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                                                                             Montañas de Colorado

La cabaña no era tan grande como la recordaba. Harry entró en la débil luz de la estructura de tronco bien hecha y contempló la pequeña sala de estar con la visión de un hombre en vez de con el odio de un niño.

La televisión todavía estaba enchufada en la pared, la colección de películas apiladas alrededor de esta. Había docenas de películas. Su abuelo, Joseph Mulligan, no había escatimado en la educación que él había pensado dar a Harry. Los libros llenaban las paredes, una capa de polvo los cubría, el polvo abundante y fino cubría la habitación entera.

Al lado estaba el cuarto de baño. Un cubículo diminuto con un baño y servicios. Era oscuro, pesado por el silencio opresivo. Al lado de este estaba el dormitorio que Harry nunca había usado. Él podía ver la cama desde donde estaba parado, las líneas estrechas no rotas, todavía perfectamente hecha con la sábana delgada que la había cubierto durante los años que él había vivido allí. Solo.

Él caminó por la habitación, sin importarle las huellas que hacía en el suelo polvoriento y entró en la cocina.

Una silla estaba bajo la pequeña mesa en una esquina. La estufa y el refrigerador separado por el fregadero en la otra pared. El armario estaba en el mismo lugar en el que había estado siempre, más viejo, más pequeño de lo que lo recordaba.

Fue hacia él, abrió la chirriante puerta despacio y miró fijamente dentro.

El edredón estaba allí, tan perfectamente doblado como lo había estado cuando lo colocó en el estante. Una lata de alubias estaba en el estante del fondo. Unas revistas en el otro. Estaba tan vacío como lo había estado su infancia. Tan vacío como lo estaba ahora su existencia. Apartarse de Amanda había sido la cosa más difícil que había hecho nunca en su vida.

Extendiendo la mano tocó el edredón, sintiendo el calor que recordaba haber sentido, igual como cuando era niño y su abuelo se lo había arrojado. Tanta rabia. Su abuelo lo había odiado con una fuerza que todavía tenía el poder de causar pena profundamente en su interior.

¿Había estado buscándolo su madre cuándo había muerto? Él asumió que era posible. Vagamente, recordaba un tiempo antes de que su abuelo le hubiera traído a la cabaña. Joseph lo había movido mucho, siempre viajando, siempre huyendo y saliendo de la ciudad en plena noche.

La investigación de Harry durante los años en que había buscado cualquier otra familia había revelado hechos sorprendentes sobre el hombre. Un fanático religioso. Él había sido un hombre que Harry a menudo pensaba se llevaría bien con los Supremacistas de la Sangre.

Sacudió su cabeza cansadamente. Era demasiado tarde para respuestas, el misterio de por qué su madre lo había dejado al cuidado de Mulligan probablemente siempre lo atormentaría. Había pensado durante tantos años que ella había encontrado la felicidad, que los había enterrado a él y a su existencia en un lugar profundo de su mente y que ella nunca se molestó en pensar en el niño que había sido forzado en su interior.

Alcanzó el edredón del estante, metiéndolo bajo su brazo mientras se daba la vuelta para dejar la habitación. Cuando se giraba, se paró de forma abrupta al quedar cara a cara con Amanda.

Habían pasado casi dos semanas desde que la había visto por última vez. Las noches estaban llenas de un frío vacío por el que se sentía engullido. Una soledad que nunca había conocido, ni tan siquiera cuando era niño y lo había devorado.

Ella estaba vestida como a menudo la había visto antes de que de ser obligado a rescatarla y a aparearla. Los vaqueros moldeaban sus piernas delgadas y un pesado suéter de color crema cubría sus pechos plenos, el material suelto caía sólo por delante de sus caderas. Su hermoso pelo largo fluía alrededor de ella, más grueso, más sedoso de lo que él recordaba.

Alma profunda (H.S)Where stories live. Discover now