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Pennsylvania,1935.

360 días antes de la Masacre de Jerahmeel.






—Mamá. ¿Puedo ir contigo al hospital? —preguntó el pequeño Jimmy detrás de su madre. Los nervios gobernaban su mente. Esperando a que su madre contestara. Era un día nublado y fresco en aquél pueblito de Pennsylvania, James Gaarder de doce años se enfrentaba a la primera mentira que había pensado toda la noche, le sudaban las manos y no comprendía bien porqué quería guardar el secreto de que había encontrado un ángel. Sus ojitos claros miraron el vestido floreado de su madre, mentir estaba mal. Muy mal. Y empezaba a sentir un nudo en su estómago.

—¿Y porqué la insistencia? —le respondió su madre con otra pregunta.

—Un ángel necesita mi ayuda —dijo Jimmy con las mejillas sonrosadas. Decidió decirle la verdad, porque sudaba mucho y empezaba a dolerle el estómago. Su madre lo miró con una sonrisa—. Q-quiero ir a ayudar a los enfermos. Mamá.

—Está bien —su madre dejó el tazón de desayuno limpio en la mesa—. Ve a cambiarte de ropa Jimmy. Salimos en veinte minutos. 

Jimmy corrió hacia su habitación. Lo primero que se puso fue un suéter gris y uno de sus pantalones más limpios. Dejó de lado su gorra y tomó su mochila, metió dentro su lonchera llena de botellas de vidrio cristalinas, totalmente vacías para llenar de la sangre de Cristo. Suspiró y se arregló un poco el cabello, sus pecas se marcaban más ese día y eso tan solo producía en él un pequeño sonrojo. Escuchó a su madre gritar su nombre, agarró su mochila y se la colgó en el hombro para después salir corriendo a las escaleras. 

—Jimmy, te he dicho miles de veces que no corrieras cuando bajas de las escaleras, puedes lastimarte —regañó su madre. 

—Mamá —llamó Jimmy. 

—¿Qué sucede cariño?—le preguntó mientras abría la puerta de la casa para ventilar, Jimmy se sentó, mirando su desayuno. El dolor de estómago aún seguía. Estaba ansioso, aterrado y tenía un poco de miedo, levantó la mirada y observó en la pared, a un lado de la puerta la cruz donde estaba colgado Jesucristo, Jimmy hundió la cuchara en su tazón de cereal con leche y la metió en su boca, era una ración muy exagerada, pero si se lo terminaba rápido su madre saldría antes de casa. Pero la miró, ella era enfermera, ¿Y si mejor le decía que tenía un Ángel en el bosque y que requería de sangre para alimentarlo? Se quedó pensando, ¿Podía ser cualquier tipo de sangre? Porque Jimmy no de animaba a tomar las bolsas de sangre del hospital, ni siquiera sabía dónde estaban ni tampoco era una pregunta casual para cuestionar a su madre. ¿Debía robarlo? Robar estaba mal. Jimmy pensó, alimentar a un Ángel era un tema complicado, ¿Porqué Dios simplemente no los creó para que comieran manzanas, o un sándwich?

Si no encontraba esa sangre su Ángel moriría, el niño miró a su madre.

—¿Crees que el sacrificio es un pecado si implica ser ofrecido a un ángel de Dios? 






—¡Jimmy no te alejes mucho! —le ordenó su madre desde la recepción del pequeño hospital de Pennsylvania. Jimmy asintió a su madre. 

Sus pies caminaron por los pasillos del lugar, atravesando habitaciones y merodeando paredes hasta dar con su objetivo en mente. No sabía con certeza si lo que estaba haciendo estaba bien, bien para el ángel. Se aferraba a su mochila con fuerza, repartiendo sonrisas tímidas a los ancianos de ahí, siendo un travieso al entrar en zonas que no debía. Jimmy se topó con una enfermera del lugar, él la conocía a la perfección, ya que era la mujer que siempre asistía los domingos a la misa. Algunas veces mamá la había invitado a comer a casa junto a sus dos hijas, bastante mayores como para jugar con él a la pelota o al béisbol. La mujer entró a una habitación que decía No Pasar en un pequeño papel pegado. Él se acercó con cautela y observó discretamente dentro desde lejos, rato después la mujer salió con una bandeja, dentro se veía las bolsas de ese plástico fuerte lleno de sangre donada en su interior, sus ojos observaron el rojo puro de ese líquido que el corazón siempre bombeaba.

Tomó con fuerza de su mochila, un leve sonrojo de vergüenza se reveló en sus pecosas mejillas. Sentía un nudo en su estómago y le dolía, tal vez empezaba a enfermarse. Sus manos empezaron a sudar a mares y el leve tembleque de estas evitaba que su mente pudiera procesar el movimiento que su cerebro ordenaba. Miró a sus alrededores y se acercó. 

El olor a hierro hizo que el desayuno de la mañana automáticamente se le subiera por el esófago, observó las bolsas en hielo de los contenedores de frío, sus manos temblaron en un santiamén, olía horrible ese lugar. Peor que el aroma de una carnicería. Jimmy quiso vomitar. 

Salió de ahí yendo con el único objetivo de eliminar el líquido vomitivo de su estómago, fue al baño y ni siquiera tocó puerta cuando entró a un cubículo de estos. Dejó que su cereal con leche de vaca saliera molido y todo junto, que la cena de anoche y su merienda del día de ayer se escapara de su boca para caer al inodoro del lugar. Quedó totalmente asqueado cuando terminó, tiró la cadena y su vómito se perdió por la cañería, fue a lavarse la boca y la cara. 

Tenía ganas de llorar. Se sentía mal del estómago y no sabía dónde conseguir la sangre de un ser vivo para que su ángel no muriera. Dios lo castigaría si dejaba morir a ese ser que cayó en sus débiles hombros. Debía ser fuerte, se dijo, salió del baño a paso lento, con los ojos lagrimosos y la vista baja. Sin embargo, observó la veterinaria que se encontraba pegada al Hospital, pero ambos tenían diferentes entradas. 

—¡Jimmy! ¡Hola! —le saludó el hombre que curaba las mascotas del pueblo. Jimmy se dejó abrazar, aunque un poco desanimado por el hecho de no poder volver a ese lugar sin vomitar todo lo que le quedaba en su estómago pequeño—. ¡Ven pasa! 

Jimmy entró a la zona de veterinaria, mirando a los gatos y perros enjaulados o comiendo sobras que los humanos les dejaban. Sus pies siguieron al hombre, esperando saber a dónde lo llevaba. 

—Disculpa eso —le dijo cuando entraron al lugar donde se curaban a los animales de sus heridas. Jimmy dirigió su vista a un perro, tenía el estómago abierto y podía ver su interior. Rápidamente tapó su boca y nariz—. El pobre fue atropellado y dejado en un camino, intenté salvarlo, pero murió mientras lo traía.

La sangre goteaba en una bandeja. Y Jimmy lo observaba con atención. 

—¿Quiere que le ayude a limpiar este desastre? —preguntó mirando con atención la sangre roja del animal muerto caer. Dejó de cubrir su boca, observando la bandeja llena de sangre.




—Te he traído alimento —dijo Jimmy entrando a la casa destruida, el ángel estaba donde lo había visto la última vez. Recostado en el sillón totalmente como un cuerpo inerte. 

Su ángel se incorporó, sentado, el niño se encogió de hombros cuando aquellos ojos rojos se clavaron en él. Eran grandes, a decir verdad el rostro de su Ángel era como ningún otro, extraño, tenía una belleza diferente. Se acercó a él y puso su mochila sobre sus piernas cuando se sentó. Sacó las botellas y se las tendió, esperando ver la reacción de aquél gran ángel.  

—¿De dónde la sacaste? —preguntó, tomando una, el ángel lo destapó y la acercó a su nariz.

—De un ser vivo, como tú dijiste —le contestó el menor, sus manitos se movieron, sin preguntar, a las vendas sobre su cuerpo. El hombre no dijo nada y se dejó quitar los trapos sucios mirando con atención al humano, las mejillas de Jimmy estaban rojas, acomodó sus rizos dorados detrás de su oreja y sacó de su mochila un poco de telas cortadas en tira. El hombre miró sus manos pequeñas sacar un par de frascos—. Tú... ¿Dios te ha puesto un nombre? 

El ángel rió con sorna—. Lían. 

—¿Lían? 

—Ángel Lían—mencionó con una risita—. ¿Y tú? 

—Jimmy —contestó el niño atento al ángel. Le quitó la venda que tenía en su cintura y miró la herida con cuidado para después volver a aquellos ojos rojos.

El ángel levantó la botella, como si fuera a dar un brindis por él. Una sonrisa que hizo erizar la piel de Jimmy se marcó en los labios del ángel, totalmente manchados de ese rojo de la sangre de Cristo. 

Muchas gracias por estas bendiciones. Jerahmeel. 











MISERICORDIA: La masacre de JerahmeelWhere stories live. Discover now