Capítulo 10 | Problemas II

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Llegamos al vecindario donde se encontraba el hogar de Nathen, gracias a sus indicaciones pude llegar, estaba nerviosa, primero por su presencia y lo segundo, no quería estampar el auto contra un faro de luz. Era un lugar bastante tranquilo, por su apariencia vivían personas de mucho dinero.

- Aquí es...- musitó Nathen con voz baja, sé que sentía dolor, si hubiese sido yo, estaría en una cama sin mover ni el dedo meñique.

Observe la casa... Mejor dicho la mansión que estaba frente a mí, bajé del auto en silencio cerrando la puerta con sumo cuidado, nunca había estado tan cerca de un deportivo tan de lujo, que a simple vista se notaba que era muy costoso. Troté para ayudar a Nathen, quien ya estaba bajando del deportivo negro. Respiró hondo y comenzó una caminata hasta la entrada.

Rodé los ojos. El chico era un poco serio cuando se lo proponía, caminaba como si hubiese ingerido alcohol, reí entre dientes por su andar, corrí a su lado y tomé su mano entre la mía para ayudarle a seguir.

- Gracias morenita, por toda tu ayuda.- me miró, sus ojos claros causaron que un volcán hiciera erupción en mi estómago.

Sonrió. Yo le devolví el gesto.

Llegamos al frente y toqué el timbre de la entrada.

-¡Ah, Ah! ¡Rayos, duele como mil demonios! - Se quejó Nathen doblándose a la mitad posicionando su mano libre en su abdomen. Horrorizada y sin saber que hacer toqué el timbre de nuevo y me coloqué a la altura de Nathen y acaricié su espalda.

-Te dije que necesitas ir al hospital, Nathen.- el chico negó ¡Que terco!- Estás muy mal ¡Tu nariz no para de sangrar! - Hablé más alto.

La puerta se abrió dejando ver a una mujer de cabello negro con raíces blancas y tez clara, la mencionada abrió sus ojos como platos horrorizada y la preocupación apareció en su rostro.

-¡Nathen, hijo! ¿Qué sucedió?- cuestionó la mujer desesperada, tomó la mano de Nathen y lo ayudó a entrar.

-Calma lucette.- dijo Nathen con la voz congestionada y no tardé en recordar que era su nana. Ésta lo ayudó a tomar asiento en un sofá color azul cielo.- Habla bajo, no quiero que Nath me escuche, ni mucho menos que me vea así.

¿Nath estaba aquí?

Tenía más de dos semana sin verla, quería saber cómo estaba.

-La niña, Nat ha estado muy preocupada por ti... ¿Dónde estabas? - preguntó curiosa. El pelinegro no respondió.- Voy por el botiquín de primeros auxilios.

- Gracias por traerlo linda.- murmuró la nana y me sonrió.

Me sentía como una rata en un restaurant, una intrusa. Esta casa era muy lujosa, la sala principal era enorme, parecía una algodonosa nube, todo el lugar era azul cielo con algunos adornos negros, era un lugar muy relajante y muy hermoso también.

-Morenita...- llamó Nathen, insistía en llamarme así y a decir verdad me gustaba, de aquí al noviazgo había sólo un paso y del noviazgo a el altar había otro, solo debía dar dos pasos y... ¡Listo! Tendría que organizar nuestra boda. - Nathen llamando a Esther. ¿Me escuchas?

-Oh ¿Qué decías?- Caminé hacia él y me senté a su lado.

Con lentitud estiró su mano libre y buscó la mía, la elevó y le dio un beso a mis nudillos, el color no tardó en aparecer en mis mejillas, era tan tierno.

- Gracias por salvarme allá, quién sabe que más me hubiesen hecho esos imbéciles.- masculló bajo.

Sonreí.

-No hay de qué, no tengo problema en ayudar a mi tutor.- musité divertida.
Sus ojos se entrecerraron.

-Y... ¿No somos amigos?- Cuestionó.

-Por supuesto.- dije sonriendo.

Quise preguntar por qué esos hombres lo golpeaban pero nuevamente preferí callar, no quería arruinar la atmósfera de comodidad que teníamos para hacer preguntas incomodas. Luego lo cuestionaría.

Minutos después había llegado Lucette con el botiquín y curó algunas de las heridas de Nathen, aunque yo insistía que eran hematomas que debía chequear un doctor, este hizo caso miso a mis palabras. Luego de unos segundos me ofrecí hacerlo yo porque Lucette tenía que preparar la cena.

Nerviosa tomé un algodón con alcohol y lo pasé sobré la herida que adornaba su pómulo, Nathen se quejó, reí entre dientes por lo gracioso que su rostro podía ser.

-¿Te ríes del dolor ajeno, morenita?- preguntó con gracia, asentí sonriendo.

-Son graciosas las muecas que...

-¿Nathen? ¿Qué ha pasado? - fui interrumpida por una voz muy familiar, Nathen, y yo giramos, nos encontramos con el rostro de preocupación de Nathalie, me miró y de preocupación pasó a sorpresa.- ¿Esther?- cuestionó sonriente.

-Hola linda ¿Cómo has estado? - pregunté, Nath caminó en mi dirección y me envolvió en un cálido abrazo, como ella solía llamarlo, abrazo de oso panda.

-Me he sentido mejor.- sonrió.- ¿Qué haces aquí?- Cuestionó frunciendo el entre cejo.

-Le eché una mano a tu hermano.- dije, inmediatamente miró a su hermano y sus ojos se abrieron tanto que creí que saldrían volando.

-¿Qué te sucedió hermanito?- se acuclilló frente a él que yacía sentado en el sofá.

Nathen suspiró y no le quedó más remedio que contarle a su hermana los hechos que habían acontecido, había oído que la golpes y hematomas que portaba su cuerpo se los había obsequiado Benjamín Harington, un mexicano millonario que quería adueñarse de la empresa que dejó de herencia su padre, supuestamente el hombre era dueño de una red de empresas en México y le convenía comprar la compañía en Manhattan para aplicar sus sedes en Estados Unidos y hacerse más rico.

Una hora después, miré el reloj que se encontraba en mi muñeca y observé que era muy tarde. La cena de Lucette había estado deliciosa y me había divertido con Nath mientras me contaba sus anécdotas cuando sus padres aún vivían, eran una familia hermosa, amorosa y unida, a pesar de que sus padres en la mayor parte del tiempo vivían sumergidos en los negocios, Nath con una sonrisa en el rostro dijo: "Nunca me faltó el beso de buenas noches de mi padre y un cuento leído por las noches de mi madre".

Lucette insistió en llamar al chofer de la familia para llevarme a casa, aunque tanta veces dije que no era necesario, Nathalie, Nathen y Lucette decidieron que era lo mejor. Me despedí de Nath con un fuerte abrazo y agradecí a Lucette por la deliciosa comida, Nathen besó mis nudillos como todo un caballero, insistí que lo viera un doctor y me prometió que llamaría a uno de confianza, aliviada salí del lugar con el hombre rubio como de mediana edad de casi dos metros que me escoltaba como a un ministro y luego de unos minutos en la carretera llegué a casa sana y salva.

Agradecí al amable chofer, que me había contado que tenía una familia hermosa con una esposa y tres hijos, el hombre había trabajado con los Evans más de diecinueve años.

Pasé el jardín con Nebulosa a mi lado y agradecí a Dios por haber llegado salva y por haber encontrado un empleo para ayudar a mi padre.

Papá se pondría feliz.

¡Tenía un empleo! Unos cuantos dólares más nos vendrían bien para los gastos de nuestro hogar.


Estrellas Relucientes©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora