Prefacio | Estrellas oscuras

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Canción: Cada Estrella-Kari Jobe


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Con su padre, tomando su pequeña mano entre la suya, caminaban a casa contentos porque seguramente como todos los días al medio día, su querida madre les tenía el almuerzo listo.

¡Vamos, amaba la comida de su mamá!

Carcajeando su padre por las anécdotas que le narraba Esther por su día en la escuela se divertían mientras caminaban por su vecindario, al parecer una niña de la clase le había puesto a la maestra Susan una araña de hule en la mesa de su escritorio; la maestra dio un salto tan alto que casi su cabeza estampa en el techo. Lloraron de risa cuando Esther narraba aquel acontecimiento. Cruzaron el umbral de la puerta de la entrada. No se habían equivocado, el pollo asado de su mamá se introdujo en su sistema respiratorio mejorando su día por completo.

Toda la casa estaba inundada con ese peculiar olor al almuerzo de su madre, contenta Esther corrió por toda la casa gritando el nombre de su mamá. Quería verla y darle un gran abrazo como siempre lo hacía después de volver de la escuela. Sus pasos fueron más lentos al notar que no veía rastro de su mamá por ninguna parte. Pasó el umbral de la cocina y la niña se congeló al ver a su mamá, esta yacía en el suelo con sus párpados cerrados, todavía con una cuchara de madera en sus delicadas manos morenas.

¿Se quedaría dormida allí? ¿En la cerámica fría? No lo creo. Pensó la niña.

Se acercó a ella con la esperanza que estuviera dormida, pero luego de leves toques y llamarle a que despertara, se desesperó, ella no se movía, no respiraba, parecía un cadáver muy pálido.

Luego de tantas vueltas en su cabeza, después de tantas llamadas, de toques, gritos, pataletas. Entendió todo, su mamá ya no estaba con ella. Sus ojos se cristalizaron y empezaron a brotar ríos de agua salada, con las yemas de sus dedos tocó los labios resecos y pálidos de su madre y empezó a cepillar su cabello castaño recordando como ella lo hacía con la niña cada mañana antes de ir a la escuela.

-¿Leila?- Llamó su padre pasando por el pasillo que conecta a la cocina -. Cariño, ya llegué.- Anunció.

El padre de Esther se adentra en la cocina, y esta sintió sus pasos cautelosos detrás de ella, pero no se movió ni un segundo de donde se encontraba, no podía hacer nada.

-Esther, cariño ¿No has visto a tu ma...

La niña observó a su papá tensar todo su cuerpo y en su rostro apareció una mueca de dolor. Corrió y tocó el cuerpo pálido de la mujer que yacía fría en el suelo.

-¡No! ¡No! ¡No!- Exclamó llorando -. Leila, cariño despierta, no nos dejes. -. Lloriqueaba su padre abrazando al cuerpo de su mamá.

Ella sólo lloraba en silencio.

¿Qué más podía hacer? Su mamá se había ido y ella no entendía el por qué.

Su padre la miró con tristeza, tomó su mi muñeca y la envolvió en un cálido abrazo.

- Mi niña, se ha ido nuestro ángel.- susurró su padre cerca de mi oído.

Y lloró, lloraron juntos hasta que se secaron.

Entró a su alcoba triste y con ganas de morir también, abajo habían muchas personas atendiendo el cuerpo de su mamá, cuestionó a donde la llevaban pero nadie respondió. Le pidió una explicación a su papá sobre la causa de muerte de su madre y sólo dijo que era muy chica para entender esas cosas. ¡Pero vamos, ella tenía derecho a saber! Tiempo después de su insistencia se dio por vencida. Sabía cuánto le afectaba todo esto a su padre.

Ella sólo quería dormir y no despertar jamás.

Su frente se arrugó al notar que en la pequeña mesita de noche, que se encontraba en la parte derecha de su cama, estaba ubicado un pequeño libro azul marino - un poco grueso - con pequeñas estrellas blancas en su portada, lo tomó entre sus manos y lo abrió para observar lo que había en su interior.

En la primera página encontró el nombre completo de su mamá con estrellas de adornos, en la segunda solo yacían algunas frases de vida y en la tercera se encontró con la hermosa letra de su madre:

Hoy, Martes 28 de enero de 1997, nació la estrellita de la familia Clark ¡Estoy tan emocionada! Dios me ha enviado esta preciosa estrella, que cuidaré y amaré con todo mi corazón.
Es tan hermosa y pequeña, sus labios son rosados, su piel morena como la canela, es tan tierna.

¡La Amo!

De inmediato sus mejillas se humedecieron y su corazón se oprimió al recordarla.

-Yo también te amo mamá. - susurró pasando las manos por aquel libro.

Siguió leyendo y se detuvo a la mitad, en esa hoja estaba grabado su nombre: Esther Evangeline Clark.

Su iris miel viajó a la pequeña nota que estaba más abajo:

Hola mi Lucecita, quería obsequiarte este diario cuando fuera tu cumpleaños quince, pero me he adelantado porque estos días he sentido que ha llegado mi hora de partir, quisiera seguir luchando por ti, por tu padre, pero ya no puedo hacerlo más, hasta aquí llegan mis fuerzas ¡Pero no llores! De seguro estaré bien, en un lugar mejor donde puedo descansar. Sólo te pido que cuides de tu padre, él es muy sensible y sé que se volverá loco cuando yo no este.

Te ama siempre mamá.
Dios te Bendiga.

Ella sabía que moriría sin embargo no le dijo nada. No lo entendía.

¿Por qué? Se preguntó.

Se dejó caer en la cama con el pequeño libro en su pecho y observó las estrellas fluorescentes que se encontraban en el techo. Sabía que su madre ahora era una estrella más en el cielo oscuro y que estaba brillando sobre ella.

Sus lágrimas se secaron y sus ojos empezaron a pesar, al rato, estos, se cerraron poco a poco, hasta el punto en que las estrellas del techo se volvieron oscuras para ella.

Estrellas Relucientes©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora