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Llámame Señorita Esquizofrénica

4 de julio del 2013

Sus pensamientos se limitaban a una palabra sencilla, irreal y pasajera... felicidad. Aquel día había estado sonriendo como una niña de pueblo por una paleta que aunque caducada de todos modos lograba emocionarla. Y  no,  Erika no sonreía como una idiota porque tuviera una paleta o porque  aquel día fuera su cumpleaños número 18, sino porque en aquella fecha hace dos años ella celebraba otros dos acontecimientos más importantes; la fecha de defunción de su familia y el día en que la encerraron en un manicomio por parricida, matricida y soricida.

Sonrió incluso más, nada podía arrebatarle esa felicidad, ni siquiera las monótonas enfermeras, que a pesar de estar al fondo de la habitación totalmente blanca, lograban hacer sonar y resonar sus risas gangosas e irritantes en sus delicados oídos blancos. 

Hoy era un día perfecto, cabeza roja había parado de rascar el suelo con aquellas mugrosas uñas que tanto presumía, pues le resultaban muy útiles en todo momento, lástima que para haber logrado dejar molestar tuvo que romperse todas las uñas juntas en el acto doloroso de romper la tabla de madera en dos.  Por otro lado estaba fantasma de oso, pero ella tampoco había hecho un trabajo excelente con las enfermeras, de hecho, justo en aquel miércoles se había tratado de fugar de nuevo por lo que ahora mismo la estaban sancionando.

"Soy una niña buena, ¿No es así?" Se preguntó a si misma, y la idea la mató de risa.

—Calmase señorita Erika—. La reprendió de inmediato la más gorda y vieja de todas causando de la nada un silencio turbio y frío, calló de nuevo.

Erika continuó feliz, no era la primera ni la última vez que Enriqueta la regañaba por tonterías, de todos modos si algo le molestaba era cuestión arreglarlo en la cabeza para después hacerlo en un misterio. PUM, de repente se le presentó, como un sueño mágico y hermoso; Enriqueta estaba en una silla de espaldas, dedujo que era ella por las lonjas que se le escapaban de la espalda y por la diminuta mota de pelo atrapada en una liga café. Todo estaba oscuro a excepción de Enriqueta, que temblaba como un perro desahuciado y enfermo, ella estaba por detrás llevaba puesto uno de aquellos uniformes de enfermera estilo militar y sujetaba un bisturí limpio y brillante sobre su mano, sonrió para sus adentros.

  — ¿Hay alguien ahí?— Preguntó entonces Enriqueta antes de sentir la presencia de Erika tras de sí.

Pero Erika sólo rió, ¡Y qué risa más melodiosa! Era un coro de ángeles los que envidiaban aquel armonioso sonido.

— Por favor respondan — Pidió la gorda llorando. Se veía tan patética, al hacerlo baba escapaba de sus labios llenos de verrugas y grietas.

  — Aquí estoy— Susurró Erika de la nada.

La sensual voz de la dama hizo a la verdadera enfermera sobresaltarse, de inmediato quiso voltearse a verla a pesar de saber ya de quién se trataba, sin embargo fue demasiado lenta para lograrlo, Erika elevó el bisturí hasta su detallada mandíbula y en un movimiento limpio pero veloz lo inserto debajo del oído de Enriqueta, vio derramarse un poco de sangre y no resistió más... Lo sacó y metió una y otra vez en muchas otras partes de su rostro, cada cuchillada le parecía más graciosa y excitante, entonces la adrenalina llenó sus entrañas y arrojó el bisturí a la oscuridad que los rodeaba. Ella con sus propias manos tomó la redonda cara de Enriqueta y viendo antes a sus ojos verdes pedir misericordia se echó en risas y acarició su rostro deforme hasta que su propia voluntad decidió parar en cierto sitio; el párpado, lo estiraba nerviosa como si fuera un chicle y murmuraba cosas que Enriqueta moribunda no lograba comprender. Fue entonces cuando Erika lo decidió, de la nada cuando Enriqueta pensó que iba a sobrevivir, la hermosísima chica con cabellos de carbón embutió dos de sus dedos en aquel viejo y amarillento ojo, después introdujo más de su extremidad hasta tener toda la mano dentro, acto seguido, antes de que Enriqueta pudiera morirse, ella sacó el ojo junto con un montón de nervios, sangre y dolor.

Volvió a reír ¡No pudo evitarlo! Era tan graciosa la idea de tener a la maldita gorda bien muerta.

—Señorita Erika se está burlando de mí—. Señaló furiosa Enriqueta desde el fondo junto a otras mujeres enfermeras, no se volteó a verla, no le era necesario para saber que la pobre enfermera lucía como un toro bravo.

— Dejala Enriqueta, está loca—. Le recordó Mariza que ya estaba ansiosa por volver a la plática—. Total, tal vez ni siquiera se rió de ti-añadió la muy ingenua.

Enriqueta se calló y Erika dio por hecho que la había olvidado. Se volteó a su alrededor, todo era tan triste y gris, no sabía que era más adecuado, si sonreír por estar en aquella deprimente sala o si salir gritando de ahí mientras se arrancaba cada unos de sus negros cabellos. "Sonreír" Se dijo a sí misma recobrando la "cordura" Ella tenía demasiada clase como para volverse igual a otra de sus compatriotas desquiciadas. Sus ojos que empezaban a volverse rojo como la sangre apaciguaron al gris en un drástico parpadear, Erika lo sintió absolutamente, y levantó el mentón sintiéndose orgullosa de su autocontrol.

—Señorita Erika, señorita Erika. Lo repiten tanto que el nombre pierde significado—. Dijo de la nada la chica pelirroja con ojos celestes. Ella era su favorita, la había nombrado cabeza roja por su distintivo color de cabello y porque como ella, sus pensamientos estaban manchados de sangre. Sabía que por supuesto ella tenía más potencial que cabeza roja, pero eso no le quitaba el interés que había sembrado en ella, aquella niña de 14 años tenía una esencia siniestra e inocente, tal vez le recordaba demasiado a ella de pequeña.

—Entonces que me llamen Señorita esquizofrénica—. Respondió Erika con una sonrisa maliciosa y profunda.

La pelirroja sobresaltada de escuchar su voz la volteo a ver, había hablado, lo había hecho después de 3 meses y estaba feliz por aquello, a veces tenía miedo de que nunca fuera a regresar de uno de sus viajes. Se detuvo en medio movimiento y la observó con atención, nunca iba a entender la extraña belleza de la chica de cabellera negra y labios rojos. 

Lunático amorWhere stories live. Discover now