Capítulo 4 (Estrés)

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Frío en la madrugada de enero de un año desconocido. Años después de salir de casa, meses después de vivir con un fantasma de la Segunda Guerra Mundial.

Helen despertábase cada madrugada desde hacía un par de semanas antes de que el sol saliere, para poder así abrir su ventana y sentir el frío invernal en la cara y vislumbrar poco a poco cómo la luz iba llegando, cómo los rayos del sol tocaban de a poquitos la tierra y cómo un color dorado se apoderaba de su habitación. Adoraba las mañanas, pues eran como las tardes: Helen siempre las había visto a ambas como un punto de transición entre el día y la noche, además de verlas también como algo dual. Y en ese justo momento en que él estaba parado frente a su ventana disfrutando de aquella hermosa transformación, le llegó un recuerdo de él cuando estaba en preparatoria; recordó que todas las mañanas, desde que tenía uso de razón, tenían la misma pinta, el mismo aroma, pero algo en las de su pasado -cuando caminaba somnoliento por tres calles hasta llegar a su colegio- se sentía amargo. En aquellos momentos no hubiera logrado describirlo, pero actualmente, se referiría a ellas como un trago del ajenjo que tomaba Jack todas las tardes. Su adolescencia nunca fue grata para él, sin embargo, enfrascándose en aquellos souvenirs de la juventud, llegó a él un fugaz recuerdo de una voz infantil dándole los buenos días, de una mano de alabastro pasándole el cuaderno de los apuntes y de un cabello azul eléctrico; todo perteneciente a la chica que se sentaba frente suyo. Helen se sintió extraño.

Pasadas unas horas, dieron las diez, lo cual significaba una sola cosa: hora del desayuno. Bajó hasta la sala-comedor y se sentó a esperar a Jack para que le hiciera unos huevos revueltos (pues él no sabía cocinar, se le quemaba incluso en agua para el café), y acto seguido escuchó a alguien maldiciendo en la planta alta. Jack se había levantado con el pie izquierdo al parecer.

-¡¿Has visto lo que el mequetrefe de Jeff hizo en MI patio?! ¡Está todo su nombre escrito con orina allí afuera! ¡Debería tomar más agua, ese maldito alcohólico! -dijo bajando deprisa las escaleras-, ya verá, no me como sus riñones porque deben tener mal sabor, pero ya verá.

Helen permaneció callado mientras lo miraba con el ceño fruncido.

-Ay, ya, si tanta hambre tienes cocínate algo tú, que no soy tu madre ni tu nana.

-Se me queman los huevos y el pan sale hecho cenizas de la tostadora -contestó.

-Inútil.

Ciertamente, el fantasma no estaba de humor y lo más probable era que le escupiera a su café mientras lo estaba preparando.

-Estoy hasta la coronilla de que no sepas hacer nada -refunfuñó Jack mientras revolvía los huevos en un tazón-, te pongo a lavar los platos: los dejas con olor a huevo, quién sabe cómo, pero lo haces -procedió a picar un poco de tocino que sacó del refrigerador-, te pongo a trapear: dejas todo sucio el piso, así no se puede.

Helen alzó los hombros; los quehaceres nunca fueron su fuerte, en sí el orden nunca lo había sido y ya comenzaba a molestarle que Jack se portara como una madre.

-Aún después de muerto estoy estresado. Descanso eterno mis huevos, yo...

-¿Nina te dejó o qué? -interrumpió el pelinegro-, además, tú no sabrías lo que es el estrés ni aunque te pegara en la cara.

-Nina y yo sólo somos amigos, y sí, pasó algo con Jeff seguramente porque ya no la he visto ir a su cabaña, ni la he visto por el bosque.

-Seguro se pelearon de nuevo -miró a Jack-. Mejor ya dame mi café, tengo hambre.

Jack sirvió dos platos y dos tazas: uno para él y otro para "el arrimado" (como solía decirle a Helen). Jack no comprendía por qué Helen decía que no reconocería el estrés aunque le pegase en la cara, ¿pues qué iba a saber un mocoso de eso? Absolutamente nada; no había perdido la vida en una guerra, ni había perdido a sus seres queridos, para Jack, Otis no era más que un niño que mataba gente porque sí, porque sufrió acoso, por débil. Sí, era su roomie, un amigo si así se le puede llamar, pero eso no cambiaba sus opiniones negativas con respecto a la vida de su compañero.

-¿Según tú por qué no sé de estrés?

-Porque no te carcomen voces pasadas como a mí.

-¿Es en serio?

-Ya ha pasado mucho desde que falleciste, sería tonto que así fuera.

Jack frunció el ceño. Helen debía estar de broma.

-Eres un idiota, Otis.

Silencio. Después de esa conversación no se dirigieron la palabra durante el resto del día.

TwiceWhere stories live. Discover now