COMPAÑEROS DE TRABAJO

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Maria:

Nada más pisé aquel pueblo, sentí que mi vida iba a cambiar.

Paco, el hermano del padre Conrado, me acompañó a una habitación de la segunda planta de una de las dos casas que tenía. Él era un señor mayor, castigado por los años y nada atractivo.

«¡Bien!», celebré. «¡No me pone nada! ¡Adiós a las tentaciones!».

Aislada en aquel lugar donde internet apenas existía, no cabía duda de que conseguiría huir del vicio. Ni aplicaciones para ligar, ni páginas atrevidas que visitar... Pronto me parecería a mi tocaya la Virgen.

—¡Estoy feliz! —le comenté a Paco mientras inspeccionaba mi nuevo cuarto—. Tan feliz, que ni el olor a mierda de gallina me molesta.

—Es de cerdo —corrigió—. El hedor pertenece a las heces de los cerdos. Las gallinas están muy lejos.

—Ah. Bien. —Me encogí de hombros y seguí escudriñando mi nuevo dormitorio.

Entre cuatro paredes de yeso agrietado aguardaban una cama, un armario de color azul claro y un gran espejo que nadie se había molestado en colgar, solo estaba apoyado en el suelo de madera.

—Ay. —Pegué un saltito—. ¡Me encanta todo!

Paco se rio.

—Cuánto me alegro.

Se dirigió a la ventana y corrió las cortinas para que entrase más luz.

Entonces, mi rostro empalideció.

—Oh, jo-der.

—¿Qué ocurre? —se preocupó—. No son las mejores vistas, pero...

Alcé el dedo índice y apunté a través del cristal: hacia la ancha espalda de un desconocido joven, cuyos omoplatos se marcaban bajo una fina camiseta de lino, tan blanca como mi tez entonces.

—Hay un chico.

—Sí.

—¡¡¡Un chico!!!

Mi ventana daba a la habitación de un atractivo joven que se volvió hacia nosotros al oírme gritar.

Su piel era morena y su cabello, castaño oscuro. Tenía un cuerpo atlético y, respecto a la edad, tendría algo más de veinte años. Como yo.

Rápidamente lo evité y me volví hacia Paco, quien se rascaba la nuca, incómodo.

—¿¡¿Qué hace él aquí?!?

—¿El muchacho?

—¡Sí!

—Lo mismo que tú. Es Leonardo. —Informó—: Vais a ser compañeros de trabajo.

Mi «compañero» apoyó los brazos en el alféizar, lo que hizo que se le marcaran aún más los bíceps, y se asomó para contemplarme con sus penetrantes y peligrosamente cautivadores ojos verdes.

Me analizaba, seguramente intentase descubrir si la joven que lo señalaba descaradamente estaba loca.

Yo también le di un buen repaso, uno bastante más superficial, y mi veredicto no tardó en llegar: estaba muy bueno. Pero eso era malo. Muy malo.

—¡No! —rechacé.

—No, ¿qué? —Paco parecía confuso.

—¡Que no puede quedarse! ¡Que me lo cambien! ¡¡¡Que pongan a otro!!! —exigí y, zanjado el tema, traté de distraerme—: ¿Y Txalote?

—¿Txalote? ¿El cerdo?

—¡Sí! ¿Dónde está? ¡¡¡Quiero ver a Txalote!!!

Paco empezaba a alarmarse. Probablemente él también se estuviera preguntando por la salud mental de la chica que había contratado y que en aquel momento corría por el pasillo en busca de su cerdo.

HUYENDO DEL VICIO (EN LIBRERÍAS Y WATTPAD)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora