Ídolo

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 Idolatrado y odiado a partes iguales, yo era aquel cuya cara adornaba las carpetas de tus compañeras de clase cuando aún iban al instituto. Muchos decían que era un artista inigualable, poco menos que un dios. Ellos habrían dado su vida por mí. Otros tan sólo me veían como un niñato que vendía con su imagen, como un delincuente juvenil que siempre salía airoso de todos los escándalos; malhablado y mala influencia, una vergüenza social. Son los que habrían pagado por patearme el trasero.

Pero nadie, absolutamente nadie, me conocía. A veces dudaba de que mi propia madre lo hiciera.

Sé que sonará a tópico, pero ser la viva imagen del éxito no era siempre bonito. Ya lo describió a la perfección aquel que inventó la expresión "ser asquerosamente rico", porque, al menos en aquel momento, nada me daba más asco que mi propia fama.

No me malinterpretes, era mi sueño hecho realidad. Pero ese mismo sueño era el que se estaba apoderando de mis horas de vigilia, el que me nublaba la vista, absorbía mis energías y se apoderaba de mis ganas de vivir, dejando sólo las entrañas. Porque eso era yo en aquel momento, entrañas.

Todo el furor que sentía cuando me subía a un escenario, el calor y el amor de la gente que gritaba emocionada al verme se esfumaba en cuanto se cerraba el telón. Después me llamarían para hacer alguna que otra sesión de fotos y me comprometerían a atender entrevistas de guion prefabricado. Todo con tal de mantener mi imagen de glamourosa celebrity.

-¡Putos camaritas! – exclamé desde el asiento trasero con el ceño fruncido –. Menos mal que existen los cristales tintados.

-Así nadie tiene que aguantar tu cara de mala hostia.

¡Lina, Lina, Lina! ¡Enana malcriada! Estiré los brazos hacia el lado opuesto del asiento con la intención de hacerle cosquillas, pero sólo alcancé a despeinarle un poco antes de que el chófer frenara bruscamente. El hombre pronunció una breve disculpa antes de indicarnos que debíamos bajarnos ahí mismo en cuanto llegaran los guardaespaldas. Lina consideraba peligroso tener que caminar entre el gentío hasta llegar al hotel, aunque sólo estuviera a unos metros. O eso decía. Yo sabía que su mayor preocupación en ese momento era que la fotografiaran sin maquillaje. Aunque a mí tampoco me hacía mucha gracia.

Desde el asiento trasero, Cee me pasó una gorra y unas gafas de sol. Lamentablemente no tenía un cubrebocas. Uno, dos, tres... respiré hondo y salí del coche para verme rodeado por un ejército de seguritas que mantenían alejada a la legión de chicas histéricas que gritaban mi nombre a pleno pulmón. "Os estáis equivocando de objetivo", pensé mientras una lluvia de destellos amenazaba con cegarme. Eran los paparazzi los que me tocaban las narices con sus titulares de prensa rosa. Saludé a la multitud antes de desaparecer tras la puerta del hotel con el signo de la victoria en mis manos.

Ya sabes cómo era yo en esa época: un completo gilipollas que pagaba sus frustraciones escupiendo veneno en secreto al mundo que le rodeaba. Y no he cambiado tanto, sigo siendo gilipollas. Pero cuando apareciste tú el veneno se consumió, se convirtió en un narcótico que me evadía de todo aquello que me hacía daño. No sé cómo lo hacías, pero tenerte cerca era como inyectarme un chute de morfina directamente en el corazón. Y ahora es el puto síndrome de abstinencia el que me tiene delirando.

Podría haber escrito mil y una canciones de esto, tal y como se las escribí a ella. Pero la melodía ya no fluye, las notas musicales ya no me hablan. No son más que palabras mudas que componen una canción que hace tiempo que ha dejado de sonar.

En mitad de la noche alguien llamó a mi puerta. Lina me recibió con un abrazo que olía a alcohol.

-¿No eres muy joven para estar tomando whisky? – le espeté con sorna –. ¿Qué hace una chica como tú en la habitación de un chico como yo a una hora como esta? Mañana hay curro.

Lina soltó una carcajada mientras se dejaba caer sobre el sillón del salón de la suite. Permaneció en silencio unos instantes mientras la sonrisa se borraba lentamente de un rostro. Finalmente, suspiró y me hizo un gesto para que me sentara a su lado.

Lina era mi mejor amiga. Era como tener una hermana melliza. Bueno, a decir verdad, era más como ese tío extraño y desequilibrado que te encuentras en el parque y al que por algún motivo empiezas a contarle tu vida con la intención de que te aconseje.

Hice lo que me pedía y me serví un vaso del contenido de una botella de cristal que descansaba sobre la mesa. No tenía claro qué clase de alcohol era, pero algo me decía que lo iba a necesitar.

-¿Te has enterado de lo de Luchia?

La cosa empezaba fuerte. Me apresuré a dar un sorbo.

-Veo que no – continuó –. Será mejor que no te pille por sorpresa.

Me bebí el vaso de un trago. ¿Qué mierda me estaba tragando?

-Rili – insistió Lina –. Luchia se va a casar.

-¿Agua? ¿Quién coño pone agua en...?

La miré. Pocas veces la había visto tan seria. Ya no era esa niña que entró en la compañía a entrenar para convertirse en artista. Acaricié sus mejillas con suavidad. Ya habían pasado tres años desde su debut como rapera... ¡qué rápido pasaba el tiempo!

Sin previo aviso, me derrumbé sobre su hombro y la abracé tan fuerte como pude. Quería llorar, pero por más que sollozaba de mis ojos no salían lágrimas. Ya las había llorado todas. Más de las que esa mujer se merecía.

-Gracias – fue lo único que pude pronunciar.

Nos pasamos la noche en vela, abrazados en el sofá a la luz de una película de los sesenta. Vaciamos el minibar y nos dedicamos a beber en silencio, sin palabras que pudieran sacar a relucir las heridas que aún no cicatrizaban. Aquella noche ya no quedaba nada por decir.

Podía escuchar a la multitud gritando mi nombre al unísono al otro lado del telón. Ya casi se había hecho de noche, y el concierto empezaría en breve. Dos canciones. Discurso de bienvenida. Dos canciones. Cambio de vestuario. Las instrucciones habían sido claras: "Nada de extravagancias u obscenidades. Limítate a seguir el guion" me había dicho mi mánager. Tal y como estaba, tendría suerte si conseguía afinar correctamente. Lina, artísticamente conocida como Nile, no aparecería hasta después del descanso para hacer un par de colaboraciones en mis canciones. "Asegúrate de que te maquillen bien esas ojeras, tienes una pinta horrible" habían sido sus palabras de apoyo antes de marcharse de mi habitación aquella mañana.

Respiré profundamente con los ojos cerrados durante unos instantes, ignorando el calor que me sofocaba. Pronto, una brisa fría repentina me hizo reaccionar antes de que me golpeara la luz de los focos.

Allí estaban ellos, ahí estaba yo. Era como cuando las constelaciones se agrupan para formar el universo. Era como estar en casa. Y, aunque todavía no lo sabía, tú estabas conmigo. 

Cuando el universo cantaba para mí (Kpop inspired)Where stories live. Discover now