11. Max

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Mirándome directamente a los ojos, el enemigo ensartó bruscamente un tenedor en su barbacoa, dándome a entender que yo tendría el mismo final que el cerdo en su plato. Me reí y disfruté lo más que pude mi cena, pues esa noche me di cuenta de que le molesta verme feliz. Eso estaba haciendo cuando mi tenedor cayó al piso y me dispuse a recuperarlo. De inmediato salté de mi silla y me puse en cuclillas bajo de la mesa.

—Mamá me enseñó a tener buenos modales en la mesa —escuché piar al enemigo—. Masticar en silencio la comida, usar la servilleta, no dejar caer nada...

Por supuesto, ella no iba a perder la oportunidad de hacer notar que se creer mejor que yo. Quería vengarme. Y la oportunidad se me presentó cuando buscaba mi tenedor a gatas sobre el piso, pues vi algo que llamó mi atención: El enemigo estaba usando zapatillas... con agujetas. ¡Bingo!

Me arrastré hasta sus pies y las desaté. Después las amarré de vuelta, pero entrelazándolas entre sí lo suficientemente fuerte como para resistir un tropezón, pero también desatarse al instante. Ya había hecho esto en la escuela, por lo que sabía exactamente qué y cómo hacerlo.
De regreso en la mesa, le mostré al enemigo el tenedor ya recuperado.

—Ya no lo puedes usar, está sucio —dijo, con ese tonito de voz insoportable que heredó de su mamá.

Pero la ignoré. Cogí otro pedazo de barbacoa y me metí el tenedor a la boca.

Yiuuuuu —chilló—. Mamá, míralo —me acusó—, se metió el tenedor a la boca sin haberlo limpiado antes.

Pero su madre también la ignoró. Los adultos estaban entretenidos entre ellos mismos. Suhail arrugó su nariz. Yo me reí. Moría de ganas de que Eric y Sam conocieran de cerca al enemigo y me ayudaran a sacarla del vecindario.

¡FUERA NIÑAS!

—Miranda, te escuché decir que tendrán una niña —preguntó la señora Didier a mamá.

—Posiblemente. Lo estamos intentando —sonrío ella, tímida.

Oh, no...

—Oh —A la señora Didier le incomó ese tema tanto como a mí—. Es decir que todavía no estás embarazada.

—No, no lo estoy. En realidad Daniel y yo queremos adoptar.

—¿Qué?

Si. ¿Qué? Lo mismo había dicho yo.

—Por complicaciones durante el parto de Max no puedo tener más hijos —dijo mamá—. Pero quiero una princesita.

—¿Puedo jugar con ella? —preguntó Suhail. Acá entre nos, la entrometida de Suhail.

Puse los ojos en blanco.

—Por supuesto, cariño —dijo mamá. A ella en verdad le ilusionaba la idea de tener una hija.

A continuación, la mamá del enemigo empezó una enumerar las desventajas de adoptar. Eso incomodó a mamá.

—El domingo es el cumpleaños de Max —dijo papá, en un intento de cambiar el tema de conversación y ayudar a mamá—. Nos gustaría que vinieran a la fiesta.

Oh, no... Yo hice una mueca.

—Visitaré a un cliente el domingo —se disculpó la mamá del enemigo.

Perfecto, ella y su hija insoportable no vendrían. Iba a festejar cuando...

—Pero Suhail y yo si estaremos aquí —dijo Bill—. Con gusto vendremos.

A la mamá del enemigo no pareció hacerle gracia que su esposo la contradijera, pero no le discutió frente a nosotros. Aún así:

—Hora de irnos —dijo, presumida, levantándose de la mesa con su cuello estirado. La señora Didier me recordaba a una jirafa.

—Pero todavía falta el postre —dijo mamá, confusa, empezando a servir el píe de manzana.

Yo le hice una seña para que me pasara un plato. Me encanta el píe de manzana de mamá.

—Suhail no puede comer postre, está castigada —digo la jirafa.

—¿Por qué? —preguntaron el enemigo y su padre al unísono.

Yo sonreí.

—Por levantar la voz en casa de los vecinos —objetó la señora Didier.

Bill se mostró en desacuerdo, pero no le discutió a su esposa. Al menos no en ese momento.

Cual princesa en deshonor, el enemigo trató de levantarse dignamente de la mesa, pero al instante tropezó con sus pies... llevándose el sobre mantel de la mesa al piso con ella. Yo me apresuré a coger mi plato porque ahora casi todo estaba sobre el alfombrado.

—¡SUHAIL! —chilló la madre-jirafa, avergonzada.

—Lo siento, mamá, no sé qué pasó —dijo el enemigo, sollozando.

—¡Tropezaste con tus pies! ¡Anda, mira tus agujetas!

Suhail bajó su mirada y miró sus pies.

Saboreé un pedazo de mí píe, y así, con la boca llena, le dije al enemigo con el mismo tonito que utilizó conmigo:

—Deberías amarrar tus agujetas, Suhail. Es peligroso no amarrarlas.

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Max & Suhail ©Where stories live. Discover now