Capítulo 19

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Cuando iba cerca escuché los gritos, y cuando llegué me encontré con Sebastián golpeando a Fernando sin ninguna piedad, y a Franccesca intentando tapar su asqueroso cuerpo desnudo con mi cobertor favorito. Esa última imagen fue suficiente para que mi estómago se revolviera completamente y terminara vomitando todo en el pequeño basurero que había en la entrada de mi pieza.

—¡Mar! —escuché que gritaba Fernando y se acercó a mí pero no alcanzó a llegar.

—¡No te atrevas a ponerle un dedo encima! —Sebastián fue el que lo detuvo y sujetó mi cabello mientras yo terminaba de vomitar. Luego su tono se suavizó bastante para decirme—: Vámonos, princesa. No mereces quedarte viendo esto.

Los apuntó con cara de asco y se dirigió conmigo hasta el primer piso, agradecí que me llevara del brazo porque sola ya me habría desvanecido.

—¡Mar! —el maldito infiel gritó bajando las escaleras y me detuvo—. No es lo que parece. Puedo explicarlo.

—¡Aléjate de ella! —rugió el rubio poniéndome detrás de él.

—Es mi novia y yo veo cuando me alejo de ella.

—No puedes tener tan poca vergüenza, la engañaste en su propia casa, en su propia cama, hijo de puta.

—Mar, yo...

—Sácame de aquí, Sebastián —pedí en un susurro intentando con todas mis fuerzas no ponerme a llorar ahí.

—Ya la escuchaste —le dijo a Fernando y me volvió a tomar del brazo para llevarme a su auto. Ni siquiera me pregunté por qué había ido en auto si no tenía ni la edad suficiente ni la licencia para conducir.

Me subió al vehículo y me abrochó el cinturón ya que yo no parecía reaccionar y cuando dio la vuelta para subirse él, rompí a llorar al fin. Con desesperación.

—Tranquila, princesa —con sus dedos limpió mis lágrimas y me obligó a mirarlo a los ojos—. Ese idiota no sabe lo que se perdió. ¿A dónde quieres ir?

—No lo sé. Solo sácame de aquí rápido, por favor.

Apretó mi rodilla con su mano antes de encender y salir conduciendo hacia no sé dónde. Cuando estábamos a mitad de camino me di cuenta de que íbamos a su casa, había estado ahí tantas veces pero ahora todo me parecía nuevo. Nunca imaginé que entraría a esa casa con alguien que no fuera Serena y mucho menos que lo haría con el chico que parecía odiarme tanto pero ese día lo único que quería era estar lejos de mi casa, no importa dónde.

—¿Tienes un cepillo de dientes por ahí? —le pregunté cuando entramos y él fue a un cuarto de baño y me pasó un cepillo nuevo con una media sonrisa—. Gracias.

—Puedes darte una ducha si quieres, a veces ayuda para sacar toda la mierda que sientes.

Asiento y dejo que me guíe al cuarto de baño que quedaba dentro de su habitación. Nunca había estado en esa habitación y por primera vez me pregunté si las cosas hubiesen sido muy diferentes si lo hubiera elegido a él en un principio, pero me prohibí volver a pensar en algo así. En algo que no pasó y que era imposible que pasara ahora.

Sebastián me indicó dónde se encontraban las toallas y me dejó ahí, sola. Observé el cuarto que era aún más grande que el mío, en una esquina tenía un jacuzzi y en la otra una ducha rodeada de vidrio.

Luego de cepillarme los dientes por tercera vez ya que aún sentía un sabor amargo en la boca, me dirigí a la ducha y encendí el agua. Por primera vez en todo ese rato me di cuenta de que estaba descalza y seguía tan paralizada que ni me molesté en quitarme la ropa antes de entrar a la ducha. Llevaba una blusa blanca que no tardó en pegarse a mi cuerpo y dado que andaba sin sujetador se traslucía completamente, y una falda demasiado ajustada con lentejuelas. ¿Quién iba a pensar que terminaría bajo la ducha de Sebastián Eisenberg con ropa el día de mi cumpleaños?

No me llames princesaWhere stories live. Discover now