Capítulo 10

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Llego tarde, como de costumbre. 

Enciendo un cigarrillo antes de entrar al restaurant, no sé si es una excusa para relajarme o para hacer tiempo. Miro por la ventana y veo la mesa en la que se encuentran Emily, Connor y los padres de ambos. – Al menos no se les ha ocurrido invitar a Adam. – Pienso.

Apago mi cigarrillo, o lo que queda de él, y entro con las mismas ganas que tenía de ducharme... ninguna.

– Hola. – Saludo a todos en la mesa. – Lamento haber llegado tarde. – Miento con una sonrisa en la cara, pero esa sonrisa no duró mucho. Apenas me siento, levanto la vista buscando algún mesero que me pueda servir algo de alcohol, pero no. Mis ojos se concentran en la persona que se acerca a la mesa, la misma persona por la que no he sido persona en semanas. – ¡¿Dónde está ese mesero?!

Siento el cambio en la atmósfera. La tensión y la angustia comienzan a corroer mi pecho y mi estómago. Emily lo nota. La conozco. Me conoce. Le sorprende por mi comportamiento. – ¿Tan obvia soy?

– Voy al baño, ¿Me acompañas, Sarah? – Me ¿pregunta? mi amiga.

– Nunca voy a entender por qué no pueden ir solas. – Mi hermano hace el obligado comentario masculino mientras nos levantamos. 

Emily camina lento, pero sin ayuda. Y, es extraño decirlo, pero hasta el vestido le hacía juego a su escayola azul. En eso estaba pensando camino al servicio, cuando de repente Emy se pone roja de furia y su cara ya no hizo match con su vestimenta. – No sé qué está pasando entre tú y Adam, pero es obvio que ALGO está pasando. – Emily me increpa por no haberle contado lo de mi "relación" con Adam.

– Ese imbécil ha estado jugando con mi mente, literalmente.

– Ni siquiera sabía que jugaban. No alucinaba tanto después de todo, ¡ah!

– No tenemos ni tuvimos nada. Es sólo que me hizo recordar cosas que no... y... ya no sé si puedo confiar en él.

– Dejémonos de juegos. Te conozco como si te hubiera parido. – Para ser justos, si las regresiones fueron reales, alguna vez sí que me parió. – Mírame a los ojos. ¿Estás segura que ya no puedes confiar en él o es en ti en la que no puedes confiar? Estás acostumbrada a salir corriendo, pero creo de verdad que por una vez vale la pena que te enfrentes a lo que sientes. Te daré el mismo consejo que me diste tú en el hospital, sólo escucha lo que tiene que decir y luego toma una decisión. Pero, por favor, que no sea esta noche, que estamos celebrando mi compromiso. – Dice Emily mirándose el anillo. – Y no quiero que la dama de honor desprecie al padrino en la boda. 

La abrazo, nos separamos, nos tomamos de las manos y comenzamos a saltar – en realidad, la que saltaba era yo, Emily lo tenía un poco complicado – como en las típicas películas de adolescentes americanas en las que las chicas terminan hablando como los Minions, en tonos agudos y no se les entiende nada.

– ¡Claro, claro que sí! – Le digo abrazándola una vez más.

Una trabajadora del restaurante entra al baño para saber cuál era la causa de tantos gritos. Emily y yo nos recomponemos y le pedimos disculpas. La señora cierra la puerta puteándonos mentalmente.

Emily se engancha a mi brazo y regresamos juntas a la mesa.



Dos copas de champagne nos esperaban frente a nuestros asientos. – Deberían pagarle más a los meseros que se empeñan en hacer un buen trabajo leyendo la mente de sus clientes. – Brindamos por la futura boda chocando nuestras copas. Cuando choco la copa de Adam, nuestras miradas se cruzan y las chispas encienden el ambiente. Él baja la mirada. – ¡Será cobarde!

La comida llega. – 20 euros más para el mesero vidente.

– Adam, ¿me pasas la sal? – Por la cara de sorprendido que puso, me da la impresión de que Adam no puede creer que le esté hablando.

Connor nos ve y toma la sal, pero Emily le pega por debajo de la mesa y lo reprende con la mirada.

Adam me pasa la sal y se me queda mirando como un tonto.

– Y el pan, por favor. – Continúo. 

Esta vez, cuando Adam me pasa la panera, le toco suave y sutilmente la mano. Él cierra los ojos, como si estuviese recibiendo una dulce descarga eléctrica que le despierta todos los sentidos. La misma descarga que estoy sintiendo yo y que me hace querer más.

– ¿Mantequilla? – Me ofrece esperanzado, con ganas de repetir los roces.

Con la visión se me secan los labios. Asiento con la cabeza.



– Con permiso, mundo. – Me disculpo cuando todos hemos terminado de cenar. – Salgo a fumar. – Les aviso. Paso una mano por la rodilla de Adam, rozando el largo de su pierna al levantarme, torturándolo en el proceso. 

Cuando ve que ha llegado a la puerta de salida, se levanta. – También voy a por un cigarrillo.

– ¿Y tú desde cuándo fumas? – Pregunta mi hermano.

– Desde esta noche. – Antes de salir, Adam bebe un trago largo de su copa.

– No me gusta nada este chico. – Manifiesta papá cuando Adam ya ha desaparecido tras la puerta.



Adam sale del restaurant, buscándome con la mirada, pero la oscuridad de la noche me camuflaba. Mi mano invisible lo arrastra hacia la esquina que daba a al parking. Antes de que él pudiese salir del shock, yo ya estaba comiéndole la boca.

– ¿Qué me estás haciendo? – Me pregunta torturado.

– Te estoy besando.

– Ya me doy cuenta, la pregunta es ¿Por qué? – Me separo de él para encender otro cigarrillo.

– No sé. Quizás porque quiero, pero si quieres, puedes culpar al alcohol. – Respondo irónica.

– ¡Pero si sólo has tomado una copa!

– Ya.

Adam me quita el cigarro de las manos y lo tira. Ahora es él quién me besa por sorpresa.

– Dime qué significa esto, por favor. – Me pregunta entre besos. – ¡Me estás volviendo loco!

– No significa nada.

– Eso será para ti. – Adam se aleja, dolido. – ¿Qué es lo que quieres de mí, Sarah? Hasta esta tarde ni siquiera me respondías el teléfono. Al verme ahí adentro, me veías con desprecio y ahora...

– Ahora sólo te estoy dando una oportunidad para aclararme todo, para que respondas a todas las preguntas que quiera hacerte y que me demuestres que Matt existe en ti y que no fue todo una vil mentira. – Lo interrumpo. – Quiero que me convenzas, porque quiero creer.

Adam se vuelve a acercar a mí. – Gracias, eso era lo único que pedía.

Nos besamos y no nos separamos hasta que uno de los coches enciende las luces antes de arrancar. Eso nos recuerda el lugar en el que nos encontrábamos y el por qué habíamos ido. 

Adam me mantiene la puerta abierta y regresamos a la mesa. 

Connor, nada discreto se fija en las sonrisas que traemos. – ¿Qué tal el cigarrillo?. – Nos pregunta.

– Ya sabes, nada como el primero y el último del día. – Responde alegremente Adam.

Mis vidas contigoWhere stories live. Discover now