INVOCANDO AL FANTASMITA

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Maria:

Noté que alguien me abrazaba, me estrujaba entre sus brazos, e inspiraba y espiraba en mi oreja al ritmo del despertador. La persona que me aplastaba como si fuese una almohada rellena de plumas era Leonardo.

—Qué pereza —dijo en mi oído.

—Un poco —estaba de acuerdo—. Y buenos días, Leo.

—Sí, buenos días, Ma... —Me soltó de golpe—. ¿¡¿Maria?!?

Me incorporé.

—Qué bien hemos dormido, compi.

De un salto, se puso en pie.

—¿Qué cojones haces aquí?

—Descansar. No hemos hecho nada más.

«El hechizo no ha funcionado» lamenté.

—Ya sé que no hemos hecho nada más, es que... ¿Cómo has...? Tú... —Señaló la ventana.

—No, claro que no he entrado por ahí. ¿Me tomas por loca? Utilicé la puerta. Me colé, calladita para no molestarte y me acurruqué a tu lado.

Su expresión me hizo entender que sí que me tenía por una desequilibrada.

—¡Es que anoche tuve miedo! —justifiqué.

—¿Miedo? ¿Y por qué no te fuiste con Paola?

—No sé. Lo primero que pillé, supongo.

—Maria, me alojo en otra casa.

Cambié de excusa:

—Tú no has visto el pijama de la beata.

—¿Qué le pasa?

—Que comparte armario con las gemelas de El Resplandor.

—Qué exagerada.

—Para nada.

—¡Da igual! —me riñó—: No me parece normal que hayas venido sin antes pedir permiso.

—Vale, lo siento. —Adopté una personalidad vulnerable—: Es que estaba aterrada y como te consideraba mi amigo y los amigos siempre se apoyan... Perdóname.

No se lo tragó:

—Me desesperas.

Se llevó ambas manos a la nuca en un jodidamente atractivo gesto de exasperación, paseó un rato por la habitación mientras yo trataba de no fijarme tan descaradamente en que solo vestía un bóxer y, finalmente, se dirigió a mí:

—Dejémoslo estar.

—Gracias, nardo.

Rápidamente, aparté la mirada de la abultada y tirante tela de su ropa interior y corregí:

—¡Leo! ¡Leonardo!

—Maria —se quejó—, qué dura es la convivencia contigo.

—Bueno...

—¿Qué?

—Que mejor no hablemos de cosas duras.


***


A la hora de desayunar, nos juntamos todos en la cocina de la casa principal, como las familias unidas los domingos. Hasta Lord comía pienso a nuestro lado.

—Esta noche ha habido mucho jaleo —nos amonestó Paco. Su cuarto estaba junto a la cocina por lo que debía haber sido testigo de mi charla con Paola—. Recordad que sois trabajadores, no adolescentes en un campamento.

HUYENDO DEL VICIO (EN LIBRERÍAS Y WATTPAD)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora