Capítulo 6 (Cada que...)

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En alguna otra parte de aquel lugar, lejos, bastante lejos de aquel remoto bosque, una chiquilla miraba la luna y las pocas estrellas que la contaminación lumínica le permitiesen vislumbrar; ella observaba el cielo ensimismada en sus pensamientos y se preguntaba si su amado se encontraba mirando el firmamento al mismo tiempo en que ella lo hacía. Cada noche, como relojito, se sentaba en el balcón de su cuarto y echaba a correr su imaginación con escenas de lo que pudo haber sido y no fue, sin embargo, tenía un presentimiento de que su amado estaba bien, de que Helen estaba en algún lugar de la faz de la tierra siendo cobijado por el manto estelar junto con ella.

Helen, Helen, Helen, ¿cómo podría olvidar aquella muchachita a su primer y único amor? ¿Cómo olvidar a la única persona en todo el mundo a la que aún se entregaba fervientemente en mente y espíritu al nunca dejar de escribirle? Y aunque él estuviera muerto o siguiera vivo pero hubiese borrado de su memoria todo rastro de la existencia de Charlotte, ella seguiría escribiendo una carta diariamente contando cómo habían ido las cosas con ella desde su partida y desde la misteriosa masacre del edificio para estudiantes foráneos o de escasos recursos de su antigua secundaria. ¿Por qué? ¿Por qué tanta insistencia en darle todo su ser a alguien que en su momento la llegó incluso a menospreciar? Porque ella sabía que todas, absolutamente todas sus acciones estaban hechas desde el sentimiento de amor más profundo, más cálido y dulce que nadie nunca haya sentido, o al menos esa era la manera en que ella lo percibía. Y sabía también que algún día, quizás en otra vida, o en otro universo, ellos se reencontrarían y así podría darle todas esas cartas escritas de su puño y letra.

“Hoy no he tenido ganas de salir de la cama, Helen, he soñado contigo y tenía ganas de volver a encontrarte en lo más recóndito de mi subconsciente, pero no quiero que te veas decepcionado por dicha acción, pues sé que amarías verme realizada de alguna u otra manera y es lo que me motiva cada día para poner un pie en el mundo, amor mío, y dar todo, absolutamente todo de mí; entregarme a mi carrera, a cada cosa que hago de la forma en que me entrego a ti y a la idea de ti todos los días de mi vida desde el momento en que descubrí mis sentimientos hacia tu persona.

No hay novedad, casi todo sigue como cuando estabas tú, a excepción de que estoy por empezar el quinto semestre de mi carrera y cada paso que avanzo en la misma son más exigencias por parte de los profesores y la universidad, pero no te preocupes, me esfuerzo siempre para ser mejor. Por ti, por nosotros.

Cada día siento que te amo más que ayer, pero menos que mañana: eso nunca cambiará, cariño mío, mis sentimientos hacia ti son tan fuertes que si tuviera cuatro vidas, las cuatro vidas serían para adorarte y amarte.

Sueño siempre con volver a encontrarte.

Te ama, Charlotte.”

Dobló meticulosamente el papel para después meterlo en un sobre color hueso, el cual habría sido previamente rociado con el perfume que usaba diariamente y luego, lo metió en una caja con todas las cartas escritas durante esos siete años; caja que guardaba celosamente al fondo de una de las repisas que había en su cuarto.

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