Capítulo 3

188 51 27
                                    


Medio día. La resaca que me parte la cabeza y el sueño que no me deja mantenerme en pie.

La fecha límite de publicación se acerca a pasos agigantados y, por más que lleve horas frente a la pantalla de mi ordenador y juegue con las teclas, no puedo acabar ni un párrafo coherentemente. 

Intento relajar mi cuello moviendo la cabeza de forma circular esperando a escuchar los crujidos. No hay manera, las palabras no salen de mi cabeza. Apoyo mi frente contra el escritorio y cierro los ojos... – Corrección, se me cierran los ojos. – Me sobresalto al escuchar la alarma de mi móvil que me recuerda la cita que tengo con Adam en hora y media, lo que significa que se supone dormí tres horas y media en lo que para mí fue un cerrar y abrir de ojos.



Me bajo del taxi y miro la dirección que tengo escrita en la mano, confirmando que fuese el lugar correcto. Toco el timbre del estudio de Adam y me acomodo el pelo, con la poca brisa que había, se me estaba metiendo a los ojos. Me lo tiro hacia el lado izquierdo, desde pequeña aprendí que es la única manera que tengo de cubrir la pequeña marca de nacimiento de mi frente que me hace sentir como Harry Potter sin poderes.

Vuelvo a tocar el timbre. – ¿Sí? – Pregunta Adam por el citófono.

– ¿Adam? Soy Sarah.

– De acuerdo, sube. Segundo piso a la derecha. ¿Me podrás esperar unos minutos en la sala de espera?

– Vale, no hay problema. – Adam abre la puerta del edificio con el botón a distancia.

Subo tranquilamente por las escaleras. La puerta del estudio está abierta. Entro sin volver a llamar y me siento como una buena niña, moviendo los pies nerviosamente. – Me aburro. – Me levanto unos segundos más tarde y me quedo mirando la gran cantidad de diplomas colgados en la pared.

– ¿Sarah? – Escucho la voz de Adam y me giro hacia él asintiendo con la cabeza. – Adelante, por favor. – Me hace entrar al cuarto destinado para realizar las sesiones, manteniendo la puerta abierta para mí.

Me acomoda la silla y luego rodea la mesa. Se sienta en su lado de escritorio y desde allí me observa fijamente por unos segundos. – Unos larguísimos segundos. – Mantengo la mirada baja y froto nerviosamente las manos sobre mi falda. Tomando coraje, levanto la vista y lo miro fijamente antes de comenzar a hablar. – Lo siento, es la primera vez que recurro a un psicólogo. No sé cómo funciona todo esto. – Murmuro nerviosamente. Lo miro esperando una respuesta, pero él baja la vista hacia mi ficha médica.

– Ayer, cuando me llamaste, me dijiste que tenías problemas. ¿A qué tipo de problemas te referías?

– No puedo dormir. – Escuchar esas palabras salir de mi boca, provocaron que mi estómago se contrajera de angustia. – Soy escritora y no puedo escribir. Estoy bloqueada y muy cansada. – La angustia se hizo más y más patente con cada palabra que soltaba.

– En ese caso, podrías partir contándome cómo comenzó.

– Con un sueño. – Respondo volviendo a bajar la mirada.

Adam deja la ficha clínica a un lado y me dedica toda su atención. – ¿Cómo es eso? – Pregunta confundido.

– Llevo un par de semanas con un sueño que me persigue. Se repite siempre de la misma manera y me despierto asustada y, una vez despierta, me es imposible volver a dormir.

– ¿Y de qué va este sueño? – Me pregunta con interés. Vuelve a tomar la ficha médica que había dejado de lado para poder tomar apuntes.

Cierro los ojos mientras recuerdo el sueño. – Estoy caminando por un bosque, no puedo ver muy bien. Hay mucha neblina y estoy mojada, como si hubiese llovido. Tengo frío y voy furiosa. De repente, comienzo a correr, mirando hacia atrás, como si estuviese escapando de algo... o de alguien. Luego escucho un... – Trato de encontrar la palabra correcta. – ... un crujido. Se me nubla la vista, todo se va a negro y me desmayo. No sé cuánto tiempo ha pasado, pero comienzo a recobrar la conciencia dentro del sueño. Me duele la cabeza, la siento en llamas, y escucho balbuceos. Alguien me habla, pero no puedo reconocer quién es ni lo que está diciendo. Y, cuando en el sueño comienzo a abrir los ojos, justo cuando voy a descubrir quién esa persona, me despierto. – Vuelvo a abrir los ojos, volviendo al presente y alejándome de esa pesadilla.

– ¿Y qué sientes respecto a este sueño? ¿Qué parte es la que no te deja dormir? Porque si fuese sólo un sueño, deberías poder enfrentarte a él como tal.

Pienso bien la respuesta antes de pronunciar las palabras. – Me da miedo. Me produce la sensación de que no es un sueño. Es como si fuese... no sé... un recuerdo. – Me suelto una risa seca.

– ¿Por qué te ríes?

– Por que no sonaba tan loco en mi cabeza como cuando lo dije en voz alta.

– Quizás no sea tan loco como creas. – Lo miro extrañada, esperando una explicación. – Tengo una proposición que hacerte. Acabo de terminar un curso de psicología transpersonal y me gustaría practicar contigo.

– ¿El qué? – No estoy entendiendo nada. Si es difícil entenderle a los hombres, peor si te hablan en su jerga laboral.

– Si quieres, te podría hacer una regresión, así tú sales de dudas sobre si de verdad es un recuerdo o si es sólo un sueño.

– Yo... no sé. – ¡Chorradas!

– ¿Qué tal si tú me dejas practicar contigo? Sólo haremos 3 sesiones y si resulta ser que es un sueño o que no logro solucionar tu problema, no te cobraré ni un peso. Es un win-win. Sólo piénsalo. – Adam toma una de sus tarjetas de presentación y escribe sus números de teléfono privados en el reverso antes de entregármela. – Aquí tienes mi tarjeta. Ya tienes mi móvil, pero aquí te anoto el número de la oficina y de mi casa. Llámame a la hora que sea. La verdad es que estoy muy interesado en hacer esto contigo.

– Vale, lo pensaré, pero no podrías recetarme un somnífero por el momento. – Respondo cada vez menos convencida de las capacidades de Adam como psicólogo.

– Lo siento, no soy psiquiatra. Yo no te puedo recetar nada. – La decepción total.

Nos levantamos al mismo tiempo dando por terminada la entrevista. Adam me acompaña hasta la salida y nos damos la mano en forma de despedida. – Ha sido un placer conocerte. – Me dice con una gran sonrisa.

– Ya. – Respondo sin devolverle ni la sonrisa ni el cumplido. 

Salgo sin decir más y Adam cierra la puerta tras de mí.



Esa noche me vuelvo a despertar asustada y un poco sudada. Prendo la luz de la lámpara del velador y busco la tarjeta de presentación que Adam me había entregado horas antes. Tomo el teléfono y marco su número.

Hello? – Responde Adam con voz ronca por el sueño.

Miro mi reloj que marca las 3:40 de la madrugada.

– ¿Adam? – Pregunto nerviosa.

– Sí,... ¿Sarah? – Pregunta éste asombrado.

– ¿Podríamos hacerlo hoy mismo?

Adam se acomoda un poco sobre la cama, un poco más despierto. – Hoy a las siete, ¿te va bien? Sería la última hora del día, podríamos tomarnos el tiempo que sea necesario. – Responde con aire triunfante.

– Sí, a las siete está bien. – Acepto un poco más relajada. – Gracias... y disculpa por despertarte tan temprano.

– No te preocupes. ¿Estás bien? Te escucho un poco asustada.

– Ahora un poco mejor, pero ya pasará. Hasta las siete. – Cuelgo de inmediato, dejándolo con el teléfono en la oreja.

Cojo mi ordenador portátil, apago la luz y me pongo a escribir una especie de diario de vida, iluminada sólo por la luz de la pantalla. – Hoy he vuelto a tener la misma pesadilla. Espero que Adam logre terminar con ella.

Mis vidas contigoDove le storie prendono vita. Scoprilo ora