Capítulo 26

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Él no mentía, ese beso no arruinó nuestra amistad, me atrevería a decir que nuestro vínculo se hizo todavía más íntimo aunque no volvió a pasar nada entre nosotros, por lo menos en esos quince días después y eso estaba más que bien. No había por qué forzar las cosas, todo era mejor así porque no se dañaba la amistad, ninguno exigía nada al otro, respetaban sus tiempos y sabíamos que no estábamos listos para tener una relación seria, ni entre nosotros, ni con nadie más.

El día después de Navidad, apareció por mi casa con un regalo para mí, yo también tenía uno para él y al parecer ambos quedamos felices con eso. Mi regalo no era demasiado, solo unos CD de unas bandas a las que lo escuché mucho mencionar desde que éramos amigos y él me dio el mejor regalo que me hicieron en la vida por el hecho de que haya prestado atención a las cosas que me gustan aunque yo nunca lo había mencionado directamente. Era una cajita musical, tengo muchas de esas pero ninguna como la suya, esta era personalizada. No era rosada como las otras, era negra y en la tapa estaba grabado mi nombre con letras doradas pero lo que hizo que mis ojos se llenaran de lágrimas de emoción fue ver la parte de adentro. Cuando abrías la caja, comenzaba a sonar la canción típica del lago de los cisnes y la pequeña bailarina que giraba al ritmo no podía ser más parecida a mí. Para empezar, tenía un tutú y zapatillas de punta negras, el pelo alborotado y aunque era pequeñita se notaba que tenía los ojos muy maquillados y los labios rojos, tal como el día en que llegué al colegio. Como último detalle, tenía una corona en la cabeza; una clara referencia al apodo que me tiene.

—¿Te gusta? —preguntó y reí al notar lo ansioso que estaba por una respuesta—. Supe que quería regalarte algo así desde que vi cómo te brillaban los ojos el día que fuimos a ver el ballet pero no sabía cómo conseguir uno que no fuera rosado. Pero lo encontré —se encogió de hombros y me mostró esa sonrisa de galán que tenía—, ahora puedes tener gustos rosas pero seguir siendo rebelde, princesa.

—¡Me encanta! —me abalancé hacia él para abrazarlo feliz de la vida—. Es el mejor regalo que me han dado en la vida.

—Estás exagerando.

—Claro que no, gracias.

Ese día quise volver a besarlo pero no me atreví a hacerlo y me aterró un poco la idea. Mis sentimientos claramente se empezaban a mezclar y si no me detenía a tiempo todo iba a terminar con un corazón roto, el mío. Pero, ¿cómo alejarme de la única persona que logró que no me desmoronara luego de descubrir el engaño del novio con el que creía iba a casarme? ¿Cómo alejarme de alguien que me hacía tanto bien?

Ese día también decidí que seguiría ahí, que si terminaba con el corazón roto, valdría la pena cada segundo.

Le di vuelta a esa decisión por los días siguientes hasta que llegó el nuevo año. Con Sebastián queríamos ir a una fiesta que se celebraba todos los años en esa fecha pero a mí no me dieron permiso, mamá decía que eran demasiado peligrosas y que siempre acababa alguna chica muerta, violada o algo peor. Su respuesta fue rotunda por más que le rogué y me ofrecí a ser la mucama de todos cuando la señora que trabajaba con nosotros estuviera de vacaciones pero nada de eso funcionó. Moría por pasar un año nuevo con él, sería nuestro primer año nuevo juntos —como amigos— pero mamá no lo entendía.

—¿Por qué no le dices que venga a la casa y lo pasan aquí? —preguntó como si fuera una solución súperdivertida.

—Claro —puse mi mejor sonrisa fingida—. ¿Quién querría ir a la mejor fiesta del año si puede quedarse en la casa de los Ross en donde no se puede poner la música demasiado fuerte porque hay dos bebés durmiendo?

—No seas así, ya habrán otras fiestas, solo tienes dieciséis años.

No la dejé terminar y me fui furiosa a mi habitación, le envié un mensaje a Sebastián para decirle que iba a tener que celebrar sin mí y aunque ofreció quedarse conmigo en casa, lo obligué a que saliera. No podía arruinar su celebración por mi culpa, al menos que uno de los dos pudiera disfrutar.

Me arreglé para la cena, pero no como me hubiese arreglado si hubiese ido a la fiesta claramente. Como no me iba a ver nadie más que mi familia, opté por un maquillaje suave pero a la vez producido y mi vestido no era nada más ni nada menos que rosado salmón. Debo ser justa con mi familia, la cena estuvo bastante bien, vinieron mis abuelos paternos así que la mesa se veía bastante llena. Caleb se llevaba toda la atención de la familia e incluso debo admitir que yo casi ni dejaba que otro lo tuviera en sus brazos y al final de la noche ya tenía un par de fotos para subir a mi Instagram. #LaMejorTíaDelMundo.

Al dar las doce, todos nos dimos los abrazos correspondientes y luego mamá se fue a hacer dormir a Martín, mi hermanito pequeño, Gabby fue a acostarse también y a comprobar que Caleb estuviera durmiendo bien aunque estoy casi segura de que se fue para contestar la llamada que recibió que no tuve que ser adivina para saber de que se trataba del idiota mayor. Mis abuelas aprovechando el impulso también se fueron a dormir y papá con mi abuelo se quedaron tomando unas copas en el living, supongo que hablando de negocios. Antonio por su parte, se fue antes de las doce a casa de su novia. ¡Qué divertida es la familia Ross!

Mi humor, que había estado bastante bueno empeoró de golpe al darme cuenta de que estaba encerrada en una casa en la que casi todos dormían y yo en poco tiempo iba a tener que hacer lo mío. Mi celular vibró por un mensaje de Sebastián deseándome un feliz año y sonreí porque se acordaba de su pobre amiga encerrada en una torre sin poder salir. Le respondí el mensaje y le prometí un gran abrazo de oso cuando nos viéramos.

«¿Por qué no me lo das ahora?», contestó.

Estaba a punto de recordarle que no tenía permiso para salir cuando unos golpecitos en mi ventana me sobresaltaron y al darme la vuelta lo vi. De pie en el tejado del primer piso, con los nudillos golpeando el vidrio. No pude evitar sonreír de oreja a oreja,

—¿Qué haces aquí? —pregunté en un susurro mientras abría la ventana para dejarlo entrar sin poder ocultar mi felicidad.

Él no dijo nada, se concentro en entrar a la habitación sin hacer ruido y se acercó a mí con una decisión que no había visto antes en él. Antes de que yo pudiera darme cuenta o reaccionar de alguna manera, me tomó con firmeza de la nuca, me atrajo hacia él y me besó. Y no fue un beso cualquiera, fue un autentico beso digno de película, como el que vengo esperando que me diera desde hace quince días.

—¿Y eso? —no puedo evitar hacerle esa pregunta, nuestros labios están a un par de centímetros y me mira fijamente a los ojos.

—Dicen que si besas a alguien en año nuevo te trae suerte todo el año.

—¿Ah, sí? Qué extraño, nunca había escuchado ese dicho.

—Sí, es que me lo acabo de inventar y vamos a comprobar si es cierto. Es todo parte de un experimento social.

—Claro, entiendo. ¿Y no quieres seguir experimentando? Creo que no ha quedado muy claro.

Su sonrisa me lo dijo todo, antes de que su boca se volviera a apoderar de la mía con desesperación. Por un momento pensé que él podría sentir lo mismo que yo, que tal vez igual se estaba confundiendo y eso no era del todo malo. Si los dos estábamos en la misma sintonía, las cosas podían salir bien pero nunca le confesaría nada si él no lo hacía primero. Primero que todo estaba la amistad y si resultaba que él no sintiera lo mismo, no era capaz de perderlo por completo. El tiempo lo diría todo.

Nos besamos durante un largo rato hasta que unos paso nos hicieron detenernos y quedarnos mudos, por un momento me aterré; si encontraban a un chico en mi habitación a esta hora y mi respiración agitada iba a arde Troya. Luego los pasos pasaron y por debajo de mi puerta notamos que habían apagado las luces también.

—Eso estuvo cerca. Ahora, ¿vas a decirme qué hacer aquí? Además de tu experimento social, claro.

—Vine a buscarte para que salgamos. ¿Te atreves a escaparte conmigo?

—¿Por la ventana?

—Síp.

—Deja ponerme zapatillas. Si voy a salir escaparme de mi casa desde la ventana del segundo piso será mejor que no vaya en tacones.

—Esa es una de las razones por las que me encantas. —Mi cara se tornó del color de un tomate y esa vez no pude disimularlo, me acerqué a la ventana para analizar la altura y me entró un poco de vértigo—. Por cierto, no te lo había dicho pero estás preciosa.

Bueno, pensándolo bien, una caída de dos pisos valdría totalmente la pena si me seguía diciendo más cosas como esas. 

No me llames princesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora