Capítulo Dos

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La reunión terminó tan pronto Molly se fue

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La reunión terminó tan pronto Molly se fue. Se convino que la casa se vendería y el dinero sería repartido por partes iguales. El auto y los demás enseres serían para Alan, siendo Molly quien recibiría la mitad del pago por todos ellos.

Con una terrible jaqueca, Alan se marchó en el auto rumbo a ninguna parte. A pesar de las llamadas de la oficina y las de su amigo Charles, no quiso saber de nadie. Estaba ardido hasta los huesos porque al parecer a esa mujer que llevo al altar estaba esperando ese día, seguramente feliz con todo el dinero que recibiría.

Dejó de matarse la cabeza; decidió ir rumbo al apartamento de Teresa, para encontrar un poco de paz. Cogió su celular para marcarle, notando que también tenía varias llamadas perdidas de ella.

¡Amor! ¿Por qué no me contestabas? Estaba preocupada —exclamó la mujer del otro lado de la línea al darse cuenta que era su amado.

—Nada, sólo quería saber si estabas en tu apartamento —comentó, apretando el volante.

¡Claro! Aquí estoy, esperándote para celebrar —endosó, con voz provocativa.

Okay, llego en diez —comunicó y colgó.

Pisó el acelerador a todo lo que daba la máquina y tan pronto llegó al apartamento donde vivía la hermosa mujer que sabía complacerlo —quien lo recibió con una bata traslucida de color negro luciendo un delicado conjunto de ropa interior con encajes—, desahogó con ella todo lo que sentía. Fue agresivo, posesivo como nunca antes, todo el odio reprimido lo transformó en lujuria insaciable.

Se apoderó de la delgada figura de Teresa, quitando la estorbosa ropa y se introdujo en ella una y otra vez hasta quedar cansado, satisfaciendo a la escultural morena, pero no a él. En realidad, fue como desahogarse con la nada.

Cuando terminó, se echó boca arriba en la cama, con su amante acostada al lado, apoyando la cabeza en su pecho.

—Fue increíble, amor —indicó ella con una risita, mientras recorría con sus dedos el pecho de Alan, apreciando su perlada piel.

No dijo nada, sólo se limitó a sentir sus caricias en un vano intento de disipar ese odio que no quería salir de su sistema. Deslizó su mano hacia la lacia cabellera de su amante y enredó los dedos en ella.

—Entonces salió todo bien, por lo que veo —comentó divertida, alzando la vista para enfocarse en aquellos atrayentes ojos mieles de Alan que en ese momento estaban fijos en el techo.

—Si —soltó sin más. Antes hubiera celebrado por esa respuesta, pero no entendía por qué en vez de estar feliz, no había más que zozobra en su interior.

—¿Qué tienes? Deberías estar contento, al menos dime si te quedarás con el dinero de la casa, para tu sabes, comprar la nuestra y establecernos. —Enseguida, se enfocó en los ojos azules de Teresa, frunciendo el entrecejo.

Fragilidad [Estados del amor I] ©Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ