En la Edad de Oro

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En un momento estuvimos cara a cara, yo y aquel ser frágil, mas allá del futuro. Vino directamente a mí y

se echó a reír en mis narices. La ausencia en su expresión de todo signo de miedo me impresionó en

seguida. Luego se volvió hacia los otros dos que le seguían y les habló en una lengua extraña muy dulce y

armoniosa.

Acudieron otros más, y pronto tuve a mi alrededor un pequeño grupo de unos ocho o diez de aquellos

exquisitos seres. Uno de ellos se dirigió a mí. Se me ocurrió, de un modo bastante singular, que mi voz era

demasiado áspera y profunda para ellos. Por eso moví la cabeza y, señalando mis oídos, la volví a mover.

Dio él un paso hacia delante, vaciló tocó mi mano. Entonces sentí otros suaves tentáculos sobre mi espalda

y mis hombros. Querían comprobar si era yo un ser real. No había en esto absolutamente nada de

alarmante. En verdad tenían algo aquellas lindas gentes que inspiraba confianza: una graciosa dulzura,

cierta desenvoltura infantil. Y, además, parecían tan frágiles que me imaginé a mí mismo derribando una

docena entera de ellos como si fuesen bolos. Pero hice un movimiento repentino para cuando vi sus manitas

rosadas palpando la Máquina del Tiempo. Afortunadamente, entonces, cuando no era todavía demasiado

tarde, pensé en un peligro del que me había olvidado hasta aquel momento, y, tomando las barras de la

máquina, desprendí las pequeñas palancas que la hubieran puesto en movimiento y las metí en mi bolsillo.

Luego intenté hallar el medio de comunicarme con ellos.

Entonces, viendo más de cerca sus rasgos, percibí nuevas particularidades en su tipo de belleza, muy de

porcelana de Desde[1]. Su pelo, que estaba rizado por igual, terminaba en punta sobre el cuello y las

mejillas; no se veía el más leve indicio de vello en su cara, y sus orejas eran singularmente menudas. Las

bocas, pequeñas, de un rojo brillante, de labios más bien delgados, y las barbillas reducidas, acababan en

punta. Los ojos grandes y apacibles, y -esto puede parecer egoísmo por mi parte- me imaginé entonces que

les faltaba cierta parte del interés que había yo esperado encontrar en ellos.

Como no hacían esfuerzo alguno para comunicarse conmigo, sino que me rodeaban simplemente,

sonriendo y hablando entre ellos en suave tono arrullado, inicié la conversación. Señalé hacia la máquina

del Tiempo y hacia mí mismo. Luego, vacilando un momento sobre cómo expresar la idea de tiempo,

indiqué el sol con el dedo. Inmediatamente una figura pequeña, lindamente arcaica, vestida con una estofa

blanca y púrpura, siguió mi gesto y, después, me dejó atónito imitando el ruido del trueno.

Durante un instante me quedé tambaleante, aunque la importancia de su gesto era suficientemente clara.

Una pregunta se me ocurrió bruscamente: ¿estaban locos aquellos seres? Les sería difícil a ustedes

comprender cómo se me ocurrió aquello. Ya saben que he previsto siempre que las gentes del año 802.000

y tantos nos adelantarán increíblemente en conocimientos, arte, en todo. Y, en seguida, uno de ellos me

La Máquina del Tiempo - Herbert george WellsWhere stories live. Discover now