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Bianca, Italia y otras razones


12 de Enero del 2011

Alessandro había sido el único amigo, hasta entonces, de Erika, pero era más que eso, aquel muchacho se había introducido de la manera más astuta y romántica a una zona primitiva y dulce de la extraña muchacha, el joven se había sumergido a su mundo, a sus teorías, a sus alucinaciones sobre el planeta, a sus sueños, a sus expectativas de la vida, a su corazón... o al menos eso lo hizo creer. De todos modos, verdad o mentira, lo cierto era que ellos eran los más grandes, raros y fantásticos amigos.

Pero todo lo bueno tenía que acabar.

Alessandro se había marchado de su vida de una forma drástica y forzada... Él se había ido a Italia. Lo había hecho con su familia entera, y aunque ella tuvo la esperanza de que un lazo como aquel no podría ser roto de aquí a Europa, la verdadera versión de los hechos fue que, lamentablemente al despegar aquel avión a Roma, su unión tan mágica se había convertido en los tristes tirones de un amor que no volvió, que simplemente se fue, sin lágrimas, sin despedidas melancólicas, sin obsequios ni recuerdos, sencillamente se fue y la dejó sola de nuevo, sola ante ellos, sola entre lobos.

Después del abandono le gustaba pasar mucho tiempo entre las rosas y los jardines meditando sobre aquellas fantasías, sí, aquellas fantasías que la asustaban de noche y de día, de aquellos pensamientos que siempre estuvieron ahí pero al mismo tiempo intentó retener, de todos aquellos arrebatos de locura mental que invadían su mente de manera salvaje, de la sangre en los sueños, de los gritos desgarradores que sentía siempre escuchar a lo lejos, de todo aquello a lo que no estaba acostumbrada y a lo que ningún ser humano debería acostumbrarse. Incluso una vez, después de haberse vuelto una adulta, se preguntó si las cosas habrían sido diferentes si Alessandro nunca se hubiera ido, pero lo cierto es que aunque la vida de universitaria, eminencia, empresaria o lo que fuera, sonaba bastante prometedora a comparación de su paradero, nunca se pudo negar que aquella esencia la arrastraba fuerte desde que era niña, que tarde o temprano llegaría a ella, que al final de la historia iba a ahogarse entre la sangre y ser consumida por las sombras.

Pero aquel día no iba a ser como los demás, no en aquel no iba a tener tanta suerte, estaba sentada sobre el césped, escondida entre los árboles, fingiendo hacer nada, y mirando un letrero de no estacionarse fijamente. Hoy estaba esperanzada a pasar la hora del infierno desapercibida, sin embargo, la hora del almuerzo parecía ser simplemente eterna. Y todos saben que en lo eterno todo pasa, pasa la vida, pasa la muerte, pasan las risas, pasan los llantos... y esta vez a Erika le tocó llorar.

Fue así como Bianca la encontró, se había esforzado mucho en hacerlo y es que, le tenía un odio inmenso desde el día de su fiesta, y no, no había sido porque ella hubiera tenido una del sueño, sino porque desde aquel entonces Erika había hecho de Alessandro Castilla suyo y sólo suyo.

— Aquí estás— Dijo Bianca con una sonrisa tan brillante que resultaba un poco molesta al contraste de sus labios color rosa chicle.

Erika no dijo nada, ni siquiera se volvió a ella para verla, fue como si la chica con cabellos castaños y piel bronceada no existiera.

— Te he hablado— Le ladró Bianca con medio cuerpo metido a la especie de cueva formada por arbustos.

Erika entonces deseó con todo su corazón que se atreviera a entrar, así podría matarla, salir gritando como loca y escaparse de culpa por la falta de testigos. Pero Bianca era demasiado delicada como para meterse a ese nido de tierra y hojas, en vez de eso tomó a Erika de aquel grueso y negro cabello y la obligó a salir de su escondite.

— Te he hablado loca— Le repitió esta vez riendo con malicia.

Pero Erika se castigó a sí misma con silencio. Y en vez de saldarse de una buena paliza y humillación permaneció quieta, callada y con la frente en alto.

Pronto la aurora de estudiantes chismosos y malintencionados se formó, era como si aquella barrera humana la privaran de oxígeno, como si sus miradas fueran piedras pesadas sobre su cuerpo, como si sus palabras fueran fuego....

— ¿No vas a contestar? ¿No vas a contestar? Creí que estar loco no incluía estar mudo, ¡mírame loca, mírame loca!—Le preguntó llena de adrenalina mientras que con aquella mano suave y delgada sujetaba el brazo de Erika.

— No estoy loca—Le contestó ella muy seria con los ojos fijos en ella.

— ¿Que no estás loca?— Le preguntó irónica, miró al cielo, miro a su reinado, bajó la vista a sus manos y después a aquella piel blanca y tersa que como un camino sagrado la guió a la mejilla pura y angelical de Erika Peralta, primero pensó en la envidia que sentía por ser ella en todos los sentidos, luego en las ganas que tenía de arrastrarla por toda la escuela y finalmente en las consecuencias que traerían sus acciones, pero entonces se dio cuenta que nada importaría un pequeño escarmiento, total, estaba loca y todo mundo lo sabía.... —¿Entonces por qué no reaccionas a esto? —Preguntó con desprecio casi al mismo tiempo en que dejo caer su mano pesada sobre el dulce e inmaculado rostro de Erika.

La joven puso ambas manos sobre su mejilla de forma dramática y sentimental, tal como una dama educada haría en caso de agresión. Aquella estaba caliente y palpitaba fuerte bajo su palma suave y temblorosa.

Entonces ella levantó la mirada, sus ojos ya no eran grises o mieles como solían ser, la pupila de éstos se había tornado a un brillante carmesí mientras que la niña parecía de repente haberse hecho más grande, como una moneda oxidada y vieja.

—Vas a lamentarlo.—Le respondió fríamente, sin gestos, sin enojo, sin nada... pero al mismo tiempo con todo, pues sus ojos eran una especie de ventana al alma y tras ellos sólo se alcanzaban a ver las llamas del infierno.

  — ¿Y cuándo? ¿Ahora? Porque no me das miedo.—Le instó Bianca haciéndose la valiente. No sabía que acababa de cometer el peor error de toda su corta existencia.

— Oh no Bianca, yo no resuelvo las cosas como una triste ramera, por si pensabas que acabaríamos esto a golpes.—Le corrigió con cierto toque de ironía, mientras le regalaba una ligera sonrisa.

— Yo sólo pensaba en lo cobarde que eres, así que por favor no te preocupes por mí y mis suposiciones.—Se defendió  mirandola a los ojos, y aunque trató de permanecer valiente no era tan buena actriz y el miedo se reflejó pronto en sus piernas temblorosas.

— Querida, no sabes la tristeza que me causa verte de esta forma, tan fuera de control y consumida por tus impulsos, como si fueras una especie primitiva... no, espera, como si fueras un mono, eso es lo que eres un mono.—Le respondió fingiendo cansancio.

 — Di lo que quieras, yo seguiré haciendo tu vida añicos y no podrás escapar de mí.— Le declaró ilusamente. Antes de mirar a toda la audiencia impactada.

  — Vuelves a equivocarte Bianca, la que debería escapar no soy yo.— Finalizó Erika antes de partir lejos de aquel aro de la humillación y la promesa.

Bianca levantó la vista y cuando lo hizo ya todos estaban empezando a esparcirse de nuevo entre la cancha de la escuela. Se sentía acabada, enojada, pero sobre todo angustiada, algo le decía que lo que Erika decía no era más que la verdad.



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⏰ Last updated: Apr 09, 2017 ⏰

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Lunático amorWhere stories live. Discover now