Capítulo 1 (Jack, la abuelita)

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Aquella tarde, después de plantearse mil y un veces que su pasado era un fragmento de él que tenía que quedarse enterrado en el olvido, solamente pudo atinar a que difícilmente podría olvidarse de lo que fue en ese entonces (hacía siete años, siendo más precisos), y especialmente, de aquella criatura de nombre Charlotte que le había acosado hasta el cansancio cuando Helen aún estudiaba en el colegio. Para ser sinceros, él nunca había correspondido los sentimientos de la dulce Charlotte, es más: en ningún momento le había pasado siquiera por la cabeza el intentar conocerla o hablarle puesto que, a juzgar por las cartas que Charlotte solía dejarle en el casillero, Helen atinaba a que era una persona insoportable: de este tipo, del que te llama al celular a cualquier hora del día, del que te llenaba el buzón de entraba con mil e-mails y mensajes estúpidos de amor. Así le parecía Charlotte, y precisamente por esas razones (estúpidas al no conocer él a fondo a la chiquilla) se había negado durante todo su bachillerato a cruzar palabra alguna con ella (miradas no: ambos habíanse visto a los ojos muchas veces en clase de dibujo).

-Ya deja de jugar con los putos chícharos, Otis -le riñó Jack cuando lo vio picar la ensalada rusa que le había servido.

-No es mi culpa que tú sigas sirviéndomelos como si me rayaran las mugres éstas -contestó, lanzando un chícharo al fantasma.

-La ensalada lleva chícharos, igual que el hígado encebollado, el caldo de res, las verduras al vapor, la lasaña...

-Y todas las porquerías que cocinas, maricón.

-Pero bien que te las comes -ríe.

-Cómeme ésta -se defiende pintándole el dedo medio frente a él.

Luego, se levanta de la mesa, coge su plato, y tira todo lo que le sirvió Jack al cubo de basura. De ahora en adelante él mismo se prepararía su comida... O mejor dejaba de comer porque era importante evitar la fatiga y guardar la línea (¿cuál?).

Helen a veces se arrepentía de haberse ido a vivir de buenas a primeras con el fantasma, pero para ese tiempo, él estaba tan desesperado por conseguir un lugar lejano en dónde poder quedarse que cualquier oferta hubiera sido buena. La primera impresión que le había dado la casa de Jack fue que las apariencias engañan, pues por el aspecto de su reciente amigo, se había esperado un lugar horrible y en ruinas, sin embargo, la fachada de la cabaña -que por fuera se miraba como si estuviese en obra negra aún- albergaba algo más en su interior: cortinas bien cuidadas, alfombras como sacadas de la casa de una abuela, figuritas de gatos de porcelana y hadas en las repisas de la sala eran sólo una fracción de lo que le esperaba ya conviviendo con Jack. Helen habría jurado que ese fantasma era homosexual de no ser por los cadáveres en descomposición de varias chicas rubias en el sótano que descubrió a la semana de vivir con su compañero al intentar encontrar un lugar dónde guardar sus lienzos. Pero, a pesar de los cuerpos en su sótano, Jack parecía tener alma de anciana.

Que quítate los zapatos al entrar, me manchas mi alfombra de China.

Que cómete tus verduras.

Que ve a comprar.

Que ponte suéter.

Que no me dejes la toalla húmeda sobre las sillas, que se hacen feas.

E incluso le llegaba a dar dinero de vez en cuando, era algo así como su domingo. Pero la pregunta es: ¿de dónde diablos sacaba Jack el dinero?

TwiceWhere stories live. Discover now