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Ella rechazó aceptarlo.

Amanda salió tan silenciosamente como le era posible de la cabaña, permaneciendo en las sombras mientras se obligaba a sí misma a moverse en la oscuridad de la montaña donde la cabaña se asentaba.

Había escuchado a Harry, Kane Tyler y Callan Lyons hablar de la seguridad del complejo antes, antes de que Harry los dejase para ayudar a Kane con una especie de funcionamiento defectuoso del ordenador. Después ella había hablado con su padre y lo había tranquilizado diciéndole que estaba bien. No es que ella pudiera hacer algo más con Harry cerniéndose sobre ella como un ángel vengador. Incluso había susurrado su frase en código ¾Estoy bien, papá¾ en vez de padre...y todavía no podía explicarse por qué lo había hecho.

Quizás porque la independencia que le había ganado a su familia había sido muy difícil de conseguir. Su padre y hermano sólo esperaban una excusa para arrastrarla de vuelta, casarla con un hombre joven, agradable, formal y serio y verla hecha la esposa perfecta de Washington.

Ella no pensaba eso. Discutirlo con Harry sería más fácil. Y estaba a punto de mostrarle aquí y ahora que ella no era alguien a quien él pudiera ordenar tan despreocupadamente. Se iría de esta maldita montaña, fuera del Complejo de Casta, y llegaría a la Casa Blanca sola. No sería tan difícil. Rescatándose a sí misma, ella podría afirmar su independencia hasta ante el peligro que la rodeaba.

La fuga no sería difícil. Todo lo que debía hacer era seguir la vieja carretera y llegar a la carretera del condado a varias millas de distancia.

Podría parar un coche abajo, conseguir un paseo al teléfono más cercano y llamar a su padre. Él no la habría abandonado al cuidado de las Castas si supiera la verdad. Y ella sabía que Harry estaba desesperado por mantener aquella verdad escondida hasta que pudiera convencerla de aceptar el acoplamiento cuando esto se aprobara.

Resopló por esto mientras corría fuera del claro hacia detrás de la casa y se dirigía a la línea de árboles. La naturaleza podría hacerse tan fea como quisiera. Amanda no había elegido a Harry, y forzar su elección no era su idea de una relación perfecta.

Debía haber un modo de curarlo. Un modo de hacer que el calor desapareciese y le diese una posibilidad para decidir por sí misma al hombre que ella quisiese.

¿Habría elegido ella a Harry si hubiera tenido una opción? Su cuerpo gritó sí, su corazón le dolió.

El amor no llegaba en un día, ¿verdad? No era una cuestión como la que había leído o con la que había fantaseado, ella sabía que la realidad era un tema completamente diferente. Harry era una persona solitaria, una Casta de Coyote, criada para manipular y engañar. ¿Pero los humanos no hacían, de todos modos casta o no, las mismas cosas?

La confusión era una ciénaga de pensamientos y sentimientos dentro de su cabeza a los que ella no podía encontrarles sentido. Y que no podía controlar. El miedo era tan primario como la excitación en aumento, y la seguridad sólo podría ser encontrada en lo normal. Ella debía irse a casa. Debía hablar con Alexander. Aún fríamente furioso como estaría, se pondría de su lado y le ayudaría.

Ella tropezó en el bosque, la larga camisa de franela que llevaba puesta se enredó en la maleza por la que pasó. Los vaqueros y las zapatillas de deporte la protegían de la frialdad del aire, pero nada podría protegerla del calor interno. Este aumentaba. Había rezado para que, separándose de Harry y del olor que parecía llenar la cabaña, pudiera sobrevivir a la necesidad.

Ella sobreviviría, se dijo ferozmente. Todo lo que debía hacer era llegar a casa.

Las nubes se movían despacio sobre el cielo nocturno, atenuando la luz de la luna y aumentando la oscuridad del bosque. Maldición, odiaba la oscuridad. Por eso era por lo qué vivía en la ciudad en vez de en la finca de su padre en Pennsylvania.

Alma profunda (H.S)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora