Capítulo 4: Desconciertos

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—Espera —contesté, cogí una camiseta y rápidamente me la coloqué —Ahora si —me acerqué a la puerta y la abrí.

Ella entró en mi habitación como si le perteneciera y se sentó en mi cama.

—Necesito hablar contigo —suspiró dramáticamente.

—¿Sobre qué?

—Sobre mí, de ti... —contestó nerviosa. Lentamente me senté a su lado para darle atención.

Dafne, sin duda, llamaba la atención con su lindo cuerpo y cara, además de ser la hija de una de las dueñas del campamento. Siempre utilizaba ropa como una muñeca, de colores rosas o chillones. Ella sabía que era hermosa y no deseaba ocultarlo, sin embargo, no me gustaba. No me gustaba su personalidad chocante y fastidiosa con los demás, pese a que frente a Mila la había defendido. Es que Mila se estresaba rápido y eso era divertido.

—Pues... habla —la observé intentando parecer tranquilo.

—La verdad es que hace mucho quería decírtelo, pero no me atrevía y ahora ya no aguanto más —comentó mirándome directamente a los ojos —Me gustas, y me gustas mucho.

Parpadeé un par de veces asimilando la situación.

—Dafne, yo no...

—¡Tranquilo! —comentó en plan alivio y luego me abrazó fuerte —Sé que yo también te gusto.

¡¿Qué?!

Ni siquiera la abracé como ella lo estaba haciendo conmigo porque me encontraba sorprendido por lo que estaba pasando.

Ella se separó un poco de mí y me observó con preocupación.

—¿Te pasa algo?

—La verdad sí, lo que pasa es...

—¡Ay soy una tonta!

¿Qué demonios le pasaba a esta chica? ¿De dónde la sacaron? ¿De una película dramática?

—No, no eres una tonta, pero déjame explicarte —la observé al borde de la irritación.

Ella hizo un sonido para que me quedara callado poniendo su dedo índice en mis labios ¿Pero qué...? Me acercó a ella tomándome del cuello y me besó, realmente se sintió mal, pues sólo sentí sus labios chocar con los míos como cuando besas un espejo —no es que haya besado un espejo alguna vez, je, je—.

Cuando iba a separarme de ella entró alguien a mi habitación, ambos miramos directamente a la puerta: Renato.

—Bruno, perdón por no golpear, pero... —alzó su mirada y se encontró con la escena de Dafne y yo a centímetros de distancia—Estás ocupado, entendí, después hablamos —sonrió.

Rápidamente me separé de Dafne y él alzó sus cejas con burla.

—Necesito que hablemos, justo iba a ir a buscarte —le dije a Renato cogiéndolo del brazo, lo arrastré hasta afuera mientras él iba burlándose de mí. Dejamos sola a Dafne en mi habitación.

—¿Y besa tan bien como se ve? —me preguntó moviendo sus cejas de arriba hacia abajo.

—No —contesté de inmediato —, se ha vuelto loca. Podrías haber entrado unos minutos antes de que me besara.

—No sabía que estabas con ella —se defendió —¡qué tan malo puede ser besar a Dafne?

—Muy malo. Dijo que le gusto y no me dejó hablar, sólo me besó —resoplé.

—Lo primero que debes hacer es contar hasta diez y respirar profundo —dijo dándome unas palmaditas en el hombro, como idiota le obedecí —Ahora cálmate.

¡Eres mio! ImbécilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora