Capítulo Tres

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Se levantó tarde otra vez

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Se levantó tarde otra vez. De no ser por el sol que ingresaba en todo su esplendor por aquella habitación, no se hubiera despertado. Tanto era su desorbite que no sabía qué día de la semana era hasta que revisó su celular sobre el buró, verificando que ya era jueves.

Habían pasado dos días luego de la discusión con Molly, desde entonces no la veía, sabía que estaba allí en la casa pues escuchaba la regadera de su cuarto o los trastes de la cocina al lavarse. Cuando quería por lo menos encontrársela ya se había ido o cuando llegaba del trabajo estaba durmiendo.

Así como no la veía, él tampoco volvió a pisar un bar o a ver a Teresa. A pesar de las decenas de llamadas que recibía de su amante no le contestaba, ni siquiera tenía ánimos de laborar aunque era una obligación. La rutina de su vida se convirtió en la de un robot: se levantaba para ir a la oficina y llegaba a casa temprano para volver a dormir. De no ser por Charly no comería en todo el día, al menos él era el único que se preocupaba por su bienestar.

Llegó una hora tarde al trabajo, recibiendo apenas se sentó en su escritorio, un memo por impuntualidad. Lo pasó por alto, concentrándose en los planos del proyecto reciente, tratando de no pensar en su vida que se estaba yendo por el caño.

El problema era que, cada que dibujaba, lo que pasó la noche anterior con Molly volvía a su cabeza, haciéndolo repetir los trazos una y otra vez. Era frustrante, antes hubiese jurado que nada de lo que ella pensara o sintiera le importaría pero ahora afectaba. Sea mostrándose fría o frágil le concernía, no sabía cómo lidiar con esa zozobra que le bajaba el ánimo, dejándolo hueco, sin motivos por los qué seguir...

Luego de su décimo intento por hacer las perspectivas se rindió, arrancando el papel pergamino, casi tumbando la mesa de dibujo.

—¿Se puede pasar? —Escuchó apenas lanzó la hoja.

Reconocía la voz así que no tuvo necesidad de verlo ni de saludar.

Charly entró contemplando, pasmado, la cantidad de papeles regados en el suelo de aquella oficina. Sostenía una Tablet pegada al pecho, fijándose en el turbado hombre que se había acostado sobre la mesa llena de portaminas.

—Día de perros de nuevo, llevas así toda la semana —comentó mientras tomaba una de las sillas al pie del escritorio. Se sentó, arrimándose al pie de su amigo.

Alan no contestó, se limitó a erguirse, revolviéndose el cabello, desesperado. Charly se tanteó la barba, analizando al hombre, meditó cómo ayudarlo.

—Ya es medio día, viejo, deberías tomarte el día también, andas de un genio que no puedes con él.

—No puedo —comentó Alan, viéndolo por el rabillo del ojo—, ya me llegó hasta memorando por llegar tarde.

—Lo sé, pero hablé con mi padre, él comprende por lo que pasas así que le pedí que te diera permiso, sólo por esta semana.

Alan se cruzó de brazos, incrédulo.

Fragilidad [Estados del amor I] ©Where stories live. Discover now