La presentadora.

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Harry tenía una voz encantadora y muy distinta a la de cualquier chico. Parecía mucho más seria y mayor. Le gustaba llamar por teléfono a los programas esos en los que salen letras desordenadas y tienes que formar palabras con ellas. Un día estábamos sentados en el sofá; sin hacer nada en especial, mirando la televisión para matar el tiempo, era verano. Era una noche de verano. Era una calurosa noche de verano.

Dentro del televisor había una chica rubia con un vestido azul y unos dientes muy blancos, no parecía una gran presentadora, se trababa en una de cada tres palabras que pronunciaba, pero tenía unos senos enormes y unos dientes perfectos. Así que cada vez que se equivocaba se movía de forma torpe como si estuviera convulsionándose para que sus enormes senos bailaran dentro del escote de su ceñido vestido azul, y, y mientras lo hacía sonreía abriendo la boca tanto como podía, para que todos los que estuviéramos viéndolo desde casa pudiéramos contemplar sus inmaculados dientes blancos. Detrás de ella en una especie de corcho rectangular, había una pequeña sopa de letras.

La supuesta dificultad del concurso consistía en intentar buscar el nombre de un animal entre las letras desordenadas.

 –Cualquier estúpido podría encontrar un animal escondido en esas letras –dijo Harry-, es un juego absurdo -concluyó.

–Ya. –le dije.

–¿Quieres que llame para burlarme de las tetas  de la presentadora? -me preguntó.

–¡Claro!

Un tipo atendió nuestra llamada y nos puso en espera, donde pasamos al menos 20 minutos, escuchando una de esas repetitivas melodías enlatadas, con el teléfono en medio de nuestras cabezas y una pícara sonrisa dibujaba en nuestros rostros.

Finalmente la llamada se cortó y no conseguimos hablar con la presentadora que seguía moviéndose tanto como podía cada vez que se equivocaba al intentar decir algo coherente. Volvimos a llamar, pero esta vez fui yo el que habló por teléfono.

-Creo que la respuesta correcta. –Dije el mismo tipo que nos había atendido al realizar nuestra primera llamada.

-¿Cuántos años tienes? –me preguntó.

-¿Y eso que más da? –le contesté-. ¿Cuántos tienes tú? –Le pregunté yo.

-Hay que ser mayor de edad para participar. –Dijo en tono severo y después colgó.

Yo era mayor que Harry, ahora lo sigo siendo, sobre todo desde que lo atropellaron y dejó de cumplir años. Pero eso no le importó un carajo al tipo que estaba al otro lado del teléfono. Haz tenía una voz que parecía la de un adulto, inclusive siendo un adolescente en ese entonces. La mía, en cambio, parecía la de un adolescente y eso digan lo que digan la fecha de nacimiento que aparece impresa en nuestro documento de identidad, no hay quien pueda cambiarlo.

Needless Time |Larry Stylinson|Where stories live. Discover now