BARTOLO

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Maria:

Cuando Leo se unió al grupo, Carmen nos llevó al salón de los sillones cómodos y dio luz verde a una improvisada reunión.

—Maria y yo hemos estado a dos pasos de un marciano —anunció.

—¿De verdad? —alucinó Leo—. ¿Lo habéis visto?

—No, porque estaba oculto entre libros y baldas. —Lo compensé—: Pero lo hemos oído y ¡emitía un luz azul!

Paola y Leo se dedicaron una mirada de incertidumbre.

—¡Confiad! —Carmen liberó una risita nerviosa—. ¿Qué más podría ser?

—Cualquier cosa es más probable —se mostró reacio Leo.

—Igual era un ángel —pensó Paola—. ¡El pobre estaría herido!

«Mi angelito sin alas. Échame a volar», cantó mi cerebro, pero no lo exterioricé. No era el momento de interpretar temas de Juan Magán.

—Era un alienígena y punto —rechacé cualquier otra teoría—. Lo hemos descubierto. Y él es consciente de ello. —Me alarmé—: ¡Ahora vendrá a por nosotros!

—Venga ya. —Leonardo se frotó la frente, cansado—. Sin ánimo de ofender. ¿En esta casa no hay nadie con los pies en la tierra?

—Ni lo va a haber —negó Carmen—. Ya verás cuando venga el bicho de Marte.

Lo sacábamos de quicio:

—Que no va a venir... ningún... maldito... ¡extraterrestre!

Toc, toc, llamaron a la puerta.

—¡AHHH! —gritamos al unísono.

Leo se volvió hacia la entrada.

—Dale, valiente. —Lo animé—: Ve a abrir.

—No.

—Ah, ¿ahora tienes miedo?

—Sí, pero no de vuestras paranoias, sino de la policía. Os recuerdo que lo que hemos hecho es delito.

—No nos van a pillar. —Carmen quiso aportar calma—. No hay pruebas.

—Bueno... —Enumeré—: Has roto una ventana, un mueble y has robado un reloj, aparentemente de oro.

—¿¡¿Qué?!? —Paola y Leo no daban crédito.

Mientras tanto, seguían llamando a la puerta.

—Lo importante es que estamos juntos en esto —nos metió en el mismo saco Carmen.

—De eso nada, yo no pienso pringarme más. —Leo caminó hacia la puerta—. A mí me da igual delatar a mi jefa. Vamos, ¡que la detengan!

«¡Es una mentirosa! ¡Malvada y peligrosa! Yo no la puedo con-tro-lar», se montaron otro concierto mis neuronas. Estaba totalmente perturbada.

—¡Cachorro! —Carmen lo amenazó—: Si abres esa puerta, estás despedido.

Era un farol. Y menos mal. Porque Leo la abrió.

—¡¡¡Vándalos!!! —acusó una voz ronca.

Era el dueño. Persiguió a Leo hasta el salón, con un bastón en alto.

—¡Paco, te voy a matar! Y a tus granjeros también.

Frenó en seco al ver a Carmen:

—Tú... —Parpadeó repetidamente—. Esperaba encontrarme con el estúpido de tu exmarido. No contigo.

HUYENDO DEL VICIO (EN LIBRERÍAS Y WATTPAD)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora