Epílogo

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No puede uno escoger, sino hacerse preguntas. ¿Regresará alguna vez? Puede que se haya deslizado en el

pasado y caído entre los salvajes y cabelludos bebedores de sangre de la Edad de Piedra sin pulimentar; en

los abismos del mar cretáceo; o entre los grotescos saurios, los inmensos animales reptadores de la época

jurásica. Puede estar ahora -si me permite emplear la frase vagando sobre algún arrecife de coral

Oolitico[1], frecuentado por los pleslosaurios, o cerca de los solitarios lagos salinos de la Edad Triásica. ¿O

marchó hacia el futuro, hacia las edades próximas, en las cuales los hombres son hombres todavía, pero en

las que los enigmas de nuestro tiempo están aclarados y sus problemas fastidiosos resueltos? Hacia la

virilidad de la raza: pues yo, por mi parte, no puedo creer que esos días recientes de tímida experimentación

de teorías incompletas y de discordias mutuas sean realmente la época culminante del hombre. Digo, por

mi propia parte. El, lo sé -porque la cuestión había sido discutida entre nosotros mucho antes de ser

construida la Máquina del Tiempo-, pensaba, no pensaba alegremente acerca del Progreso de la

Humanidad, y veía tan sólo en el creciente acopio de civilización una necia acumulación que debía

inevitablemente venirse abajo al final y destrozar a sus artífices. Si esto es así, no nos queda sino vivir

como si no lo fuera. Pero, para mí, el porvenir aparece aún oscuro y vacío; es una gran ignorancia,

iluminada en algunos sitios casuales por el recuerdo de su relato. Y tengo, para consuelo mío, dos extrañas

flores blancas -encogidas ahora, ennegrecidas, aplastadas y frágiles- para atestiguar que aun cuando la

inteligencia y la fuerza habían desaparecido, la gratitud y una mutua ternura aún se alojaban en el corazón

del hombre.

[11 Dícese de la roca que contiene oolitos (cuerpos formados por envolturas minerales de sustancias

calcáreas o de óxido de hierro o de silicio).

La Máquina del Tiempo - Herbert george WellsWhere stories live. Discover now