Capítulo 7

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La casa de Serena poco a poco se fue llenando hasta que ya no quedó ningún espacio vacío. Había mucha gente en la sala de estar, en la cocina, en el patio e imagino que también debía haber gente en las habitaciones. No fueron muchos de mis compañeros porque si lo pensamos bien, no todos comienzan a ir fiestas desde tan chicos y también teniendo en cuenta de que Serena por nada del mundo invitaría a las «rosadas». Supongo que la mayoría de los que estaban eran amigos de Pascual e incluso habían chicos más grandes que perfectamente podrían estar en la universidad y eso me intimidaba un poco pero jamás lo admitiría en voz alta.

—Hola —escuché una voz detrás de mí y me sobresalté un poco.

—Fernando, ¿verdad? —pregunté como si no recordara bien su nombre.

—Sí —se pasó una mano por el pelo, parecía nervioso—. No pensé que recordarías mi nombre.

—Claro que lo recuerdo, gracias a ti pude encontrar la sala el primer día y nunca lo olvidaré, podría haber pasado horas perdida pero no, así que gracias.

—No es nada, sé lo difícil que es ser el nuevo. Y en cierto modo, también soy nuevo en el curso; repetí el año pasado así que tampoco es que conozca mucho a nuestros maravillosos compañeros.

Me reí ante el sarcasmo de su último comentario y seguimos hablando de nada muy importante por un rato hasta que nos interrumpieron.

—¿Cerveza? —preguntó Sebastián ofreciéndome un vaso.

—No gracias, no bebo.

—Te pierdes toda la diversión —puse los ojos en blanco y él se dio cuenta de que alguien me estaba acompañando—. No esperaba verte por aquí, ¿Francisco?

—Fernando.

—Eso, se parecen un poco los nombres.

Pude notar una tensión entre ambos, al parecer no se llevaban muy bien pero parecía ser un problema bastante antiguo y no me interesaba saber que era, por el momento.

—Bueno, los dejo en lo que sea que estuvieran —dijo al final el rubio sin apartar su vista del moreno y apuntó su vaso—. Supongo que necesito rellenarlo con algo más fuerte.

Me quedé un poco preocupada ya que parecía bastante pasado de copas y si seguía bebiendo podía hacer alguna estupidez pero me convencí de que si eso pasaba no era mi problema y no tenía por qué entrometerme.

La fiesta se me hizo cortísima, no bebí ni baile pero creo que fue la mejor fiesta a la que alguna vez había asistido o asistiría, al menos hasta ese momento lo creía. Con Fernando nos quedamos hablando toda la noche, de todo y nada, nuestros sueños, lo que nos apasionaba, aunque claro, guardé en el fondo del corazón mi amor por el ballet. Ese chico me parecía cada vez más interesante, me contó que tenía una banda con chicos de su antiguo curso y que algunos fines de semana tocaban en algunos bares, me invitó a verlo el próximo y no pude decir que no, a esos ojos tan profundos era imposible decirles que no. Me encantaría poder decirle a mi antigua yo que no se dejara llevar por ellos, que sea capaz de negarse y por una vez tomar las decisiones correctas pero supongo que la vida no funciona así y de las experiencias se aprende.

Me quedé un momento al lado de la piscina sonriendo con cara de estúpida y repasando cada una de las palabras que intercambiamos durante toda la noche. También estaba feliz ya que le había ganado la apuesta a mi hermano y tendría que lavar los platos de la cena, solo lo vi una vez en la noche y creo que ni siquiera se dio cuenta de que era yo quién lo saludaba.

Eran las cinco de la mañana cuando el frío y el sueño me vencieron así que decidí entrar, parecía no quedar nadie despierto en la casa y me sentí sorprendida al ver que la casa quedó peor de lo que había imaginado, todo estaba sucio y destrozado. Definitivamente, si yo hubiese una fiesta así en mi casa cuando mis papás no estaban, me desheredarían,  me echarían de la casa o tal vez solo me matarían.

—¿Disfrutando del silencio? —preguntó Sebastián a mis espaldas y pegué un salto ya que estaba distraída.

—¡Dios! Casi me matas de un susto. Pensé que estarías dormido.

—¿Me creerías si te dijera que no sé en dónde estoy?

—Sí, te creería. Estás en tu casa, y creo que estás ebrio, bastante. ¿Qué bebiste? Un par de cervezas no te deja así.

—Tequila, vodka —creo que intentaba recordar cuando se quedó en silencio—, creo que el whisky que mi padre tenía en su escritorio. No me acuerdo muy bien.

—Supongo que tendré que ayudarte —pongo los ojos en blanco, no iba a dejarlo tirado ahí. Tenía actitud rebelde pero en el fondo también tenía corazón de abuelita—. Me llegas a vomitar y te arrepentirás.

—Entendido, princesa.

No dije nada más, no serviría de nada decirle que no me llame así, pasé uno de sus brazos por encima de mis hombros y lo abracé para ayudarlo a caminar. Subir las escaleras creo que ha sido lo peor que he hecho en toda mi vida, fue horrible y demoramos mucho hasta que por fin llegamos al segundo piso y el idiota se tropezó con una botella que había en el piso y ambos caímos. Yo encima de él y quedamos en una posición bastante incomoda con nuestras caras separadas solo por un par de centímetros.

—Eres realmente preciosa —dijo pasando una mano por mi cara cuando estábamos en el suelo.

—Y tú estás realmente borracho.

—Sí, pero mañana ya no estaré borracho y tú seguirás siendo preciosa.

Puse los ojos en blanco pero solo por un momento porque no pude aguantar la risa, suponía que al otro día no recordaría nada y podría amenazarlo con eso.

—¿De qué libro de frases de conquista barata sacaste eso? 

—No lo recuerdo —respondió arrastrando las palabras, ya casi ni modulaba—, tal vez alguno de Pascual, aunque dudo que alguna vez haya leído un libro.

—Está bien, galán. Mañana te avergonzarás de esto y me encargaré de recordártelo cada vez que me hagas perder la paciencia —me levanté e intenté usar toda mi fuerza para ponerlo de pie, algo bastante difícil comparando su cuerpo atlético con el mío de bailarina—. Vamos, te llevaré a tu habitación, ¿dónde está?

—Tercer piso.

—Debes estar bromeando, con suerte pude subirte al segundo piso. Tendrás que conformarte con la habitación de invitados que Serena me dijo que ocupara.

No dijo nada más y siguió caminando o por lo menos intentándolo. Cuando llegamos a la habitación de invitados —una de las tantas que había en esa casa— lo acomodé en una de las camas, para mi suerte habían dos; no iba a dormir con él por nada del mundo. Luego me acomodé en la otra e intenté dormirme sin mucho éxito ya que en mi cabeza volaban las palabras de Fernando, mezcladas con las últimas que me dijo Sebastián. No todos los días te dicen que eres preciosa y quería creer que era cierto eso que dicen de: «Los niños y los borrachos siempre dicen la verdad».

No me llames princesaOnde histórias criam vida. Descubra agora