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Risas De Bebé


4 de julio de 1995.

El aire azotaba las ventanas con tanta ferocidad que parecía que saldrían volando en cualquier momento, el Señor Peralta de inmediato mandó a su hijo Elías a que colocara un closet o algo frente a la ventana para evitar que eso ocurriera.

El hombre de la casa no podía hacerlo, el parto de su esposa, Victoria, se había adelantado además de complicado y éste sentía que no tenía tiempo para nada más que no fuera ver por ella. El esposo de Victoria tenía tanto miedo, ella lucía tan grave y su única esperanza en ese momento era Sonia, la hermana de Mauricio, que estaba de casualidad en la casa.

—Con una mierda y el demonio Sonia, te digo que no puedo!—. Gritó histérica Victoria mientras sus venas se marcaban sobre su piel como tuberías descompuestas.

—Mauricio ya no sé qué hacer, el bebé parece simplemente no querer salir—. Se quejó su hermana desesperada, ella también estaba muy angustiada.

—Sonia, mírame, maldita sea mírame—. Pidió entonces Victoria con la mirada muy seria.

—¿Qué pasa? ¿Te sientes peor?—pregunto Sonia de inmediato.

—No sé si eso es posible—. Bromeó ella a pesar de estar ahí agonizando— Vamos a intentarlo de nuevo, este bebé no se va a morir aquí—. Le propuso ella con aquellos ojos negros más determinados que nunca.

—Amor, por favor espera a que venga la ambulancia—. Intervino entonces el Sr. Peralta con el corazón pendiendo de un hilo.

—No tengas miedo—. Susurró ella con una media sonrisa, no cabía duda que ella era el amor de su vida.

—Victoria no lo hagas, no resistirás—rogó su marido entre lágrimas.

—Este bebé no puede morirse aquí—le contesto con la voz temblorosa, Victoria no podía dejarlo ahora, no después de haberlo sentido durante nueve meses, no después de haberlo amado primero, no después de haberle nombrado Erika.

—Habrán más bebés—le prometió él, pero ella negó con la cabeza de inmediato, no podía creer lo que estaba escuchando.

—Recuerda que soy fuerte amor—le recordó y empezó a pujar como si lo que quisiera sacar fuera su propia alma, gritó y gritó hasta que el sonido se hizo una plegaria estruendosa y traumática, su piel se tornó roja rápidamente y sus venas de un morado que empezaba a volverse negro verduzco.

El Sr Peralta sujetó su mano y rogó a Dios que la que se muriera fuera la niña y no su mujer. Su vida estaría perdida si Victoria no estaba en ella.

—Tengo la cabeza, Victoria no dejes de pujar, lo estás haciendo excelente—. Dijo entonces Sonia con una sonrisa triunfante en los labios. Y Victoria no paró ni un segundo, al contrario, trató de hacerlo con más y más fuerza. "O me estoy muriendo o me estoy desmayando" Pensó Victoria unos minutos después de haber comenzado con la segunda parte del sufrimiento.

—La tengo!—. Grito entonces Sonia, pero Victoria no la escuchó a pesar de que la bebé por sí sola ya daba unos gritos monstruosos, ella sólo sintió el completo alivio que su cuerpo experimento en ese momento.

El Sr. Peralta fue de inmediato a socorrer a su mujer en vez de ver por la niña. Quería asegurarse que no había nadie muerto en esa habitación.

—Amor lo hiciste, la niña ha nacido—. Susurró el hombre con ternura a su mujer.

—¿Cómo es? Quiero verla—. Exigió en un delgado hilo de voz.

—Ahí va la nena—. Respondió Sonia que escuchaba su plática desde el otro lado de la habitación. Victoria extendió los brazos con gran esfuerzo y la recibió con locura y desesperación desde la cama donde estaba postrada.

—Es hermosa—. Murmuró la mujer que ahora estaba más blanca que la leche.

—Como tú—. Agregó su marido muy enamorado de su mujer.

—Te amo mucho Mauricio—. Respondió ella con el corazón hinchado de alegría.

—Y yo también te amo mucho Victoria—. Contestó él de la misma manera.

Entonces Victoria bajo de nuevo la vista a su bebé, ahora ya estaba callada por lo que podía apreciarla más, Erika tenía la piel casi transparente de tan blanca que era, sus pequeños y prematuros cabellos negros mostraban el inicio de unos posibles rizos, sus labios eran rosas y finos y sus ojos tenían un excelente par de pupilas color miel, no cabía duda que iba a ser hermosa.

"Te llamas Erika" pensó y sonrió con tristeza sabiendo que el tiempo empezaba a agotarse. Levanto de nuevo la mirada a su amado, él la observaba con mucha atención a ella y fue ahí cuando lo supo, él no quería a su nena tanto como ella le amaba.

—Prométeme que la vas a querer—. Le pidió Victoria amablemente mientras le miraba con cansancio y cariño.

—No entiendo a qué viene eso—respondió el Sr. Peralta muy sorprendido del tiempo tan corto que tardo su mujer en pillarlo. Pero Victoria no respondió, ella bajó la mirada a su bella Erika y siguió admirándola de la misma manera en que la bebé parecía observar a su madre.

—Mauricio, ven ayudarme a sacar esta tina, parece que esta agrietada y toda el agua ensangrentada se está tirando—. Dijo su hermana de repente entre pujidos y quejidos de desagrado.

El Sr Peralta aún muy avergonzado fue a acudir la necesidad de su hermana, persona que, antes de que Mauricio le pidiera dejar la tina en el suelo, parecía una pelota tratando de mantener una aguja parada sobre de ella.

—Mujeres exageradas, no pesa tanto—. Le respondió Mauricio mientras empezaba a levantar la tina de la alfombre húmeda, que en efecto tenía una grieta pues chorros de agua ensangrentada escapaban por ahí.

Cuando se dispuso a irse entonces el chillante y estruendoso sonido de un grito lo detuvo, era Sonia quien gritaba como si hubiese visto al mismísimo satanás.

—¿Qué ocurre? Por qué gritas? —Pregunto él volviendo de inmediato.

Pero Sonia no respondió en vez de eso gemía aterrorizada con una mano huesuda sobre sus pálidos labios, ella señalaba la cama donde se suponía que se encontraban acurrucados la nueva integrante peralta y la mujer más hermosa del universo. Pero no, Mauricio tardó por lo menos dos segundos en darse cuenta, el sonido dulce de risa de su bebé fue el que lo ayudó a entender de hecho. Sobre la cama ya no había una mujer cansada sonriéndole y acariciando a su pequeña hija, ahora se postraba con brazos extendidos a un hermoso cadáver color blanco como las perlas del mar y con los ojos abiertos suspendiendo una mirada en medio de la nada. Incluso muerta era bellísima.

Entonces el corazón de Mauricio crujió hasta hacerse añicos. El hombre dejó caer la tina sobre su pies y sin sentir dolor alguno intentó correr hasta el recuerdo de carne de muerta que su esposa representaba ahora. No pudo en el primer intento, resbaló dos y casi tres veces con el agua derramada antes de llegar hasta ella y mientras lo hacía la bebé, que lo miraba desde arriba, estallaba en carcajadas cada vez más fuertes. Lo peor de todo es que la nena seguía ahí junto aquel cuerpo frío e inerte al que en un futuro se negaría a llamar madre. El señor Peralta detuvo su mirada en ella, parecía tan feliz, parecía que no se daba cuenta de la situación, pero al mismo tiempo mientras Sonia por fin llegaba para separarla del cadáver tenía la extraña sensación de que aquella criatura recién nacida entendía a la perfección lo que aquel día había ocurrido.


Lunático amorWhere stories live. Discover now