Capítulo 12: Su árbol

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Él estaba con sus manos juntas y yo puse mi pie en ellas, apenas hice esto me levantó con agilidad hasta que quedé sentada arriba del muro.

—¿Pretendes que salte? —pregunté mirando hacia abajo.

—Sí.

—Estás loco, no lo haré.

—Entonces no te muevas de ahí.

Lo vi alejarse un poco del muro y luego con agilidad corrió hacia él y se subió consiguiendo que sus brazos se vieran más grandes de lo normal. Se estabilizó quedando sentado a mi costado, pero no duró mucho ahí, pues rápidamente saltó hacia el otro lado del muro como si hacerlo fuera lo más fácil del mundo.

—No es tan alto, salta —me miró desde abajo.

—¿Estás consciente de que mides como veinte centímetros más que yo?

Él se encogió de hombros con una sonrisa.

—Vamos, salta.

Negué con la cabeza por un momento, él me sonrió con una ceja arqueada, estiró sus brazos.

—Yo te atraparé.

—Te has vuelto loco de verdad, me romperé una pierna.

—Pero tienes dos.

—Bruno —entrecerré los ojos.

—Vamos, no dejaré que te caigas.

—Claro que no te creo, tú siempre has querido matarme.

Él soltó una carcajada y luego tocó mis tobillos con sus manos.

—Confía en mí.

—De acuerdo...

Intenté girarme para bajar de frente a la pared, según yo, eso era mucho más fácil.

—¿Pero qué diablos haces? —preguntó Bruno con una risa atrapada.

—Tú sólo debes sostenerme si me caigo —comenté casi abrazando el muro y raspándome todo el estómago en mi intento de bajar.

Luego de tanto esfuerzo sentí las manos de Bruno rodeándome la cintura.

—Suéltate.

—Me voy a caer.

—Si te caes, caerás encima de mí.

Me solté sin pensármelo y Bruno me sostuvo con firmeza, pero aun así retrocedió algunos pasos y caímos al césped. De verdad agradecí que fuera césped y no cemento. En realidad, lo agradecí por él, pues yo caí encima de su cuerpo. Literalmente mi espalda rebotó en su pecho y su espalda rebotó en el suelo y, pese a eso, no me soltó.

No, conciencia, no hablaremos en donde rebotó mi trasero.

Poco a poco sentí que Bruno me soltó, quejándose.

—Deberías haberme avisado cuando ibas a soltarte —gruñó.

—Tú me dijiste que me soltara.

—Pensé que dirías algo como "Allá voy" o "Ahora ya" ... al menos contar hasta tres.

—No soy del equipo de fútbol americano para decir esas cosas.

—Los jugadores no decimos esas cosas.

—Lo lamento —reí —. Ya no lo dije...

—Claro... como tú no tienes la espalda pegada al suelo.

Me salí de encima de su cuerpo y me puse de rodillas en el césped, mirándolo.

—Vamos... ponte de pie.

¡Eres mio! ImbécilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora