Visita inesperada

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Eran las 22:46 cuando llegué a la casa de Eva.

Me había dado igual que Liv me dijera que ella no quería verme; yo la quería ver a ella y eso me parecía una razón de peso.

Cuando Liv se fue volví dentro a buscar a mi mejor amiga y pedirle que me encubriera en caso de que volviera tarde a mi casa. Ella me pidió explicaciones, y cuando le dije que iba a ver a nuestra profesora casi me mata, pero nada me iba a parar.

Era ridículo que después de haber tomado la decisión interna de alejarme de ella estuviera en la puerta de su casa a punto de... ¿a punto de qué? En realidad no lo sabía.

Estaba a punto de tocar el timbre cuando oí unos gritos provenientes del interior de la casa.

—¡No pienso volver a mentirle a nadie por ti!

—¡Lo harás si te lo pido!

—¡No es mi culpa que seas una irresponsable!

—¡No soy una irresponsable! ¡No tienes ni puta idea...!

—¡Me da igual cuál sea tu excusa, seguro que es ridícula!

—¡SI TE PAREZCO TAN RIDÍCULA POR QUÉ NO TE VAS!

Silencio.

Me quedé con la mano temblando sobre el timbre mientras escuchaba a quienes sin duda eran Liv y Eva discutir. Me aparté un poco de la puerta, y me asusté porque en ese momento se abrió con violencia, y apareció Liv, con la cara llena de lágrimas, el pelo despeinado, la misma ropa con la que la había visto en el Conservatorio, una mochila colgada sobre un hombro, y sobre el otro el estuche de un violín.

Ella me miró por un segundo en silencio, para luego marcharse.

Cuando desapareció de la vista reaccioné.

Dentro de la casa se oía a alguien llorar.

Se oía a Eva llorar.

Liv se había dejado la puerta abierta, así que aproveché y entre en silencio, con el corazón golpeándome con violencia el pecho.

Cuando vi a Eva en el suelo del salón, llorando, se me partió el alma. Yo no entendía qué pasaba, pero las dos habían acabado muy mal. No me dio tiempo de reaccionar para decirle nada a Liv, pero al menos, esta vez consolaría a Eva, a mi Eva...

—Eva... —le susurré mientras me agachaba frente a ella.

—Abril, ¿qué haces aquí? —ella levantó la cabeza, y me miró extrañada, y está vez sí, mi corazón sin duda se rompió.

Eva tenía sus lindos ojos claros apagados, casi se veían oscuros, y estaban ahogados en sus propias lágrimas.

—Eva... —no podía decir otra cosa. Y sin saber cómo, la abracé.

Ella se aferró a mí con fuerza, y llorando cómo si le doliera algo muy adentro.

—Shh, tranquila —le decía yo.

—Ella se ha ido... y yo soy lo único que le queda... y ella lo único que me queda a mí... ha sido todo por mi culpa... todo por mi culpa... ella es pequeña... también te hice daño a ti... —Eva desvariaba, y yo intentaba que se calmase en mis brazos.

Al final conseguí que se levantara y nos sentamos en el sillón.

Eva parecía una niña pequeña, sorbiendo por la nariz y con un puchero permanente. Ya se había soltado de mi abrazo, pero no soltaba mi mano.

—¿Estás más tranquila? —le pregunté mientras le colocaba un mechón de pelo tras la oreja. Sus mejillas estaban rosadas, y de verdad, parecía un bebé.

Ella asintió aún con carita de pena, y se me derritió el corazón.

—¿Qué pasó? —pregunté— ¿Estás enferma?

—En realidad era una excusa... —dijo con voz ronca.

—¿Una excusa? ¿No querías dar clase? —pregunté sin soltar su mano, sabiendo cuál era su respuesta, pero no queriendo escucharla.

—No quería encontrarme contigo... Aún estoy muy avergonzada.

Ella evitaba mirarme a la cara.

—Eva, mírame —ella lo hizo—. Está olvidado.

A ella se le escapó una pequeña sonrisa, pero las lágrimas volvieron a sus ojos de repente.

—Liv no merece nada de lo que he hecho estos días.

Dejó que su cabeza se posara en mi hombro, y acaricié su pelo con delicadeza.

—Y yo no merezco una sobrina como ella —dijo en voz baja—... Y tampoco te merezco a ti.

Su voz se rasgó en esa última frase, pero mi mente colapsó con sus palabras. ¿A mí?

—¿A mí? —dije en voz alta, siendo traicionada por mi impulsividad.

Ella levantó la cabeza y clavó sus penetrantes ojos en los míos, en mi alma.

—A ti, Abril. No sabes cómo me gustaría tenerte, pero...

No dejé que terminara la frase, los "peros" nunca iban seguidos de nada bueno, y yo ya había escuchado suficiente.

Me daba igual los años que tuviera Eva, y en ese momento lo entendí. No quería que ella dejara de ir a dar clases por mi culpa, no quería que fuera infeliz de ninguna manera. Quería que fuese feliz.

Y quería que lo fuera conmigo.

Así que sin dudarlo corté su frase, con un beso lleno de necesidad y pasión, que ella siguió con las mismas ganas y sentimientos.

Ella, EvaWhere stories live. Discover now