COCHINADAS EN LA CAMA

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Leonardo:

Maria y yo habíamos pasado el día limpiando a fondo las dos viviendas de Vintage, y nos acabábamos de echar a descansar en los sofás de la pequeña sala que había en la casa principal: la que tenía la cocina. Esperábamos a que Susana y Paco viniesen de la escapada que les había mantenido todo el día ocupados.

—¿No quieres aprovechar este rato libre para llamar a tu churri? —me preguntó Maria.

Disfrutaba hurgando en las heridas.

—¿Por qué eres así?

—¿Yo? —Se llevó ambas manos al pecho.

—Sí. Ya sabes que no hablo por teléfono con ella.

—No. No lo sabía. —Cambió de postura sobre el sofá: se volvió hacia mí y se sentó sobre sus piernas—. Lo sospechaba y me lo has confirmado. ¿Por qué no habláis?

—Siempre está ocupada. El trabajo la estresa y...

—Sí, bueno, que te hace ghosting —resumió.

—No del todo. Muy de vez en cuando chateamos por WhatsApp.

—Ah, sexting.

—¿Qué? ¡No! —Sacudí la cabeza de lado a lado.

—Tranquilo, que no pasa nada.

—Cambiemos de tema —me incomodé y ella cedió:

—¿De qué quieres hablar?

—No lo sé. ¿Por qué no me cuentas más acerca de ti? —Aquella chica era todo un misterio para mí, y cada vez me apetecía más descubrir quién era.

—¿Por ejemplo?

—¿Es verdad que nunca te has enamorado?

Ella lo caviló:

—Todo el mundo ama a su media naranja, a la pieza necesaria para «completarse». Pero yo siempre he sentido que soy la naranja entera. Lo único que he buscado ha sido algún que otro exprimidor que me saque bien el jugo. ¿Me sigues?

Impresionado, emití un extenso silbido.

—Maria, ¿tú siempre te expresas así?

Se encogió de hombros.

—Supongo. Para muchos soy grosera.

—A mí me gusta cómo eres.

Las mejillas se le tiñeron de rosa.

Teniendo en cuenta todo lo que ella solía decir, me sorprendía que un simple cumplido la alterase. Pero así era Maria. Siempre tan impredecible.

—Leo —retomó la conversación lanzándome una cuestión que para nada me esperaba—, ¿tu novia también es así?

No tuve duda alguna:

—Qué va.

—¿No?

—Para nada. Ella es de esa clase de personas que en vez de decir «pedo» dicen «gases», en vez de «baño», «servicio»...

—Ya, una princesita rancia —describió—. ¿Y cuando estáis en pleno acto tampoco te dice cochinadas?

—¡Maria!

—¿Qué? Yo digo muchas.

—A estas alturas ya no me sorprende.

Ella se quedó meditabunda y, al cabo de un rato, lamentó:

—Qué sexo más soso tenéis que tener.

—¿Perdón?

—Es que me lo estaba imaginando. —Poniendo cara de póquer, interpretó—: Leonardo, lo haces fabuloso. Menudo coito más placentero. Sí. Magnífico. Me encanta tu miembro varonil. —Se interrumpió con una risotada—. No hay duda. Puro morbo.

HUYENDO DEL VICIO (EN LIBRERÍAS Y WATTPAD)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora