Capítulo Seis

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—Pensé que lo sabía, lo siento

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—Pensé que lo sabía, lo siento. Tal vez...

—¿Por qué supone que lo sabría? —inquirió apenas recobró el sentido.

—Porque una de sus amigas me lo comentó cuando hacía el papeleo de rutina.

Alan pensó en la última vez que estuvo con Molly, fue igual que otras ocasiones, donde la pasión no gobernó lo suficiente, pero si bastó para dejar su semilla. Sintió una felicidad inmensa porque tendría un hijo, con algo de duda porque no se sentía preparado para recibirlo, pero saber que venía de la mujer que más amaba en el mundo, fue motivo suficiente para que su llegada fuera la más deseada. Por otro lado se desilusionó porque Molly no se lo comentara, que todo el mundo lo supiera menos él; se divorciarían y estaría lejos de su hijo lo cual le era inaceptable.

—¿Cuánto tiempo tiene de embarazo? —preguntó siendo inquisitivo.

—Tres meses.

Abrió los ojos de par en par.

—¿Puedo verla, por favor? —dijo, aunque fue más un ruego. La doctora entendía lo preocupado que estaba solo con verlo a los ojos.

—Sí, claro. Siga hasta la sala de observaciones, cuarta puerta a la izquierda —indicó, siendo amable.

—Gracias.

Cruzó las puertas, afanado, por poco tuvo una disputa con un guardia que no lo dejaba pasar. Cuando se vio librado fue a la habitación donde estaba su esposa...

El sitio era amplio, de suelo embaldosado blanco y paredes de color oliva, dispuesto con dos camillas separadas por una mampara. En la cama de fondo, al pie de una ventana que dejaba entrar la luz del día estaba una mujer, vestida con una bata azul y arropada con una sábana blanca. Tenía una intravenosa que le suministraba suero, descansaba sin perturbaciones.

Se acercó despacio, sin apuro, queriendo remediar tanto daño que le había hecho. Tan frágil, tan tierna, ella era lo más puro que tenía, y se encargó de quitarle eso para dejarle migajas, llevándose su felicidad. Se tomó su tiempo de apreciarla, deseando que fuera otro el panorama en donde esa buena noticia fuera motivo de celebración, en vez de encontrarla sumida en un profundo sueño donde él, tal vez, no atormentaba su corazón. Ojala recapacitara luego de que le dijera de frente ese secreto que los tenía ligados, siendo el fruto del amor que juraron en un altar ante sus familiares y amigos.

Le sudaban las manos, su corazón empezó a latir con fuerza. Quería verificarlo con sus propios ojos. Respiró hondo para recoger valor, tomó la sabana que arropaba a Molly, la deslizó hasta la altura de sus esbeltas piernas. Con los nervios haciendo temblar sus manos, levantó un poco la bata que llevaba puesta.

Aparte de encontrarse con esa cintura definida, por instinto cerró los ojos al percatarse de ese pequeño vientre que iba creciendo, no tan evidente pero lo suficiente para que sintiera lleno de alegría de saber que sería padre. Sin contenerse le acarició, imaginando cuando tuviera cinco, seis, nueve meses o cuando el bebé pateara. Le dio miedo pensar en el parto también, pues quería que los dos salieran bien. Su mente estaba revuelta de emociones y pensamientos tan lejanos al presente que no se dio cuenta cuando ella despertó.

Fragilidad [Estados del amor I] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora