Epílogo

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Estar en casa sin hacer nada fue la tarea más complicada que podía llevar

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Estar en casa sin hacer nada fue la tarea más complicada que podía llevar. Alan le alcahueteó de todo, le compró libros, películas y helado pero no bastaba para quitarle el aburrimiento, así que para matar el tiempo y porque se le antojaron unas galletas caseras, se levantó de la cama.

Le costó demasiado erguirse, cargar un vientre de seis meses de embarazo le pesaba, causándole dolores de espalda, motivo por el cual le dieron unos días de reposo. Se fue a la cocina a preparar las dichosas galletas, comiéndose porciones de la masa. Hasta eso se le antojaba, odiaba esa sensación que solo podía aliviar de un modo: comiendo.

De repente escuchó la puerta principal abrirse, dio un respingo pues sabía que su esposo se molestaría si no acataba la orden del doctor. Miró en todas direcciones, buscando por dónde esconderse, hasta consideró meterse al horno pero, así lo consiguiera, el olor de las méndigas que había puesto en el horno la iba a delatar.

—¡Hola, amor! —Se le congelaron las ideas, estaba perdida.

Escuchó los pasos de Alan así que sin más remedio se quedó quieta en su lugar...

Desde que tuvo los días de incapacidad, tras de que la llamaba tres a cinco veces en el día —conversaciones que duraban horas—, Alan también iba a casa al mediodía para revisar que Molly estuviera bien, sin importarle el largo trayecto, y a veces, gracias a Charly, conseguía quedarse el resto de la tarde con ella.

Cuando entró a la cocina, presenció la cosa más encantadora. Molly lucía un gorro de lana blanco que le cubría su cabello recién cortado —a la altura del mentón—, tenía puesto un saco de lana blanco, pantalones rosados, holgados para su confort y unas pantuflas. Lo que le pareció tierno fue la mirada que le dedicó, como un borreguillo indefenso, temiendo que le dijera algo malo, eso le arrebató una sonrisa.

—Yo a ti te dejé en la habitación —comentó, frunciendo el entrecejo en breve.

Dejó su bolso y el porta-planos sobre la mesa de desayuno, se desabrochó las mangas y la camisa.

Estando ante ella le dio un beso en los labios, uno delicado que por poco le robó el aliento. Al terminar se acuclilló para saludar al bebé que crecía en el pronunciado vientre de su esposa, alzándole un poco el saco para poder acariciarlo. Puso el oído contra éste, masajeando la zona con ambas manos.

—Y tu campeón, ¿no regañaste a tu mamá?

Molly contemplaba la escena, embelesada. Terminando el mimo con un beso, Alan se irguió, miró severo a la mujer ante él. Le costaba fingir ser duro, por lo que pronto se dejó convencer por esa cálida sonrisa que ella le dedicaba, imitándola de igual modo.

—Te amo, amor, pero por favor cuidate.

Apenada bajó la cabeza, su esposo le tomó del mentón para darle otro beso para reconfortarla, haciéndola suspirar cuando sus labios se separaron.

—Te tengo una sorpresa, o bueno, para mi es la sorpresa —comentó él, rozando los labios contra los suyos.

Ella elevó las cejas, para luego fruncir el ceño. Alan rio por su gesto, le dio un beso fugaz en la nariz y se fue hacia la mesa donde estaban sus cosas. Escarbó algo en su bolso, sacando hojas y haciendo un reguero, excusa para hacerla impacientar.

—¿Te acuerdas que te prometí ser el primero en leer tu libro?

—Sí, lo recuerdo, pero para eso falta mucho —explicó Molly quien se acercaba para husmear lo que él buscaba.

—Bueno, sé que no fui el primero en leer tu libro, aparte de ti y de los editores, pero gracias a Roger, pude conseguir algo...

Cuando su cometido, se volvió con una pícara sonrisa.

Cargaba entre las manos un libro que parecía más la copia de un guion de teatro pues la cubierta de éste era amarilla. Lo que la sorprendió fue el título en el tomo: Fragilidad.

—Me costó mucho conseguirlo, luché prácticamente cinco meses para que me dieran el manuscrito inédito. Hice llamadas, contacté a Roger... —Molly lo miró incrédula a lo cual rio—. Sí, lo sé. Que yo le hable a él es insólito pero me di cuenta es un buen tipo, mejor que yo.

—No digas eso. —Tomó a Alan de las dos manos, sosteniendo ambos el libro—. Lo que me parece increíble es que lo obtuvieras.

—Fue difícil, admito que me sentí como Tom Cruise en Misión Imposible pero lo conseguí y no preguntes cómo, pero te daré una pista. —Guiñó el ojo, haciendo que su esposa riera entre diente—: Comienza con so y termina en borno. —Molly se carcajeó—. Te prometí que sería el primero en leerlo antes que todo el mundo, es una promesa vana pues no lo fui pero...

—No importa —irrumpió ella, negando con la cabeza—. Para mi eres el primero pues los editores la leyeron por encima y como yo soy editora confiaron en que estaría bien. Roger si acaso leyó los primeros capítulos, así que sí, eres el primero.

—Lo dices para hacerme sentir bien —renegó, fingiendo ponerse enojado.

—No, no. —Rio—, es en serio.

Alan dejó el libro en la mesa, sin soltar a Molly de una mano, suave tiró de ella para acercarla. Apoyó su frente a la de ella y rozando su nariz con la suya, se quedó viéndola enternecedor...

«Cuando el amor une a dos personas, será como un fino cristal, uno que debe cuidarse entre los dos. Si ambos lo embellecen día tras día, éste perdurará intacto hasta el final. Si se abandona, perderá su lucidez, quedando guardado en el rincón de los recuerdos. Si tratas de romperlo, es muy difícil que vuelva a tener ese bello aspecto de un principio».

»Es entonces que se pone a prueba, siendo fragilidad en su totalidad, en donde ambos ya no sostienen el cristal, se aventuran sobre él para poner a prueba su dureza. Si uno solo lucha por repararlo, se irá agrietando pues ambos forjaron ese amor. Pero si se apoyan entre los dos y en verdad se aman, ese cristal dejará de romperse. El daño está hecho pero las heridas cicatrizan si unidos se encargan de sanarlas».

—¿Te memorizaste todo eso? —Molly quedó sorprendida, más aun cuando cayó en cuenta—. ¿Hace cuánto lo tienes?

Alan rio, coqueto, enarcando una ceja, siguió acariciando con la punta de la nariz la de su amada mientras sus manos masajeaban su vientre.

—Hace una semana; quería sorprenderte recitando los últimos párrafos del texto.

Molly le picó el pecho con un dedo en reproche, cosa que le arrebató una carcajada. Luego deslizó las manos hasta su cuello, mirándolo fijamente, perdiéndose por enésima vez en sus atrayentes ojos mieles.

—Solo diré que ya no quiero que la fragilidad vuelva y que lo nuestro de aquí en adelante, sea sólido como el mismo acero —susurró Alan contra sus labios, dándole luego otro beso que los dejó perdidos el uno en el otro...

El amor siempre estará a prueba, donde la confianza es la mayor apuesta y depende de ambas partes mantenerla. Siempre habrá obstáculos donde, si derramas lágrimas, te darás cuenta qué tan real es, pero hay que recordar que en este sentimiento, el más puro de todos, se tropieza solo una vez y depende de ambos seguir o alejarse para no sufrir. A pesar del miedo, hay que atreverse a arriesgarse pues en eso consiste todo: sin luz no hay oscuridad, sin gris no hay color, sin dolor no se sabrá si hay un amor de verdad...

FIN 

Fragilidad [Estados del amor I] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora