se rehízo los botones y se sonrojó con tanta fuerza que parecía que iba a desmayarse en cualquier momento por fiebre.

Russell, todavía un poco aturdido por el dolor y las excesivas cervezas, se tomó su tiempo para analizar el aspecto del chico. Él lo miraba con los ojos muy abiertos, sin expresión alguna en el rostro. Sabía que su nariz rota lucía mal, pero ¿era tan terrible para el chico lo mirara como si fuera un extraterrestre?

-¿Estás bien?

El chico no respondió, sólo apartó la mano que intentaba cubrir su pecho. Justo en ese momento, Russell comprendió.

Les tomó un par de minutos para calmarse lo suficiente como para respirar de nuevo, y unos segundos más a Russell para darse cuenta de que el chico había alcanzado su lado de la mesa y envolvía su mejilla con una mano, mientras se inclina para besarlo. No pudo hacer nada para detenerlo.

La breve incandescencia de sus pechos se desvaneció cuando el chico lo besó con ternura, teniendo toda la delicadeza de no tocar su nariz dolorida. Rozó sus labios y se encontraron en un cálido abrazo, incluso cuando ninguno de los dos estaba aferrándose al otro. Tan pronto como la lengua se deslizó a lo largo de su labio inferior, solicitando permiso, su pulso aumentó, lo que resultó en un sangrado irremediable, que terminó entrando en sus bocas, mezclando aquel beso descuidado con hierro y gusto a cerveza.

Russell se apartó, avergonzado como nunca lo había estado en toda su vida-. Lo siento -dijo. El chico no respondió, se limitó a mirarlo y empujó sus hombros hacia abajo, obligándolo a sentarse en el banco que estaba mágicamente de vuelta en su lugar. Tomó un pañuelo de la caja que reposaba sobre la mesa y le limpió el rostro con un ademán tan delicado que casi no sintió el papel en su piel, sólo el leve calor de la mano detrás de este. Cuando terminó, limpió sus propios labios y tiró el pañuelo.

-¿Puedo ayudarte con eso? -. Su voz era profunda y calmada, casi un mero susurro. Incapaz de gesticular palabra alguna, Russel asintió y dejó al chico tocar su rostro. Él le palpó el torcido puente de la nariz y, sin avisar, colocó el hueso fracturado de vuelta en su lugar, haciendo un audible crujido que resonó en la cocina vacía.

Cuando el dolor disminuyó, Russell se tocó ligeramente y no encontró irregularidades en absoluto, como si la fractura hubiese desaparecido-. Gracias -dijo, mirando por primera vez a su alma gemela. Sus ojos gris pálido clavados en el suelo, sin expresión. Desde esta distancia, vio que el pelo rubio era irremediablemente natural. Ninguno de ellos dijo una palabra durante varios minutos y Russell pudo sentir al chico tensándose su lado.

-¿Quieres que desaparezca? -preguntó, levantando la vista hacia él.

Russell quiso gritar que no, que no quería perder aquella viveza que sentía en el corazón, que quería pasar la página y seguir adelante, pero no era tan ingenuo, y podía sentir que su compañero tampoco lo era. No había manera de que este chico fuera gay y Russell no quería arrastrarlo allí, no cuando aún sentía algo, y vaya que definitivamente sentía algo por Eric. -¿Me darías tu nombre, al menos? -era todo lo que podía ofrecerle por ahora.

-Samsagaz Gamyi.*

Russell se detuvo a inspeccionar el chico y lo miró igualmente en blanco-. ¿Qué?

-No, perdón, soy Sam Farnham.

-Russell Barnes -. No estrecharon manos al no tener razón para ello, pues ya compartían un inquebrantable lazo que duraría toda la vida.

Ese hubiese sido el momento perfecto para tomar rumbos diferentes, pero ninguno tenía ganas de volver a la oscura y ruidosa fiesta fuera de las puertas de la cocina.

-Entonces... Samsagaz, ¿siempre eres tan inexpresivo? -preguntó Russell, conversador.

Sam parpadeó un par de veces y se tocó la mejilla, dejando escapar un suspiro. Hizo su mejor esfuerzo para relajar los músculos de la cara, pero su eterna sonrisa lo había abandonado, pues sabía que no podía quedarse aquí para siempre. Russell amaba a otra persona y él mismo también.

-En absoluto. Supongo que sólo estoy sorprendido.

Russell rió entre dientes y de inmediato se arrepintió, pues su nariz no podía soportar tal presión de aire golpeando las paredes internas. Sam posó una mano sobre su mejilla hasta que el espasmo desapareció y él pudo mirarlo, ligeramente extrañado. El toque era tan gentil, tan natural, que estuvo a punto apoyarse en esa mano cálida cuando Sam la apartó.

-Lo siento -. Y no era sólo por tocar su rostro tan de repente, sino por atreverse a esperar que hubiera algo más entre ellos que esta conversación vana. Mmiró dentro de los ojos verdes de Russell y encontró dolor en ellos, siendo él la causa-. Siento mucho haber sido tan inoportuno -. No habiendo más palabras que decir, Sam se apresuró fuera de la cocina y de la casa. El lazo atándose a sus corazones, constriñéndolos.
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No entiendo cómo es que hay gente que sólo escribe cosas tristes. Esto me rompió el kokoro. 😦😢💔

*Uno de los personajes principales de la novela El Señor de los Anillos, de J. R. R. Tolkien.

Amo a mi bully.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora